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Domingo, 14 de agosto de 2016

FAN › UNA ESCRITORA Y DIRECTORA DE TEATRO ELIGE SU PELíCULA FAVORITA: CAMILA FABBRI Y MORIR COMO UN HOMBRE DE JOAO PEDRO RODRIGUES

VIVIR COMO UNA MUJER

 Por Camila Fabbri

Un cirujano juega a hacer figuras con un papel. Podría bien estar haciendo una grulla o un barco, pero en realidad le está explicando a una mujer cómo realizarse la operación de cambio de sexo. Le asegura que es muy doloroso, y que se trata de no dejar carne afuera: todo lo que está, sirve, se transforma. Lo que al principio era un pene de papel ahora es una vagina, un acto de magia en papel de diario o regeneración cutánea en un cuerpo humano.

Vi Morrer como um homem (Morir como un hombre) hace dos años. Desde muy chica me embelesé con el cine de Pedro Almodóvar, con él entendí que el género no existía, existen más bien los cuerpos. Que no hacía falta más que nombrarse como mujer para serlo. Cuando llegó Joao Pedro Rodrigues a la pantalla de mi computadora pequeña, encontré un agregado: dentro del mundo de las travestis hay recovecos insólitos, como por ejemplo, la paternidad. Instantáneamente me cautivó.

Tonia es una travesti de aproximadamente cincuenta años que, diez años atrás, decidió pasar el resto de sus vidas como una mujer. Ella tiene un novio, Rosario, un jovencito drogadicto de ojos azules, flaquito como maniquí, que le teje los vestidos que usa en sus shows nocturnos. Rosario la hace regañar a Tonia por su adicción, por sus malos hábitos, por quemarle el pelo con un encendedor a su terrier escocesa, Agustina, el tesoro más preciado de Tonia. Pero aún así, ella sigue amando profundo a Rosario, porque en él además de un enamorado –como se dice en portugués– deposita sus cariños paternales (o maternales) descontentos. Tonia también es padre de Zé María, un soldado del ejército portugués que la detesta, porque los padres no tienen tetas.

Yo viví sola con mis padres hasta los ocho años. Una tarde me citaron en el living y me notificaron que se separarían. Entonces de la casa desapareció lo femenino y lo masculino, porque a él lo dejé de ver. La distancia, aunque se intente atenuar con salidas los fines de semana, es innegable. En ese cuerpo solo que se quedó conmigo, deposité todo. Mi mamá cumplió el rol de ambos, y la vi fuerte. Le faltó el tiempo, el trabajo, el aliento, pero aún así, salió adelante. Después, cuando pasaron los años, yo pude decidir sobre la repartija del tiempo entre ese hombre y esa mujer que veintiséis años atrás, me habían concebido en un veraneo cerca de Misiones.

En la pantalla de mi computadora, la película continúa. Rosario y Tonia salen de viaje en un autito azul hacia el bosque. Viajan y se pierden, porque el bosque portugués permite que esas cosas ocurran. Y caminan a la vera de un río profundo y frío, hasta que llegan a la casa de una travesti políglota que los invita a cazar luciérnagas.

Gracias a Rodrigues, también, descubrí a Baby Dee: una cantante travesti, corpulenta y rubia, que canta con voz grave, canciones en arpa. Y la escena favorita tal vez sea esa: en la que Tonia, junto a sus perros, Rosario, y otros personajes, abandona la tarea de cazar bichos para mirar el atardecer que se va poniendo en el cielo. Suenan los acordes de “Calvario”, la canción ahogada en pena de Baby Dee: “Una noche mientras dormía, escuché unos niños cantando una canción, cuando me desperté estaba llorando, y me dí cuenta que algo andaba mal”, mientras seis actores portugueses sentados debajo de unos árboles escuchan una canción entera, de aproximadamente tres minutos, mientras la pantalla se pone cada vez más rosada, tirando a rojo. Miran hacia arriba y pareciera que ya están pensando en otra cosa, pero están ahí, todavía puedo verlos. Este bien podría ser el final, o el comienzo, estas decisiones harán que la película haga lo que quiera conmigo. El tiempo pasa mientras suena el arpa y ellos parecen haber entendido algo. No hay mejor manera de narrar el tiempo que una canción puesta hasta el final. Y ese tiempo es necesario para entender y perdonar.

Una vez que Tonia y Rosario regresan a su departamento de Lisboa, ella empieza a sentir dolor. El relleno que se inyectó en los pechos le termina envenenando todo el cuerpo. Acostada en una cama blanca, Tonia le confiesa a Rosario que quiere que le compre un traje. “¿Por qué, Tonia?” “Porque viví como una mujer, y ahora quiero morir como un hombre.”

Lo que pueda narrar en primera persona sobre mi experiencia al respecto de esta profusión de metáforas, no es nada al lado de la película. Joao Pedro Rodrigues sabe, entonces filma. No existe un padre, tampoco una madre, existe un cuerpo que siente, escucha, vive, y oye canciones. Lo demás es civilización, pura costumbre.

Como quiero vivir en plural, este singular es peor que mal. Con esta canción, Rodrigues cierra su película. Yo la escucho entera porque así se hace, parece que me fui pero sigo acá: creo haberlo entendido.

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