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Domingo, 19 de septiembre de 2004

MúSICA

Björk: voz y yo

Björk vuelve con su respuesta a lo que pasó en el mundo el 11 de septiembre del 2001: Medúlla, un disco en el que se rodea de algunas de las gargantas más talentosas del mundo para explorar el misterio de eso anterior a todo enfrentamiento: la voz humana.

 Por Hernán Ferreirós

El gran crítico literario Roland Barthes afirma que cuando los críticos se refieren a la música siempre recurren a lo que él llama “la categoría lingüística más pobre”: el adjetivo. Cuando algo se convierte en sujeto, no queda más remedio que predicar alguna cosa acerca de ello, “pero en el caso de la música –dice Barthes–, la predicación toma la manera fatal de la forma más fácil, más trivial: el epíteto”.
Cuando los músicos hablan acerca de música, en cambio, prefieren hacerlo de otro modo: con metáforas. La imagen de una obstrucción áspera en la garganta en el momento de cantar es una forma recurrente, en canciones, para decir algo acerca de voces que cautivan. La usaron, entre otros, cantantes tan ajenos como Cacho Castaña para describir la voz del Polaco Goyeneche en “Garganta con arena” y David Bowie en su canción para Bob Dylan (“una voz con arena y pegamento”). Curiosamente, Roland Barthes recurre a una metáfora similar para referirse a las voces que lo seducen: el grano.
El grano de la voz, además de una metáfora, es una categoría teórica típica de su autor que se refiere a la voz que, con su propia materialidad, sin “representar” o “expresar”, logra hacer presente el sentido (en términos de Barthes, la significancia: “el sentido en lo que tiene de voluptuoso”). La voz sin grano sería aquella técnicamente perfecta, rigurosa, fiel, la que expresa, la que está cargada de dramatismo, de pathos; es la manifestación de un arte claro que transmite una emoción y un significado. La voz con grano es una especie de “lengua-música”, dice Barthes, en la que la voz trabaja directamente sobre la voluptuosidad de los sonidos significantes, su materialidad se identifica con el sentido.
La voz de Björk no tiene arena, pero ciertamente tiene grano. Es aquello que la diferencia de cantantes mucho más dotadas como Celine Dion, Mariah Carey o Christina Aguilera. Éstas forman la trinidad suprema de la voz sin grano. Quieren detonar una bomba emotiva en cada sílaba, quieren forzar la mayor cantidad de notas por segundo porque representan el torrente de emociones que se enciende como una fuente en su interior cuando están tras el micrófono. Una ayuda práctica para reconocer a una cantante cuya voz no tiene grano: es la que canta con los ojos cerrados. Estas voces no tienen misterio, no permiten la aparición de un momento en el que pase algo que se resista a la asimilación inmediata.
La carrera de Björk, por el contrario, es una búsqueda cada vez más intensa de esos momentos. Toda su carrera puede ser simplificada como una ruta hacia la abstracción. Grabó su primer disco a los once años. Pasó unos diez más en el conservatorio. Cantó con grupos de rock como Kulk y The Sugarcubes. En 1993 lanzó, ya como Björk a secas, Debut, un disco que contribuyó a borrar las fronteras entre la música para escuchar y la música para bailar. Ninguno de sus discos posteriores volvió a la accesibilidad de éste. Post (1995), Homogenic (1997) y Vespertine (2001) dieron más pasos en un camino aparentemente contradictorio: el sonido era cada vez más extraño y más despojado, pero los discos, más complejos. Medúlla da un salto olímpico hacia el final del camino. Es un disco en el que esta doble prerrogativa –más despojado, más complejo– se lleva al extremo.
Casi todo lo que se escucha en el disco fue originado por gargantas: la de Björk, la de Rahzel (integrante del grupo de hip hop The Roots), la de Mike Patton (ex Faith No More, con una muy extraña carrera solista), la de Robert Wyatt (ex Soft Machine, uno de los músicos más brillantes de la escena de Canterbury), la de Dokaka (human beatbox japonés, hombre capaz de crear una base rítmica completa con la boca), la de Gregory Purnhagen (barítono que trabajó con Philip Glass) y la de la cantante esquimal Tanya Tagaq. A ellos hay que sumar el Icelandic Choir y el London Choir.El disco no es una curiosidad para el libro Guinness. Björk se permite la aparición de un piano y algunos sintetizadores, lo que enriquece el proyecto (ah, la idea no es sólo un disco sin instrumentos). Por el otro, todas las voces están trabajadas intensamente con programas de edición digital, por lo que no puede ser comparado con discos a capella. Es un disco de música electrónica, que utiliza procedimientos similares a los álbumes de clicks & cuts (el dúo Matmos está de vuelta, colaborando con la producción, junto a Mark Bell de LFO) con muchas voces humanas como fuente principal.
La cercanía de músicos electrónicos con esquimales, islandeses, japoneses, etc., puede hacer pensar en uno de esos discos insólitos que agregan beats a un canto tradicional para ofrecerlo como world music. Esto es más bien another world music.
Aunque la voz es el instrumento más común, también –o acaso por esto– fue reiteradamente usado para lograr efectos de extrañamiento sin precedentes. Georg Lygeti compuso una de las piezas musicales más sobrecogedoras exclusivamente con voces: “Lux Aeterna”, popularizada por la banda sonora de 2001 (la pieza transmite el encuentro con la otredad absoluta; para el compositor, probablemente fuera lo divino, para el realizador Stanley Kubrick era una raza alienígena). En “It’s Gonna Rain”, el minimalista Steve Reich desfasa la voz de un predicador hasta convertirla en un sonido monstruoso. Se pueden rastrear más ejemplos en la obra de Karleintz Stockhausen y otros compositores de vanguardia. Aunque el álbum de Björk es un disco de música pop, produce un efecto similar: la voz humana se vuelve ajena, extraña, inasible, tanto por el proceso técnico como por el encuentro de músicos de tradiciones tan diversas. Para imaginar cómo suena el disco habría que pensar, por momentos, en un grupo de doo wop de otra dimensión o en los Beach Boys sometidos a la distorsión gravitatoria de un agujero negro.
El nombre, “médula”, sugiere algo esencial, básico. Björk explicó que este trabajo es, en parte, una respuesta a los eventos de 11 de septiembre de 2001. Se trata de su intento de regresar a un momento primario, de rescatar algo compartido por la humanidad desde antes que fuera posible un “choque de civilizaciones”: la inmediatez de la voz humana. Aunque el disco contiene algunas de las sentencias más explícitas de su carrera (la muy citada: “Necesito un refugio para construir un altar lejos de los Osamas y los Bushes”), su voz mantiene el misterio encendido. El grano barthesiano se hace notar en su extraño acento, que pone distancia de todo: en esas extrañas erres vibrantes, sonido presente en el castellano pero ausente en el inglés, en sus eses excesivamente sibilantes, pronunciadas como si fuera española. Y sobre todo en su particular timbre y en cómo lo usa: en su capacidad para conmover sin recurrir a la exhibición de la emoción, en su capacidad para no expresar y, al mismo tiempo, no ser fría. En el grano de su voz se cancelan los opuestos: es etérea y terrena a la vez, directa y compleja, pura y extravagante. Como este disco.

La voz y la edad:
“Creo que con los años gané control vocal. Es una de las ventajas de envejecer. La crudeza y la emoción se conservan, es mentira que se pierdan con la juventud. Además, creo que no existe el día en que uno se despierta y descubre que ya no tiene sentimientos. Cuando uno crece, gana empatía y emoción, y la voz crece emocionalmente, pero también técnicamente. Es algo excitante para mí. Es el lugar donde se encuentran la disciplina y el instinto. Creo que se refleja en todo lo que hago. Mi nuevo disco favorito, mis nuevos amigos; ser feliz, estar borracha, conseguir que me traten bien los taxistas, todo se va a notar en mi voz”.

La música electrónica:
“No entiendo a la gente que no le gusta. Nací en 1965, y cualquiera que haya nacido en esa época ha estado escuchando ciertos sonidos durante toda su vida, y esos sonidos están en la música electrónica. Tendría que resultar algo muy familiar. Es más libre, experimental, me nutre, allí hay riesgo; es algo feliz, vital, es vida pura. A mí me parece que es hermosa”.

La edad:
“Siempre me sentí como de cinco o de noventa años. Estoy bastante incómoda entre los veinticinco y los cuarenta y cinco años. Este período no tiene nada que ver conmigo. Hay un montón de histeria sobre nada, puro correr y preocuparse por el resto de tu vida”.

Su voz:
“Canto desde que era chica. Solía cantar cuando iba caminando a la escuela, así lloviera o nevara. En Islandia uno puede cantar a todo pulmón sin que nadie lo escuche; la mayor parte de mi juventud fue una experiencia eufórica. Nunca pensé que iba a cantar para otra gente, recién lo hice a los 27 años. Siempre fue mi secreto, mi equipo de supervivencia. Cantar al aire libre sola, caminando, desarrolló mi voz. Es muy acústica por sí sola, sin micrófonos. Y siempre la entreno por la mañana”.

Ser rara:
“Me dicen rara desde que tengo tres años. A los cinco me acostumbré. Entonces tomé una decisión: o iba a vivir mi vida preocupada por lo que la gente pensaba de mí, a vivir de acuerdo a una serie de reglas que desconocía y no entendía, o iba a vivir como quería. Y hacer esto es mucho más divertido”.

Islandia:
“Es mi pequeño mundo, el pueblo de mis parientes y mis amigos, la gente que amo y que odio. Es un lugar mágico de verdad. Nuestra relación con la magia es reciente; hasta hace cincuenta años, los islandeses vivían en la Edad Media. En el fondo, todavía lo siguen haciendo. El islandés actual puede tener celular y antena satelital, pero su alma todavía vive en la Islandia rural de 1750. Me sentí muy incomprendida en Islandia, pero aún así me resulta un lugar fascinante. Es imposible ser una estrella pop en Islandia. El taxista que te lleva al aeropuerto te dice: ‘No creas que porque te hiciste famosa sos mejor que yo. Me encontré con tu abuela, y me dijo que ya no la llamás por teléfono’. Todo el mundo se conoce”.

El alcohol:
“Cuando me emborracho, me emborracho de verdad. Tomo del pico. Ésa es mi cultura. Nosotros no tomamos a sorbitos, tomamos como bestias. Hay que ser así, si no se te considera un flojo. Tiene mucho que ver con el clima: en Islandia uno está muy sobrio o muy borracho. No hay términos medios. Cuando estoy borracha me pongo muy eufórica. Es a todo o nada. O me quedo en casa sobria, o salgo a emborracharme hasta la ceguera. Me gustaría ser delicada y lograr que dos botellas de vino me duren nueve horas, pero no soy así. Mis borracheras siempre tienen que ser un verdadero desastre”.

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