radar

Domingo, 9 de agosto de 2015

CINE NICK CAVE

PASAJERO EN TRANSITO

Si los documentales sobre estrellas de rock buscan develar al hombre detrás de la máscara de la estrella, 20.000 días en la Tierra, el docu ficción de los directores Ian Forsyth y Jane Pollard sobre Nick Cave, logra el efecto casi contrario: contar entre la ficción y los testimonios reales, la vida cotidiana del cantante y compositor que, tras vivir los días que indican el título, acepta el grado de artificio que conlleva el arte.

 Por Mariana Enriquez

Hace un mes, uno de los hijos gemelos de Nick Cave –Arthur Cave, de 15 años– se cayó de un acantilado en Brighton, la ciudad de veraneo donde vivía con su familia, completada por su hermano Earl y su mamá, la modelo y diseñadora Susie Bick. Fue un accidente del que no se saben mucho más detalles, aunque algunos especularon con que podía tratarse de un suicidio, teniendo en cuenta que Arthur era adolescente y el hijo del hombre que escribió las mejores canciones tristes, oscuras y trágicas de la historia del rock. Pero no: fue solamente mala suerte, desgracia, las desdichas de la vida.

Muchos más se preguntaron sobre qué iba a escribir Cave ahora. Qué desasosiego exploraría; él, que de un desamor puede hacer cinco minutos musicales de absoluta angustia y belleza, ¿musicalizará la muerte de un hijo? Todo eso, claro, es especulación y sería más recomendable el silencio ante el duelo. Pero interrogantes parecidos y cierta sensación de incredulidad se repiten frente a 20.000 días en la Tierra, el docuficción sobre Nick Cave dirigido por Ian Forsyth y Jane Pollard que, después de alguna proyección aislada y su estreno en el BAFICI se estrenará en Bama Cine Arte con apenas cinco funciones.

20.000 días en la Tierra es una película extraña, entre el documental y la ficción, con varias escenas recreadas o actuadas y otras deliberadamente fronterizas. Así, dicen los directores -–amigos personales de Cave y los responsables de los documentales que acompañaron las recientes reediciones de lujo de todos sus discos– lograron acercarse más a la verdad, retorciéndola, recreándola. Después de todo, es una película sobre el proceso creativo. Y también –esto es lo que la vuelve, ahora, irremediablemente triste– es una película que funciona como balance de una vida. Un balance positivo. 20.000 días en la Tierra no es autocelebratoria porque la personalidad de Nick Cave no lo permitiría -–es un hombre con muchísimo más humor y menos narcisismo del que aparenta– pero sí se permite evaluar una carrera, decir sí, hay canciones extraordinarias, sí, ya me hice un lugar entre los mejores compositores de la segunda mitad del siglo XX –y comienzos de éste–.

La película empieza con Cave levantándose de la cama: la bella Susie Bick duerme y no se la verá nunca. Se trata, dice, de su día 20.000 en este mundo y entonces lo que sigue es una recorrida por ese día: su método de trabajo, un rato en el estudio de grabación, una visita a Warren Ellis, su ladero, mejor amigo y violinista donde se cuenta una extraordinaria anécdota sobre Nina Simone que no contaremos aquí, un fragmento de una sesión con su analista, una recorrida por su archivo, todos sus papeles y fotos y grabaciones y videos atesorados en un sótano. Sólo que no todo es lo que parece: el analista es de verdad un psicólogo, se llama Darian Leader, pero no es el terapeuta de Cave y, es más: es la primera vez que se encuentran. La improvisación, breve y simpática, incluye preguntas reales del profesional y respuestas imprevisibles de Cave. “Nick es muy mal actor”, dice Jane Pollard, la directora, pero es muy bueno haciendo de sí mismo. El archivo que recorren y sobre el que Nick comenta –y al que desciende– en realidad está en Australia, su país natal. El que muestra la película es un decorado. Pero las fotos que le muestran son reales y sus reacciones no están ensayadas. Cave cuenta cuando su padre le leyó Lolita; habla con Warren Ellis de Jerry Lee Lewis mientras comen; dibuja en sus cuadernos y charla con Ray Winstone, el actor, su amigo, el protagonista del video Jubilee Street.

El mejor momento de la película también cruza realidad y ficción. Cave maneja de verdad su auto, en este día supuestamente muy ocupado. Y al auto, como si él fuera un chofer de taxi, se suben personajes de su pasado, amigos, colegas. La ausencia más notable es la de Mick Harvey, que lo acompañó en los Bad Seeds durante treinta años y que, cuando se fue de la banda, quebró la amistad como si se hubiese tratado de un matrimonio. (Y quizá lo fue). Sube Kylie Minogue y hablan de ese extraño dúo que hicieron juntos, la murder ballad “Where The Wild Roses Grow” y cómo él, un cantante de culto, logró llegar a ella, un icono pop: a través del fallecido Michael Hutchence, entonces novio de Kylie y amigo de Cave. Sube Blixa Bargeld, que también dejó los Bad Seeds --de manera brutal: apenas mandó un email de despedida y nunca hubo más contacto--, y tienen una conversación sorprendente, afectuosa, donde parecen estarse diciendo cosas pendientes pero impregnadas de cariño. Cave sabía que los directores iban a subir gente al auto y también sabía a quiénes, pero las conversaciones son espontáneas o, mejor dicho, improvisadas. “Con la ficción llegamos más cerca a la esencia de las cosas”, dijo Cave sobre la película, “y 20.000 días en la Tierra también se trata de eso”.

Y después, por supuesto, están las canciones. La película se grabó durante la composición de Push The Sky Away el breve y excelente último disco de Nick Cave & The Bad Seeds y además de documentar la génesis y el registro de esas canciones en un estudio de Francia, culmina con un recital en la Sydney Opera House –un show real y programado en la gira– que es intenso y sorprendente, resulta difícil de creer que Cave ya tiene 57 años y todavía es capaz de conjurar esa energía incandescente llena de magia negra, romanticismo, blues y punk rock.

Lo que no hay en 20.000 días en la Tierra son revelaciones. No es un documental sobre “el hombre tras la máscara”. Más bien todo lo contrario. Dice Ian Forsyth: “Hay una tendencia en los documentales de los últimos años en tratar de mostrar al hombre tras la estrella de rock, a la persona detrás del mito, a pelar las capas del personaje y el artificio. Pero nosotros pasamos mucho tiempo con Nick, somos amigos, y nos parecía una propuesta imposible hacer eso. Nosotros sentimos que la mitología y la creación de un personaje es lo que Nick realmente es”.

Hacia el final de 20.00 días en la Tierra, Nick Cave mira televisión con sus dos hijos más chicos: uno es Arthur, el chico que se mató. Es una escena de cierre: el hombre que no es tan distinto a los demás, que escribe canciones durante el día y, cuando vuelve de la oficina, come pizza frente a la tele con los chicos. Es un momento tan impregnado de artificio como los demás, pero es imposible no verlo distinto ahora porque la tragedia lo ha vuelto nostálgico y real, una especie de grieta premonitoria, un homenaje impensado en esta carta de amor de dos directores que, además, son fans. Y que lograron lo impensable: la complicidad de uno de los músicos más famosamente refractarios a cualquier exposición fuera de las canciones y los escenarios.

20.000 días en la Tierra se puede ver en Bama Cine Arte, Avda. Pres. Roque Sáenz Peña 1150, a pasos del Obelisco, desde el jueves 13 al domingo 16 de agosto, siempre a las 20.30. El sábado, función extra a las 22.30.

Compartir: 

Twitter

 
RADAR
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.