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Domingo, 29 de enero de 2012

FAN › UN MúSICO ELIGE SU DISCO FAVORITO: ZAMBAYONNI Y MENTIRAS PIADOSAS DE JOAQUíN SABINA

Pongamos que hablo de Joaquin

 Por  Zambayonni

Conocí a Joaquín Sabina por Canal 13, cantando “Con la frente marchita”. Era el año ‘91, yo era un adolescente, y él estaba presentando el disco Mentiras piadosas. No lo conocía y me pareció espectacular. Dijeron ahí que estaba de gira por la Argentina. Así que me fui al Parque Rivadavia, Parque Lezica también le decían, a donde iba habitualmente, a buscar el casete copiado. Los discos originales siempre estuvieron lejos de mi bolsillo. Compré Mentiras piadosas, un disco con tapa verde, donde Sabina aparecía fumando, mirando de costado. Pregunte si tenía algún otro y el tipo del puesto me dijo “No, no, es el único disco que tiene”, obviamente no sabía nada. Qué raro, dije yo, Sabina tenía como 40 años en ese entonces. Igual, al tiempo encontré el disco previo, El hombre del traje gris, que me pareció mejor aún. Y después otros más. Era rara la búsqueda, porque era hacia atrás, en vez de hacia adelante. Me sorprendía eso, siempre aparecía uno más y uno más, el tipo tenía mucha obra y muy buena.

Puse Mentiras piadosas entero en repeat como cuarenta veces. No una canción, sino todo el disco. Me acuerdo mucho de “Eclipse de mar”, que no sé si lo escuché antes por Baglietto o por él. Pero sin dudas la canción que más me llamó la atención de ese disco fue “Con la frente marchita”, donde en el mismo verso se hablaba, muchas veces sin aclararlo, de una mujer, de un país o de un continente. Los bandoneones justamente elegidos para dar marco a la nostalgia ya me predisponían para el clima que llegaba a la cima al final del tema con la imagen desolada del tipo gritando el nombre de una mujer en Plaza de Mayo. Obviamente ésta como otras tantas referencias a Buenos Aires o a personajes reconocibles y queridos por mí se ganaban de mano mi cariño. Una canción que contaba una historia emocionante y hermosa, de amor y de política, de viajes y de desencuentros, acompañada por un gran estribillo. Más que una canción era un manual.

Nunca quise saber qué era un carricoche, pero los muchachos de mi edad todavía creemos que Corro es una ciudad. Joaquín decía que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió, pero éramos chicos y todavía no lo habíamos confirmado aunque a partir de esa canción ya lo empezábamos a intuir. Yo ya tocaba, hacía canciones más o menos con los mismos tres acordes que utilizo ahora. Y quise escribir como Sabina, como él lo hacía en esa canción, era imposible escapar a esa influencia. Sus temas eran lecciones de letras, de literatura aplicada a la canción. A pesar de lo que me parecía entonces, no creo que me haya salido muy bien.

Yo escuchaba Serrat, Silvio Rodríguez, la Negra Sosa, Zitarrosa, cantantes en castellano de la generación de mis viejos, gente que tenía que ver con la palabra, que contaban historias. Sabina me pareció la renovación de eso. Más allá de cierta caricatura que le ponía a ese personaje suyo, tenía una rima, una capacidad enorme de contar. Las rimas son impresionantes: hay versos que tienen tres distintas con el verso siguiente. Sabina es alguien que está claramente más cerca de la pluma que de la viola. Es un jugador absoluto. Después terminó editando poemas y demostró que sabía cómo escribir, que no eran casuales sus letras.

Años más tarde lo fui a ver al Gran Rex y, como buen fan, me quedé una hora y pico en la puerta para pedirle un autógrafo, cosa que conseguí, porque salió caminando y se quedó hablando con las treinta personas que estábamos ahí. Ese autógrafo lo tuve años pegado en la pieza. Mucho después tocó en Bahía Blanca —que es de donde soy yo— y un amigo en común me invitó después del show a un bar donde estaba él. Fue increíble, estuvimos hablando un montón de cosas, sobre todo de literatura y música. Me dijo en un momento: “Debe haber dos o tres personas que saben más de mi música que tú... yo y mis dos músicos”. Me gustaría que lea estas líneas y quiera participar de invitado en mi próximo disco. O por qué no, que hagamos un disco juntos. ¿Será posible?


Mentiras piadosas es el noveno disco del cantautor andaluz Joaquín Sabina, que salió a la venta en 1990, antecedido por El hombre del traje gris (1988) y sucedido por Física y Química (1992). En aquella época, Joaquín Sabina empezó a hacer giras por Latinoamérica, lo que le hizo acercarse cada vez más a la música de países como México o Argentina. En su versión en casete, el álbum quedaba reducido a diez temas (se suprimían “Ponme un trago más” y “A ti que te lo haces”). En su versión en LP, tan sólo aparecían nueve temas (aparte de las dos anteriormente citadas, tampoco aparecía “Ataque de tos”). La llegada de Mentiras piadosas a nuestro país inició un romance con el público local que aún perdura.

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