radar

Domingo, 8 de febrero de 2004

CINE

El profesor hippie

Hasta ahora todas las películas de Richard Linklater compartían dos cosas: 1) transcurrían durante un día o una noche; y 2) capturaban ese espíritu de diletancia y crisis que vive en adolescentes, jóvenes y no tanto. Escuela de rock rompe el molde por partida doble: transcurre durante varios días y está repleta de niños. Pero el espíritu slacker sigue presente y hasta se da un lujo único: ganar.

 Por Mariano Kairuz

La nueva, la más exitosa película de Richard Linklater, tiene algunas cosas en común con su filmografía previa, y a su vez es absolutamente diferente. Tiene algo del espíritu que atraviesa casi toda su obra (con excepción de La pandilla Newton), esa cuerda que une a Slacker, su largometraje debut filmado trece años atrás con un presupuesto ínfimo en su Austin, Texas natal, con Despertando a la vida, su serie de viñetas sobrecargadas de preocupaciones, diálogos y monólogos existencialistas, registradas en video digital y convertidas en un raro largo de animación experimental hace poco más de dos años.
El punto de partida de Escuela de rock es ese aparente flotar en la nada en el que se encuentra Dewey Finn (Jack Black, el cantante de Tenacious D, ladero de John Cusack en Alta fidelidad y protagonista de Amor ciego de los Farrelly) y que comienza a transformarse en algo más, en algo parecido a la desesperación, cuando es expulsado de la banda en la que toca y su amigo Ned (el guionista Micke White) y la intolerante novia de éste lo amenazan con echarlo también de su departamento si no paga el alquiler. Dewey es irresponsable y un tanto egoísta (su ex banda no aprueba, por ejemplo, los larguísimos y caprichosos solos eléctricos con que el guitarrista suele obsequiarse a sí mismo en sus recitales sobre los pequeños escenarios de bares de los que pareciera que no van a escapar jamás). Pero el slacker que vive dentro de él será redimido a lo largo de la película. Y es que para Linklater –que no escribió la película, pero que habló de esto más de una vez, en especial cuando la expresión “slacker” estaba menos gastada y todavía no era un indiferente sinónimo del también vaciado “generación X” de su amigo Douglas Coupland– sus personajes no son meros vagos sin absolutamente ningún propósito en la vida, “socialmente improductivos y sin nada para ofrecer a los demás”, sino personas que tal vez se hallen transitoriamente perdidas, en busca de su identidad. Son los chicos de Rebeldes y confundidos, su segunda película (1993), todavía contenidos por el colegio secundario, y los veinteañeros de SubUrbia (1996, que aunque estaba basada en una obra de Eric Bogosian fue considerada por Linklater como una suerte de secuela de Rebeldes...). En Despertando a la vida, como en Slacker, ese vagar sin rumbo abre caminos para el pensamiento; dispara puntos de vista, teorías y discusiones, y deriva en lógicas extrañas, en abstracciones, proponiendo múltiples realidades –incluyendo las de los mundos oníricos–, y albergando siempre un elemento de contradicción y de especulación, paranoia y temor conspirativo (es muy común que sus personajes propongan hipótesis tales como que los “fundadores de la patria” eran fumones pertenecientes a cultos de adoradores de la vida extraterrestre). El slacker de Linklater es productivo a su manera. No es que Dewey, el menos autoconsciente y verborrágico de los slackers de Linklater, parezca dedicar muchas horas diarias al pensamiento abstracto (ni al más práctico, para el caso), pero al poco tiempo de verse al frente de una clase como maestro suplente en una escuela primaria comienza a generar una experiencia única en su vida y en la de sus alumnos, y todo a partir de la cultura rock que tan perezosamente viene cultivando desde siempre. Es como La sociedad de los poetas muertos o Adiós Mr. Chips o esas sub-versiones más recientes y mediocres que son Lección de honor y La sonrisa de Mona Lisa, pero sin Carpe Diem ni solemnidades de ningún tipo. Es la hora de ese supuesto bueno-para-nada al que amenazaron con quemarle sus guitarras y dejarlo en la calle, y que no ha resultado favorecido por el Dios de las bandas de garage. Es la hora del falso maestro inspirador de grupo de chicos que todavía son lo suficientemente chicos como para poder creer, chicos “que podrán ser lo que quieran en el mundo”. Es el triunfo del slacker.
A diferencia de casi todas las películas previas de Linklater, Escuela de rock no transcurre en un solo día o una sola noche (como Slacker,Rebeldes, SubUrbia, Antes del amanecer, el telefilm “teatral” Tape y Despertando, que parece no tener tiempo) ni está desbordada de diálogos ni tesis conspirativas. Es, dice su director, una película sobre el rock. También lo decía sobre Rebeldes y confundidos, a la que nunca le gustó que se la definiera como un film sobre el consumo de drogas (Linklater se cansó de decepcionar a sus acólitos aclarándoles que no, él no es un drogón) ni tampoco como una película nostálgica, ya que no recuerda a los años setenta como una época a la que le gustaría volver, precisamente. Lo que sí la ancla en aquella década, y lo mismo parece pasar con Dewey, es la música. Si Rebeldes... transcurre en 1976, cuando Linklater estaba en el secundario, en Escuela de rock casi no hay canciones de menos de quince años de antigüedad, y Dewey se escandaliza al descubrir que sus alumnos desconocen totalmente a Jimmy Page y Robert Plant: “¿Qué les enseñan en esta escuela?”.
“Un recital de rock puede cambiar el mundo”, les lanza a sus chicos mientras convierte a la clase en una banda rockera según dos de sus concepciones primordiales de la música profesional: 1) que habrá un papel para todos en o alrededor de la banda, ya que no hay rock sin managers, seguridad, plomos, groupies y demás; y 2) que las letras y la música y energía de las canciones provienen de un estado de angustia no resuelto, de un odio visceral, una furia, una violencia que puede ser canalizada de la manera más creativa: “¿Qué es lo que más odian en el mundo?”, los arenga y los desafía Dewey, hasta descubrir al Kurt Cobain preadolescente del curso. Los protagonistas de Rebeldes... esperaban ansiosos un inminente recital de Aerosmith mientras en la banda de sonido de la película (Rebeldes y confundidos, que es el título de un tema de Led Zeppelin no incluido en el film por cuestiones de derechos) desfilaban Dylan, Kiss, Deep Purple, Alice Cooper, Lynyrd Skynyrd, Frampton y otros vejetes. Más o menos lo mismo que podría llegar a escucharse en Escuela de rock, que está salpicada por pequeños grandes placeres tales como (entre temas de los Modern Lovers y AC/DC) Moonage Daydream de Bowie y Edge of Seventeen, la canción de Stevie Nicks que Dewey utiliza para cautivar a la algo tensa directora de la escuela (una muy divertida Joan Cusack). Hay un cuarto de siglo entre una y otra, pero la canción sigue siendo la misma.

Compartir: 

Twitter

 
RADAR
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.