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Domingo, 3 de enero de 2016

MOVIMIENTOS > KRAUTROCK

RECUERDOS DEL FUTURO

A fines de los ’60 y principios de los ’70, Alemania Occidental todavía estaba en reconstrucción y veía nacer un género heterodoxo, el Krautrock, más unido por una manera de entender la música que por similitudes genéricas. Kraftwerk, Can, Neu!, Popol Vuh, Faust: todos nombres sin los que, hoy, es imposible entender el hip hop, el techno, el ambient y tantos otros géneros influenciados por esa generación de jóvenes alemanes que se negaban a entender la canción rock en su formato convencional e incluso la estructura de banda. Ahora acaba de editarse en Argentina el notable libro Future Days: el Krautrock y la construcción de la Alemania moderna y en esta entrevista su autor, el periodista David Stubbs –con amor de fan pero también con investigación histórica– revisita en primera persona aquellos sonidos extraños e inquietantes que cambiaron su adolescencia.

 Por Andrea Guzmán

Miembro honorario de la icónica revista musical británica Melody Maker, David Stubbs guarda como un punzante recuerdo de iniciación la primera vez que se aventuró a compartir con sus amigos de la secundaria lo que él consideraba el descubrimiento de su vida. Incómoda y escandalosa fue la reacción general ni bien la púa rozó en el tocadiscos el álbum debut de Faust, el primer lanzamiento de la banda alemana tan inclasificable como desconocida para la juventud europea de entonces. Un collage de ruido y más ruido, murmullo electrónico y sintetizadores caóticos, reminiscencias beethovenianas y un devenir de canciones totalmente desformateadas que jamás explotaban y que se construían y construían, en un loop de repetición hipnótica. Del callado desconcierto a las risotadas burlonas y estridentes, y luego a la furia total osciló la recepción de los adolescentes que en ese momento adoraban a Pink Floyd y Led Zeppelin. “Les fastidiaba el simple hecho de que pudiera existir una música semejante”, recuerda Stubbs. No era una reacción demasiado aislada: ya a principio de los años setenta en Alemania, en una extraña reversión de esa cólera juvenil que describe el periodista británico, un asistente era apuñalado en una de los primeros shows de Faust durante una acalorada discusión en el público. “Era el mismo tipo de enojo que los futuristas habían provocado con su presencia y que solían terminar con el público generando disturbios”.

Así, caótico y apasionante, y por momentos también doloroso y anclado en su nacimiento desde el trauma, describe Stubbs los orígenes del género en su libro Future Days: el Krautrock y la construcción de la Alemania moderna, que acaba de ser editado en español a través de la editorial Caja Negra. Entre la terca resistencia y el desconcierto que generan las vanguardias y ubicado concretamente en las particularidades de una Alemania de posguerra que se reconstruía de a poco, mientras el rock sentaba base en Estados Unidos e Inglaterra. El libro es un imperdible para los fanáticos del género pero sin embargo también se perfila como documento académico e histórico, cruzado por un anecdotario de colección y escrito en primera persona con verdadero amor de fan por el que también fue, junto a Simon Reynolds, uno de los fundadores del clásico y educativo fanzine Monitor.

TERRITORIO DE DISIDENCIA

Si no fuera por el Krautrock; el hip hop, el techno, el electropop o el ambient tal vez no se hubiesen desarrollado, se aventura a decir Stubbs. “El ADN del Krautrock, está en casi todo, es increíble que las generaciones sigan revisitándolo”. Y es cierto que personalidades de lo más variopintas aseguran que descubrirlo les resultó una experiencia reveladora o lo citan para agregar una pizca de referencias inusuales a su discoteca. Hablamos de Stereolab y Talking Heads, pero también de grupos como Coldplay y U2. Sin embargo, el Krautrock en si, lleva más de treinta años muerto y su desarrollo fue tan vertiginoso y heterogéneo como silencioso, casi anónimo en su misma Alemania Occidental natal y quizás con similitudes entre sus integrantes que tienen más que ver con una impronta ideológica y con una manera de hacer las cosas y de concebir la música, que particularmente con lo sonoro y genérico. Ahí está la electrónica industrial y despojada de guitarras de Kraftwerk, la psicodelia funky de Can, el minimalismo caótico de Neu!, la grandilocuencia cuasi religiosa de Popol Vuh o los mismos renegados ruidoso de Faust. Retratos de una juventud alemana que se negaba tanto a replicar las formas del rock y el blues dominante –esa imposición tiránica que encontraban en la existencia del verso y el estribillo– como al agotamiento del rock progresivo tal como se lo conocía, ocupándose en enmarañarlo en una especie de intento espontáneo y hereditario por elevar al rock al estatus de música clásica. “Sin embargo, esta no es una historia solamente sobre Alemania, de hecho en Alemania fue el lugar del mundo donde menos se escuchó, sino sobre esta música global para el tiempo futuro. El Krautrock es un territorio de disidencia en cualquier lugar del mundo porque no se trata sobre hacer canciones, sino de crear sonidos y con eso se puede relacionar cualquier persona”, se entusiasma Stubbs, al teléfono desde su Londres natal, sin esconder su fascinación personal por estas bandas que va más allá de la crítica musical y que acarrea desde niño. Todas repasadas en la investigación que el autor divide dedicando pertinentemente un capítulo a cada una, y también una aguda introducción explicativa, que no solo le llevó varios años, tanto de entrevistas a iconos del género como zambullidas en registros de historia universal, sino que una vida entera de peleas y desencuentros. “Tenía 11 o 12 años cuando supe del Krautrock. Había mucha gente fanática del rock clásico a la que esto le parecía ridículo. Y de hecho, les parecía divertido y estúpido que en Alemania se hiciese cualquier tipo de música. Yo creía que era fabuloso, la idea de usar música electrónica pura para hacer pop me volaba la cabeza. Cuando entré en la adolescencia en Inglaterra empezaron a hablar sobre Simple Minds, Johnny Rotten y John Lydon pero nadie nunca mencionaba estas bandas. Más adelante me cautivó entender que esta no era una forma ordinaria de hacer música, sino que había una conexión, una razón histórica para que existiese y que estaba ligada al fin de la segunda guerra mundial. Una generación dándose cuenta de que la cultura alemana estaba arruinada y que debía ser reconstruida desde cero. Y una rebeldía hacia el rock estadounidense, una forma de plantarse como juventud alemana”.

REINVENTAR LA MÚSICA

En una romántica y quizás algo ficticia declaración, Ralf Hütter de Kraftwerk aseguraba que el filoso sonido robótico de la banda se debía al recuerdo de los novedosos trenes eléctricos con los que habían jugado de niños. Si bien el baterista Klaus Dinger de Neu!, afirmaba que se basaba en la música nativa americana, el guitarrista Michel Rother cuenta que la inspiración para ese famoso beat repetitivo y funcional que se conoce como motorik y por el que su banda es caracterizada, surgió de la experiencia complicada y estratégica de jugar al fútbol con los muy talentosos deportistas integrantes de Kraftwerk. La historia del krautrock y este libro en particular, abunda de mitología y cierto misterio, a pesar de su callada pero poderosa influencia en la música actual, ésta ha sido una historia pocas veces contada. Hubo ciertas paradojas en su surgimiento, entre el ruido caótico y lo meditativo, el rechinar de los fierros y la industrialización, y los bosques tupidos y las maravillas naturales de su entorno. El desprecio por la cultura popular alemana que obviaba los horrores de su historia, y al mismo tiempo la necesidad de crear algo que los interpelara como juventud alemana y que se rebelara contra la herencia angloamericana. Stubbs postula que este sonido abstracto, tan eléctrico como electrónico es un mix que evidentemente tiene su correlato en la historia. Lo cierto es que después de la Segunda Guerra mundial, Alemania se encontraba en proceso de recuperación económica y en medio de la llegada de las grandes empresas norteamericanas a Europa. Con una economía y cultura colonizadas por Estados Unidos y los sonidos y tendencias de su época, adoptándola mansamente como una forma de evadir la pesadilla del nazismo. “El Krautrock se parece a un grito” narra Stubbs en su libro. “Los ecos de esta experiencia suenan en todo el Krautrock, son una de sus energías subliminales”. A la par del cine de vanguardia alemán, la juventud de la época, heredera de la generación que padeció los horrores de la guerra, encontró en este contexto la vía para regenerar una identidad cultural y artística adaptada a su contexto y sus circunstancias, amparados en la experiencia de la Bauhaus, la psicodelia y el hippismo con su celebración de la vida comunal y la radicalidad política. Pero también inspirados por la música clásica europea, las composiciones electroacústicas de Stockhausen, la estética moderna y una ironización del bienestar económico y la industrialización reinante. “Del mismo modo en que Alemania tuvo que ser reconstruida después de la guerra, nosotros tuvimos que crear todo desde cero. La música no existía y tuvimos que inventarla” dice Ralf Hütter en la investigación.

El autor cuenta que para escribir el libro tuvo que referirse siempre a este tipo de música como “música experimental alemana”. El término kraut, que significa chucrut, fue originalmente utilizado para hablar despectivamente de los alemanes durante la guerra, y ciertamente Krautrock no fue una forma propia de ironizar, sino un término engendrado por la crítica musical inglesa. Para la generación en cuestión, la palabra levanta cierta molestia y jamás se la usa para autodenominarse. “Sin embargo creo que después de tantos años esa connotación ya no existe. Es un término que engloba algo, porque todos tienen algo en común, no es solo música experimental, es un estado de la mente, una aproximación a la música y la razón por la que la hacen. Una forma de producción comunitaria, sin estrellas que además se rebela contra la figura del frontman y del rockero clásico, incluso contra esa postura falocentrica que arruinó tanto el rock angloamericano” dice Stubbs. “Hablamos de músicos que son realmente pro, innovadores que le dieron riqueza académica al rock. Estas bandas siguen impresionando a las generaciones, por eso le puse Future Days al libro, creo que mucho de la música rock siempre está pensando en el pasado, es nostálgica. Pero esta música es futurista, invierte en el futuro. Creo que en el 2035 las bandas van a escuchar estos discos y van a seguir encontrando nuevas interpretaciones en ella”.

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