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Domingo, 23 de noviembre de 2003

PERSONAJES

La ciudad y los perros

Despotrica contra el Papa. Considera que, si Dios existe, no sirve para nada. Ofrece como prueba su Colombia natal, donde sólo encuentra pobres diablos que se reproducen y violencia desenfrenada. Sus libros son de tal virulencia melancólica que parecen escritos por un muerto en vida. Y ni siquiera el reconocimiento lo aplaca: donó los 100 mil dólares del Premio Rómulo Gallegos a la ignota Mil Patitas, una institución que cuida de los perros callejeros de Venezuela. Después de La Virgen de los sicarios, la novela filmada por Barbet Schroeder, acaba de aparecer El desbarrancadero, donde cuenta la muerte de su hermano a causa del sida. Entrevistado por Radar, Fernando Vallejo mantiene viva su leyenda.

POR claudio zeiger
Fernando Vallejo se ha ido instalando entre los escritores latinoamericanos con el peso rotundo de una escritura salvajemente autobiográfica, que si no es estrictamente verdad palabra por palabra, suena verídica y, más aun, merece a todas luces ser verdad. En las ocho novelas que lleva escritas, Vallejo no cuenta historias particularmente extraordinarias. Sus personajes no vuelan ni se creen predestinados o raros. Por ponerlo en términos de estéticas –viejas y nuevas– no son mágicos ni freaks. Pensar a Vallejo ligado a alguna moda o tendencia actual (por ejemplo, creer que La Virgen de los sicarios es “literatura de sicarios”, categoría que efectivamente se utiliza en Colombia) no se ajusta estrictamente a los hechos. Vallejo da la impresión de escribir al ritmo de lo que se le viene a la cabeza. En rigor, sus historias carecen de tramas muy estructuradas y sus personajes suelen ser más bien proyecciones de una primera persona omnipresente. Vallejo escribe como un fantasma condenado a vivir entre fantasmas de muertos vivos. Vallejo escribe como después del apocalipsis. Vallejo se ha quedado solo en el mundo y como último guardián inútil de una lengua castellana que oscila entre el “buen uso” y la expresión de ruptura, entre la corrección del gramático (profesión explícita del Vallejo que protagoniza La Virgen de los sicarios) y la amarga diatriba del escritor.
Vallejo viene escribiendo desde hace veinte años un largo Manifiesto Vallejista. Vallejo escribe en estado de manifiesto y de diatriba, recordando con ira y matizando la ira con humor negro, insultos a políticos, al Papa y a Dios padre. Radicalmente solipsista, su literatura parece reflejar exactamente lo que tiene el autor en la cabeza: sinceridad brutal, comicidad, ideas fijas, obsesiones, monomanías, sentencias, reflexiones explosivas.
En El desbarrancadero, la novela de Vallejo que acaba de publicarse en la Argentina, se narra la muerte de su hermano Darío. Darío, además de hermano compinche de las correrías juveniles de Fernando (según se narra en la novela El fuego secreto contenida en la pentalogía El río del tiempo), se muere de sida en Medellín. Vallejo viaja desde México, donde vive hace muchos años, con la consigna de curarlo de una vez por todas o, si eso no es posible, ayudarlo a bien morir de una vez por todas. Durante un tiempo, entre recuerdos familiares, consejos e intentos de cura, se despliegan los principales tópicos del credo vallejista. Vayan algunos ejemplos extraídos de El desbarrancadero (en rigor, se suelen repetir de libro en libro y en cualquiera de ellos se encontrarán ejemplos similares de El Modo Vallejo de ver el mundo):
* “Darío, hermano: uno tiene que elegir en la vida lo que quiere ser, si marihuano o borracho o basuquero o marica o qué. Pero todo junto no se puede. No lo tolera el cuerpo ni la sufrida sociedad. Así que decídete por uno y basta.”
* “La vida es un sida. Si no, miren a los viejos: débiles, enclenques, inmunosuprimidos, con manchas por todo el cuerpo y pelos en las orejas que les crecen y les crecen mientras se les encoge el pipí. Si eso no es sida, entonces yo no sé qué es.”
* “Los muchachos, Darío, son un bien público, no propiedad privada. Que los tome el que quiera y los pueda pagar.”
*“¡Cuál Dios, cuál Patria! ¡Pendejos! Dios no existe y si existe es un cerdo y Colombia, un matadero.”
* “Las bellezas se esfumaron y el humo se fue derechito al cielo de los recuerdos. Y no podía ser de otro modo, regidos como vivimos por las leyes de Murphy y de la termodinámica que estipulan que todo lo que está bien se daña, y lo que está mal se empeora.”
* “Y he aquí que volviéndome del país del peculado al país de los sicarios suenan afuera unos tiros de ametralladora, y el alma que me habían descosido los zancudos con sus cuchillas de afeitar me la vuelven a coser a bala las ráfagas de la metralleta. Colombia asesina, mala patria, país hijo de puta engendro de España, ¿a quién estás matando ahora, loca? ¡Cómo hemos progresado en estos años! Antes nos bajábamos la cabeza a machete, hoy nos despachamos con mini Uzis.”
* “¿Y quién le pone el cascabel al gato? Entre los treintinosecuántos millones de colombomarcianos, el único que reza en lo más profundo de su corazón para que Colombia jamás gane el Mundial de fútbol y desaparezca se lo pone: se lo pongo yo. Yo se lo pongo, y antes lo unto con cianuro por si la bestia lo lame.”
* “Iba el bus atestado de gentuza, que es lo que produce hoy día esta mala raza paridora. ¿Cuántos hay que contar en la monstruoteca para encontrar una belleza? ¿Mil? ¿Diez mil? ¿Cien mil adefesios? Mírense en el espejo antes de copular, de engendrar, de concebir, de parir, cabrones, ¿o es que tienen miedo de que se les pierda el molde? De pronto, sentadito con sus piernotas abiertas en una banca, vi un morenito de ojos verdes que me endulzó la mañana. ¡Ay, Espíritu Santo, puro sexo, qué horror! Definitivamente, sí, Dios existe, me dije. Y encomendándome a Él, al Ser Supremo, le pedí, le rogué por su santa madre en mis oscuridades interiores que me ayudara a conseguir esa belleza. Me oyó como oye la tapia llover la lluvia: el morenito se bajó en la calle Carabobo, en pleno centro, y por entre un hervidero de hampones y de ratas se me perdió. Moraleja: Dios sí existe, pero sirve para un carajo.”

LA MUERTE Y OTRAS CUESTIONES
Quizá sea un lugar común decir que la muerte es el tema de un escritor o un libro. Pero sucede que en El desbarrancadero simplemente es así. Y así lo confirma Fernando Vallejo desde México y así lo refrenda en las páginas del libro. Cuando acaban de anunciarle la muerte de su hermano por teléfono, Vallejo escribe: “Y en ese instante, con el teléfono en la mano, me morí. Colombia es un país afortunado. Tiene un escritor único. Uno que escribe muerto”. Y enseguida irrumpe el humor disolvente: “Me morí pues sin alcanzar a colgar y ahora, desde esta nada negra donde me paso lo que resta de la eternidad viendo los afanes del mundo y burlándome de sus embelecos, me pregunto por ociosidad una cosa: ¿de cuánto habrá sido la cuenta que le pasaron a Carlos porque no colgué?”.
Desde México, donde reside, Vallejo confirma su preocupación por la muerte como tema: “Desde que estaba muriendo mi hermano decidí escribir un libro sobre su muerte: El desbarrancadero. El libro me acompañó varios años en la cabeza sin que me decidiera a empezarlo. Sabía que tenía que contar no sólo la muerte de mi hermano sino la mía propia. ¿Pero cómo contar la propia muerte si uno escribe siempre en primera persona? ¿Cómo decir ‘me morí’? La solución me la dio un espejo. Los espejos son en el fondo inexplicables y sirven para hacer verdaderas maromas. Después refrendé mi muerte con un libro más, La rambla paralela”.
En efecto, en El desbarrancadero, los hermanos se relacionan de forma especular: el recuerdo de uno es la agonía del otro, sumido en el olvido de sí mismo gracias a la marihuana y el aguardiente. Cuando uno muere, el otro también lo hará, aunque esa muerte sea simbólica o literaria y Vallejo siga vivo. Y en el medio hay más muerte: la del padre de los hermanos, también narrada en este libro con ese tono a medias entre la burla y la elegía.
Vallejo ha logrado un reconocimiento generalizado con la publicación de La Virgen de los sicarios y la posterior película de Barbet Schroeder. Ya su obra había trascendido en México y Colombia, pero es evidente que el impacto de La Virgen... y la reciente obtención del Premio Rómulo Gallegos le han dado al autor una proyección en todos los países de habla hispana.
Paradójicamente, ese éxito lo ha ido poniendo cada vez más cerca del silencio, con el que viene coqueteando (tanto como coquetea con la muerte, su gran tema) desde La Virgen de los sicarios.
“La verdad es que una vez que escribo un libro, lo olvido. Si después tengo que recordarlo es porque los periodistas me preguntan sobre él. Sólo escribo sobre cosas que he vivido y tomo la literatura como un borrador derecuerdos. Me hago la ilusión de que después de pasar lo vivido al papel, lo olvido”, dice Vallejo. “Siempre digo que no, que no quiero escribir más, que el libro que acaba de aparecer va a ser el último, como dije con La rambla paralela. Pero después me arrepiento, vuelvo a caer en lo de siempre, en la tomada de pelo. Vaca vieja no olvida el portillo.”

MIL PATITAS
Resulta difícil hacer opinar a Vallejo acerca de otros escritores, tendencias o lecturas recientes. Empezó a escribir bastante después del boom latinoamericano y según confiesa no lee a ningún contemporáneo (y menos a los del boom latinoamericano). Más allá de sus propios dichos, se sabe que Vallejo se dedicó muy seriamente al cine –estudió en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma, el mismo sitio donde recaló Puig al irse de la Argentina– y filmó varias películas en México, además de haber participado activamente como guionista en el film de Schroeder. En un momento abjuró del cine (un arte menor, lo consideró, frente a la literatura), escribió una gramática, incursionó en la biología y la medicina, y desde los años ochenta comenzó a publicar las novelas autobiográficas luego agrupadas en El río del tiempo.
“Desde que empecé a escribir regularmente hace unos veinte años no leo nada de literatura, sólo libros y revistas científicas, primero de biología y últimamente de física”, señala Vallejo. “De hecho escribí un libro de biología, La tautología darwinista, para burlarme de Darwin, y ahora pienso escribir uno de ensayos de física para desenmascarar a Newton, a Maxwell, a Einstein y a otros granujas y farsantes de su calaña.”
Si alguien creyó peregrinamente que la obtención del Premio Rómulo Gallegos iba a aquietar, aplacar, normalizar, encarrilar o sedar los ímpetus y arrebatos de Vallejo, obviamente se equivocaba. Sigue en la ruta, sea que vaya a continuar escribiendo o se llame a silencio. Primero armó el respectivo revuelo cuando hizo declaraciones en contra de Hugo Chávez, quien, al momento de anunciarse el premio en Venezuela, había organizado una gran donación de libros a bibliotecas populares. Vallejo no se mostró muy conmovido cuando se lo consultó al respecto (“Si es gente que no lee libros, ¿para qué los donan?”), pero el colmo de la locura llegó cuando anunció que, hablando de donar, él mismo iba a donar los cien mil dólares del galardón a... los perros de Venezuela.
Confieso que hasta ahora pensé que se trataba de una humorada de Vallejo porque tiene, precisamente, ese tipo de humor capaz de refrendar con sus actos excéntricos. Por eso la última pregunta a la distancia fue si ese gesto se trató de una ironía hacia el sistema literario o el género humano, o si en verdad fue un acto de amor a los animales. La respuesta no tardó en llegar: “Fue por amor a los animales. Le regalé el dinero de ese premio, cien mil dólares, a la asociación venezolana Mil Patitas de la señora Fiorella Dubbini. Además, el discurso de aceptación del premio en la sede del Celarg en Caracas la dediqué a burlarme de Cristo y Mahoma, y a insultar a ese par de impostores que con sus enseñanzas ridículas han consagrado entre millones de personas el atropello a los animales. El cristianismo y el mahometismo son las plagas máximas de la humanidad, peores que la malaria y el sida. Yo les declaré la guerra y, aunque ya voy saliendo de este mundo, se las pienso ganar”.
Sostiene Vallejo.

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