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Domingo, 14 de junio de 2015

LA GUITARRA LUMINOSA

Entrevista A los 51 años, Johnny Marr está resignado a que siempre se lo recuerde como el guitarrista de The Smiths, a pesar de que la banda se separó cuando él tenía sólo 23 años. En esta entrevista, poco antes de tocar en Buenos Aires, habla de las otras bandas que tuvo durante todos esos años, de su nuevo trabajo solista, el excelente Playland, y de cómo fue volver a Manchester, su ciudad natal y gran factoría del rock inglés después de vivir varios años en los Estados Unidos.

 Por Juan Andrade

Cuando The Smiths encontró el punto final de su intensa, brillante y seminal historia, Johnny Marr tenía apenas 23 años. El guitarrista había compuesto junto a Morrissey gemas que ya eran himnos del rock británico, piezas fundamentales de una breve colección de discos que, con el tiempo, alcanzarían su estatura definitiva como monumentos sonoros del último tramo del siglo XX. Tan lejos de dormirse en los laureles como de explotar esa veta inaugural hasta el cansancio, Marr se embarcó a partir de entonces en una serie de aventuras musicales en las que puso a prueba no solo su talento, sino también su capacidad de adaptación a los entornos más diversos: el post punk de The The, el dance de Electronic, el pop arty de Modest Mouse, el indie rock de The Cribs. Por eso tiene gracia que, cuando un fan consigue preguntarle si tiene planeado volver con los Smiths antes de un exclusivo show en la BBC, su respuesta sea: “¡No volvería ni con Electronic!”.

“Para alguna gente siempre voy a ser conocido por eso y, por mí, está bien”, admite, con una cuota de resignación, al ser consultado sobre ese punto medular de su biografía. “Para mí, The Smiths fue una parte de mi vida y un buen aprendizaje temprano”, completa. A los 51 años, este caballero del rock británico ha renunciado no sólo al alcohol y a las drogas, sino también al encasillamiento en el laddism (“chabonismo”) en el que una y otra vez lo ubicaba la prensa por el simple hecho de haberse convertido en un héroe de la clase trabajadora manchesteriana. Ahora puede hablar de su simpatía por el veganismo o de su rutina semanal de kilómetros como entusiasta practicante del running, sin adoptar por eso el tono predicante de un converso. Su fe, después de todo, no ha cambiado. “El rock siempre va a reflejar a la cultura”, afirma. “Si la cultura necesita al rock tal como era en el pasado, ésa es otra cuestión. Pero los jóvenes siempre van a querer formar bandas, aunque no les importe nada todo lo demás. Es lo más grande que hay en el mundo para la mayoría de la gente, y me incluyo.”

A la hora de tomar la decisión de acoplarse a un grupo, ¿cuáles son las cualidades que deben estar presentes sí o sí? “Todas las bandas a las que me sumé como miembro estable eran de gente que tenía los mismos valores que yo: Matt Johnson en The The, Bernard Sumner en Electronic, Isaac Brock en Modest Mouse, los hermanos Jarman en The Cribs. Si me voy a comprometer durante varios años de mi vida, con el tiempo y la energía que eso implica, tengo que creer en lo que vamos a hacer juntos. Tuve mucha suerte de haber compartido bandas con toda esa gente”, dice, en una rápida mirada retrospectiva que abarca unas dos décadas de sociedades musicales de amplio espectro. “Con The Smiths no fue diferente, aunque formé la banda antes de conocer a los otros miembros, excepto a Andy Rourke. Todavía me cuesta creer que estuviéramos todos en la misma misión”, desliza. “Otras colaboraciones fueron buenas por el trabajo en sí, como las que tuve con Pet Shop Boys o Talking Heads”, completa.

LAS TARDIAS CANCIONES PROPIAS

Después de descorchar el nuevo milenio con Johnny Marr and the Healers, en 2013 debutó como solista a secas con el notable The Messenger. ¿Por qué tardó tanto en ponerse al frente de sus propias canciones? “Hice The Messenger porque tenía algunas ideas para canciones y pensaba que podían estar buenas. Fue la música la que me marcó el camino. Hacía poco que había terminado la banda de sonido de la película Inception y quería hacer algo diferente. Y también sabía que no quería sumarme a otro grupo, entonces las cosas cobraron un nuevo sentido para mí”, cuenta el guitarrista, cantante y compositor. El resultado es una calesita de riffs chispeantes, melodías saltarinas y estribillos pulidos con la sabiduría de un experto en el arte de la canción. “Cuando salió el disco, me sorprendió que fuera tan popular. No había pensado que podía interesarles a los medios, aunque sabía que era bueno y que podía gustarles a los fans que me venían siguiendo a través de los años y de las distintas colaboraciones en las que estuve involucrado. Mis fans son gente de cabeza muy abierta: les encantó The The y Electronic, y ahora les gustan mis discos solistas.”

Uno de los motores que puso en marcha esta nueva etapa creativa fue su regreso a Manchester en 2010, luego de haber vivido cinco años en Portland, en los Estados Unidos. “Era importante ir adonde la atmósfera estaba bien para mí. Y ahora pienso que mi nueva música es un poco europea, Londres también aparece mucho en mi segundo disco, Playland: escribí alguna de las canciones ahí, junto al río. Berlín también era parte de The Messenger. La canción ‘New Town Velocity’ habla directamente de mi vida cuando era joven, lo mismo que ahora ‘25 Hours’, de modo que Manchester juega una parte importante en estos temas. Yo siempre confié y me apoyé en mi entorno, de hecho traje a The Smiths de vuelta a Manchester en 1985 para hacer Meat Is Murder y The Queen Is Dead”, revela. Antes incluso de fundar la banda que marcaría a fuego la historia del rock inglés, el pequeño John Martin Maher pateaba por las calles de Ardwick, en los suburbios y soñaba con jugar en la primera división del Manchester City, club del que es hincha.

Además de albergar a dos de los principales equipos de la Premier League, los Citizens y el Manchester United, la ciudad también es famosa mundialmente por una curiosidad demográfica: la desproporcionada cantidad de grandes bandas que han dado a luz sus habitantes. ¿Hay alguna razón oculta detrás de semejante factoría rockera? “El lugar de donde vengo, el mismo del que salieron Joy Division, Oasis y tantos otros, era mayormente de clase trabajadora. Y eso implica una actitud con respecto a la música”, dice Marr. “Cuando era joven andaba con gente que daba vueltas bajo las luces de la calle y paraba fuera de los negocios a la noche, sin nada que hacer excepto fumar y a veces tomar algo y hablar sobre ropa y música. Eso es muy distinto de lo que pasa en otras partes, donde las cosas son más fáciles y se puede intelectualizar más sobre la música y, también, tomarse un tiempo para hacerlo, porque no hay necesidad de escapar. La música fue una vía de escape para mí y para mucha de la gente con la que crecí: fue una experiencia bien ‘callejera’. La mayor parte del tiempo yo tenía que buscar refugio de la lluvia.”

ESCAPAR Y JUGAR

Si bien se desmarca del estereotipo de la estrella de rock, de la fantasía de la eterna juventud, a los 51 años sigue encontrando un sentido especial en el verbo “escapar”. Quizá diferente al que implicaba en su juventud, pero no menos central en su obra más reciente, Playland. El disco también se conecta a través de puentes invisibles con Homo ludens, el libro del filósofo e historiador holandés Johan Huizinga publicado en 1938, que analiza la importancia del juego en el desarrollo de la humanidad. “Ya tenía la idea general para el disco y también el título cuando descubrí Homo ludens, que me inspiró e hizo que siguiera algunos de sus conceptos”, confiesa el músico. “Estaba interesado en la idea de cómo se busca escapar a través del consumo de bienes y tecnología, escapar a través del alcohol, el sexo y el entretenimiento. No es todo crítica, es más como una observación: preguntarnos por qué no podemos estar dos minutos sin ser succionados por una distracción o una pantalla, sin tener la necesidad de comunicarnos constantemente. En algunos casos lo celebro, como en el tema que da título al disco.”

El segundo álbum de Marr salió apenas 18 meses después de su debut solista. A contramano de los estándares actuales de la industria, asegura, todavía se siente cómodo con la cultura en la que se forjó como artista: las bandas que iba a ver de chico, como Buzzcocks, Magazine y The Only Ones, sacaban un disco por año. Y si con The Messenger su propuesta era producir una música “vital y exuberante y luminosa”, con Playland esas cualidades se vieron potenciadas al máximo. El primer single, “Easy Money”, es puro magnetismo rockero con una letra que se puede leer como un ensayo irónico sobre el consumismo. “Todos hemos sido consumidores, desde la era postagricultural y el comienzo de la vida en las ciudades. En el Reino Unido y Norteamérica, el final de la Segunda Guerra Mundial marcó el comienzo de la última era moderna. Y eso tuvo un efecto en mi vida y en la cultura que conozco. La llegada de Internet y el mundo digital es como una nueva Babilonia, de alguna manera. Es una progresión increíble y vamos a ver qué pasa con el tiempo”.

Claro que no todo es teoría en el universo creativo de Marr. ¿Cómo describiría el proceso que desembocó en esa pieza maravillosa de guitarrazos circulares llamada “Easy Money”? “El riff apareció cuando enchufé la guitarra en una prueba de sonido en algún lugar de Norteamérica, durante la gira de The Messenger”, recuerda. “Lo fui llevando de acá para allá durante una semana, más o menos. Y me puse a escribir la letra. Sabía que quería que hubiera una canción sobre el dinero en el álbum, pero no quería que fuese algo pesado o serio. Entonces, cuando tuve la melodía terminada, empecé a hacerla. Y la verdad es que escribí un montón de letras para el tema. Es muy difícil hacer algo que es repetitivo y conseguir que suene bien. También quería que sonara upbeat, pero a la vez tenía un mensaje: ‘we used to walk the streets’ y ‘cash for fantasy’, por ejemplo, hablan de temas como vivir en la calle o la prostitución. Me acuerdo que la grabé durante la noche, en el micro de gira. Y, en plena la madrugada, tuve que pedirle varias veces al chofer que parara para poder cantar los versos.”

A pesar de sus distintas encarnaciones, el estilo de Marr como violero es tan reconocible como único: contiene elementos pictóricos o, al menos, visuales, juegos de colores, luces y perspectivas. “Yo creo una actitud en mi cabeza cuando estoy tocando. Las imágenes vienen cuando lo vuelvo a escuchar, quizás. Honestamente, no puedo explicarlo, porque siempre evito analizar mi manera de tocar”, dice. ¿Busca la perfección o la innovación? “Perfección puede significar diferentes cosas para diferentes personas. A mí me gusta tocar con precisión, pero como guitarrista no me interesa la técnica en sí misma. Cualquiera puede desarrollar una buena técnica. Lo que busco es tener ideas que me estimulen y un sonido propio. ¿Cuán bueno es un pintor que es técnicamente brillante pero que pinta cosas aburridas? Eso pasaba todo el tiempo cuando era un adolescente y era lo que yo quería cambiar”, agrega. “Supongo que mi estilo está basado en el arte de la música pop: es una guitarra Pop Art. Yo quiero decir algo con cada nota que toco, aún si es algo frívolo o comercial o pegadizo. No creo que la guitarra sea algo para perder el tiempo. Para mí es una máquina para hacer arte comercial.”

Johnny Marr toca el miércoles 17 en Niceto, Niceto Vega 5510. Entrada desde $ 400. A las 21.

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