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Domingo, 25 de julio de 2004

ENTREVISTAS

Súbete a mi moto

El dinero, Latinoamérica, Hollywood, los Oscar en plena guerra, Cuba, los hijos de la revolución, el error globalifóbico, Almodóvar y el problema de hablar en argentino: de paso por Buenos Aires para presentar Diarios de motocicleta, la película de Walter Salles en la que interpreta al Che Guevara, Gael García Bernal habló con sensatez y sentimiento de su vida en América a ambos lados del Río Bravo.

Por Mariana Enriquez

La prensa francesa llamó “sex mex” a Gael García Bernal en el último Festival de Cannes, descripción que le causó gracia y lo puso un poco nervioso. Siente que es una exageración. Igual que lo de “estrella”. Llega a la charla con Radar en jeans y con una remera raída de The Cure; tiene un corte de pelo estilo Rolling Stones años 70, patillas y es muy bajito, tanto que, de espaldas, podría pasar por un chico de doce años. Y está un poco deprimido: hace menos de doce horas que la selección mexicana quedó afuera de la Copa América, después de un penoso 0-4 contra Brasil. “Esto de ser mexicano y que te guste el fútbol es muy complicado”, suspira. “A uno no debería importarle tanto, pero es que me pega mucho, de verdad. Cuando ganan, qué lindo es, y qué triste cuando pierden. ¿Sabés una cosa? El fútbol sirve para la actuación, es una metáfora de la vida. Es fácil usar términos de fútbol para entenderse. Cabecear, gritar, pedir que te la pasen. Con Rodrigo (De la Serna) jugamos mucho al fútbol durante el rodaje de Diarios de motocicleta y nos peleamos como locos. Pero también nos ayudó para comprendernos mejor.” Y, mientras piensa en eso de que lo llamen una estrella, apela a otro ejemplo futbolístico. “Yo no soy una estrella. Batistuta es una estrella. Está acá, en este hotel, de incógnito. Creo que vino a hablar por un eventual pase. Me quedé frío cuando lo vi. No sé si ir a hablarle o qué.”
Gael García Bernal estuvo en Buenos Aires para el estreno de la película de Walter Salles que recrea el viaje iniciático de Ernesto Guevara de la Serna y su compañero Alberto Granado por América latina apenas despuntaba la década del 50, mucho antes de que el Che fuera el Che. A primera vista, parece algo extraño que una película sobre Guevara sea dirigida por un brasileño, protagonizada por un mexicano y un argentino, con música de un uruguayo (Jorge Drexler). Pero a Gael le resulta lógico: “Creo que tiene que ver con el ideal panamericano del Che. Es un buen homenaje que todos trabajemos en conjunto”.
¿Qué te provocó hacer el mismo viaje que el Che?
–Fue impresionante, porque entonces él tenía la misma edad que yo, 24 años. Lo más fuerte fue llegar a Perú, a Cuzco. Nunca había estado ahí. De hecho, apenas conocía el continente. Fue un vector de mucha intensidad que es un antes y después para un latino. La gente no habla español, por ejemplo. Suena lógico el shock, pero va más allá, te hace preguntarte cosas. La política económica excluyente dice que no hablar castellano es subdesarrollado, que hablar quechua no es desarrollo, y ahí te das cuenta de que no es así, que no tiene nada que ver con eso. En definitiva, ¿qué es el desarrollo? ¿No lo es explotar la tierra y fertilizarla y hacer un sacrificio? Todo esto que estoy recalcando es muy sencillo y evidente, pero es un impacto semiótico muy interesante porque te cambia de parecer todo. Uno puede saber ciertas cosas, pero experimentarlas de tan cerca te cuestionan de verdad, no de forma retórica. Terminás serenamente confuso. Sabés más, al mismo tiempo no sabés nada, pero tenés el confort de que las cosas no son tan sencillas. Por ejemplo, cuestiono mucho el grito globalifóbico. Está pervertido de una cantidad de tangentes inmediatas... no les creo. ¿Por qué tiene que haber observadores italianos en Chiapas cuando ellos tienen un problemón en Europa? Es fácil ser comunista desde París. La cultura occidental cree que la revolución o el crecimiento y el desarrollo latino tiene que ser puramente violento, no puede ser de otra manera. En eso nos han encasillado. Y me parece una injusticia, porque hay gente que lleva siglos olvidada, padeciendo esta violencia y esta colonización.
¿Cómo es tu experiencia personal con el Che Guevara?
–Conocer al Che también es un antes y un después. En la adolescencia, te dan revientes en la cabeza, te intriga cómo empezó todo, por qué y cómo acabó. Yo creo que en mi experiencia hay dos niveles, uno práctico y otro emocional. En el práctico, al ser hijo de la pos-Revolución Cubana en México, hay una relación muy grande con lo que sucede en Cuba. Crecí en una época donde las ideologías cambiaron mucho, cambió el flujo de gente yla información; crecí con hijos de exiliados, argentinos, brasileños, chilenos y cubanos exiliados de Batista. Mi familia es de izquierda, mis padres actores tenían en común la fascinación por la Revolución Cubana. Casi que sin la revolución yo no hubiera nacido. Dentro de la escuela y en el grupo que crecí permanentemente se hablaba del Che, y se debatía. Además te lo ponen en la escuela, la Revolución Cubana es curricular en la secundaria, es un pilar junto a la Revolución Mexicana, quizá por el socialismo enmascarado del PRI. Además había una memoria de las masacres y las dictaduras en América latina.
¿Y en el terreno emocional?
–A mí me mató ver el “Granma”, el barquito con el que salieron de México. Es tan pequeño. Llegaron y los acribillaron y los sobrevivientes se fueron a la sierra y ganaron. Es una locura. Y ahí empieza a afectarte en el terreno emocional, porque la aventura, junto con la efervescencia de cuando eres joven, te pega donde duele, te da la sensación de que se pueden hacer cosas. Ernesto Guevara era una persona con muchas virtudes y muchas imposibilidades, y estas últimas acrecentaban las virtudes que tenía. ¿Cómo puede ser que un asmático crónico nade el río Amazonas? Una persona saludable no lo puede nadar. El mito acrecienta y aleja a la persona. Lo más bonito es que es una persona que existió, y gran parte del reto de hacer esta película, lo que había que atisbar, es que era tan sólo un latinoamericano de 23 años y desde ahí creció su conciencia. Cuando leés al Che a los trece todo son sentencias, es muy fuerte, es muy político. Te conmociona.
¿Te costó aceptar el papel?
–Me dio mucho miedo, pero no dudé cuando supe que la hacía Walter, y cuando me contó que la propuesta era esta parte de la historia. Era la película del Che que quería hacer. Fue difícil por lo que representa el personaje para todas las personas en el mundo, pero mucho más complicado fue encontrarle al personaje una interpretación. Espero haberlo hecho con suficiente respeto, pero también con cierta respetuosa irreverencia.
¿Te preocupó el acento?
–Walter decía que no me preocupara, pero yo me volví loco. Además en los ‘50 hablaban de otra manera, con una “yé” menos marcada. Había un afán por tener una cierta universalidad; escuchas las grabaciones de aquella época y no se distinguen demasiado las nacionalidades. Escuché grabaciones del Che antes de que saliera de Argentina y hablaba como un neutro, si eso existe.
Ya hablaste en “argentino”, en Vidas privadas...
–Pero era distinto, porque era un acento contemporáneo, podía copiar cómo hablaba la gente. Esa película me dejó muy buenos recuerdos. Yo no estuve aquí con la debacle, sé que le fue mal y la crítica fue muy dura. Mucho encono, muy mala onda. Quizá fue prejuicio con Fito, porque es rockero, no sé. Pero a nivel de la experiencia fue fabuloso, hice amigos entrañables, lazos inquebrantables. Conocí este país, que es como mi casa, junto con Cuba. Es una pena que la hayan destruido así.
Alberto Granado estuvo muy cerca de ustedes durante el rodaje. ¿Cómo fue trabajar con él?
–Nos apoyábamos en él para todo, ante cualquier inseguridad en el rodaje. En general siempre coincidíamos, si no sabíamos lo que hacíamos, él nos decía que no sabía qué hacer tampoco. Ibamos de la mano. Sus libros son muy claros, y fueron clave. Considero a Alberto una de las personas más modernas del planeta. Una vez me dijo: “Mira Gael, aquí el personaje dice unas palabras en esa voz que te cuenta la historia (se refería a la voz en off). No trates de hacer su voz. Más bien utiliza la tuya, porque el Che no era más que un latinoamericano como tú”. Esa fue la válvula de escape para hacer la película. Porque necesitaba de nuestra experiencia personal, no existiría si no le hubiéramos puesto nuestro propio descubrimiento de los lugares y de nosotros mismos. Cambiamos mucho con la película. Y ha sido muy bonito observar a Alberto, y que nos acompañe en ese proceso.Cuando salíamos de Cannes después de la primera función, con la alfombra roja, las escaleras, las pantallas, la gente gritando, después de diez minutos de aplausos, me dijo: “Uy, tengo miedo de dormir y despertar en Córdoba vendiendo condones en una farmacia”. El pintaba para ser y era fuerte para él ver su propia vida en un momento crucial, donde decidió ser coherente consigo mismo y abandonar la vida que le parecía predestinada.

La revolución mexicana
La fiebre Gael se desató después de Amores perros, la película de Alejandro González Iñárritu, y se cimentó con Y tu mamá también de Alfonso Cuarón, donde actuó junto a su amigo Diego Luna. De pronto, Iñárritu filmó con Sean Penn, Cuarón dirigió la última Harry Potter, Diego Luna está bajo las órdenes de Steven Spielberg y Gael está a punto de estrenar su protagónico posiblemente consagratorio con Pedro Almodóvar en La mala educación. En cuatro años, pasó de ser un actor talentoso y atractivo a la próxima megaestrella, junto a sus compañeros mexicanos, actores y directores. Pero, insiste, él todavía no filmó una sola película en Hollywood, y eso que el acento no sería un problema, porque tiene un inglés casi perfecto gracias a sus años de estudio en la Escuela de Arte Dramático de Londres –fue el primer latinoamericano que logró ingresar allí. Sin embargo, lo invitaron a la tensa entrega de los Oscar 2002, y ya tiene departamento en Nueva York.
¿Sentís presión por tanta expectativa?
–No. De verdad. Soy consciente de que fue como un huracán. Te das cuenta, pero te sorprende –ahora está de moda decirlo– de una manera más orgánica. Es diferente cuando se vive día a día. Es como a los niños que crecen, cuando les dicen cómo les creció el pelo o cómo le cambiaron los rasgos, y el niño dice “ya, ya”. Al niño ya le creció el pelo, no está shockeado. Es así un poquito. Y eso de que no es fácil, de la exposición, y la fama, y las opciones de trabajo, y el dinero... es mentira. Mucha gente piensa que gano mucho dinero. Los futbolistas en Europa ganan dinero, Batistuta es millonario, o Brad Pitt. Nos quedamos en las estrellas de antaño del cine latino, que ganaban muchísimo dinero. Esas cosas no te afectan tanto. Lo que te afecta es la vida que estás construyendo, de la misma manera que a todo el mundo. Te sorprende que ya podés ahorrar, que vivís de esto, y empezás a pensar, a preocuparte, y eso es lo que te aflige. Pero el descarrilamiento no existe. No tenemos un Hollywood. La maquinaria existe, podés tener el agente, el manager, el fotógrafo personal, hay gente que padece a los paparazzi, pero yo vivo sin eso, y se puede. Supongo que si fuera actor en Hollywood viviría con ese andamiaje y gastaría tiempo y dinero. Pero no tiene que ver con mi vida de hoy. No planeo mi carrera, no pienso las películas que tengo que hacer para llegar a ninguna parte. Más bien hago los trabajos que más me gustan de lo que me proponen. Y aprovecho el momento.
¿Cuál es tu próximo proyecto?
–No sé. Ha habido tantas pelis que digo que voy a hacer y no se hacen que prefiero no mencionar ninguna. Hay un proyecto que todavía está muy en pañales de hacer El capitán Alatriste, la adaptación de las novelas de Arturo Pérez Reverte. No sé qué va a pasar, pero estaría bueno hacerla, para trabajar con Viggo Mortensen. Es encantador, y qué lindo que es, ¿no? Es tan raro como habla. Es re argento, y es insoportable con San Lorenzo. Pero también es danés. Lo vi en la Eurocopa y él estaba loco con el equipo de Dinamarca. Es muy buena gente. Sospecho que, si la hacemos, nos vamos a divertir como locos.

Hollywood y Almodóvar
El gran momento de Gael García Bernal en Cannes fue doble: Diarios... de Walter Salles por un lado, y la increíble transformación en Zahara, la travesti, para La mala educación de Pedro Almodóvar, que se estrena en octubre en la Argentina. Fue complicado trabajar con el español, dice. “Tuvimos una relación muy conflictiva, sólodurante el rodaje, eso sí. Pedro es duro. Busca los detalles y quiere que todo sea exactamente como lo tiene en la cabeza; cuesta llegar a eso.”
¿Estás ansioso por el estreno?
–Diarios... me tiene mucho más en vilo. Son bien distintas las películas. De alguna manera me importa más la respuesta que puede haber ante Diarios... porque es una propuesta más personal, tiene más relevancia para lo que soy. La mala educación es una historia del punto de vista muy personal de Almodóvar, como todas sus películas, y eso es lo que es bueno, que hace exactamente lo que quiere. Tengo mucha curiosidad, porque es un mundo extraño al que no pertenezco. Muy poca gente tiene la oportunidad de hacer una película así; sólo se pueden hacer con él. Fue divertido también, excepto por el sufrimiento de convertirme en mujer. Llegaba cuatro horas antes, me afeitaba hasta que me quedaba la piel lisa, los tacos me mataban, pero se compensa con la atención que te dan los hombres. El poder de las caderas es impresionante. La gente te mira distinto, aunque sepan que sos hombre.
¿Cómo fue estar en los Oscar durante la invasión a Irak?
–Fue raro y difícil. Había una tensión terrible en la sala. También fue muy emocionante. Uno se sentía medio hipócrita estando ahí. Las cosas no importaban. Importaba un carajo que ganara Nicole Kidman. Importa un carajo. Fue interesante el momento de Bowling for Columbine, y lo que sucedió, la ovación de pie y al instante un abucheo tan grande que en la sala no se escuchaba lo que Moore decía. En ese momento había que ser oportunista, era el momento; por uno mismo antes que nada, para dormir tranquilo. No podía decir nada más: “México, muy country, muy culture, Frida”. Además justo Frida, ellos se tenían que dar cuenta de que me pedían presentar la música de la película sobre una maoísta, lo menos políticamente correcto para ese momento. Tenía que ser fiel con Frida para empezar. Debo decir que ha sido de los días más felices de mi vida, de una manera muy egoísta. Fui feliz porque sentí que por primera vez actué con sentido común, por primera vez ante la irreverencia del momento traté de ser congruente conmigo mismo y con lo que estaba pasando; ése fue el motor que me hizo decir lo que dije. Estaba asustado, pero al final quedé encantado, sentí que no tenía nada que perder. No pensé en las consecuencias conmigo, tenía que decir algo. Yo no he hecho nada en Hollywood y me parecía increíble que me invitaran: quería mostrar gratitud, y ser un buen invitado. Pero no me podía quedar callado.

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