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Domingo, 19 de septiembre de 2004

HITOS

La Argentina en pedazos

Oscura, distinta de lo que se conocía, experimental y comprometida, clásica y moderna, Fierro fue la última revista integral de historietas que tuvo Argentina. A veinte años de su aparición, Radar conversó con Andrés Cascioli (su director), Juan Sasturain (su primer jefe de redacción) y el diseñador gráfico Juan Manuel Limare para reconstruir la historia y la trastienda de una revista que se coleccionó como ninguna.

 Por Mariano Kairuz

Para muchos, Fierro fue la última revista de historietas de la Argentina. Concebida durante los primeros meses del alfonsinismo, en sus páginas se canalizaron las fuerzas expresivas de mucho talento gráfico local que no habían encontrado un espacio donde volcarse por largo tiempo, y una expansiva y explosiva necesidad de desagote después de demasiados años de silencio forzado o clandestinidad (y de un episodio muy concreto: la guerra de Malvinas). Para los consumidores de historietas parecería claro que uno de sus referentes internacionales era la revista francesa Metal Hurlant, y la editorial La Urraca ya había probado suerte con la historieta en SuperHumor.
Este mes se cumplen dos décadas desde la aparición de Fierro, en el año 1984, el más agorero del imaginario de la ciencia ficción y a la vez el primero del retorno democrático argentino. Lo que sigue es una aproximación a la historia de la revista, a partir de testimonios de su director, Andrés Cascioli –cabeza del proyecto editorial de La Urraca–, su primer jefe de redacción, Juan Sasturain –que la llevó a cabo a lo largo de casi la mitad de sus cien números– y el diseñador gráfico que la acompañó hasta el final en 1992, Juan Manuel Lima.

La forja
Cascioli: Yo siempre había querido hacer una revista de historietas. Un disparador fueron las reuniones que se hicieron en Córdoba a fines de los ‘70, donde nos juntábamos humoristas y dibujantes. En el ‘79 vinieron todos: Pratt, Moebius, Pascal de EE.UU.; estuvieron Salinas, Breccia, Oski. Primero, aprovechando la buena venta de Humor, hicimos SuperHumor, que fue muy bueno y si no quedó el recuerdo de Fierro fue porque duró poco tiempo y después se convirtió en una revista más política. Pero ahí fue donde empezó todo el grupo: estaban Altuna, Mandrafina, el pibe (Enrique) Breccia, Breccia mismo.
Sasturain: Desde el ‘79 fuimos, junto a Saccomanno y Trillo los corresponsables del equipo creativo de SuperHumor, de donde me fui en el ‘81 por dos razones: por ser uno de los dos únicos empleados de La Urraca que no fuimos a laburar cuando fue la primera huelga que les hizo Ubaldini a los milicos; y porque cuando creamos una comisión interna el Tano Cascioli pensó que estábamos saboteando la editorial y yo me ofendí. Las cosas quedaron ahí, pero en el ‘84 Andrés me llamó porque quería hacer una revista de historietas juntos, y le dije que sí, con total libertad.
Cascioli: Con Juan Sasturain nos empezamos a conocer cuando él escribía sobre historietas en Clarín. A mí me parecía que había un lugar para la revista de historieta, porque las únicas que había eran las que hacían Columba (El Tony, D’Artagnan) y Scuti. Los dibujantes de estas revistas daban para mucho más y en Columba no podían trabajar porque ahí mandaba el texto: los cuadros eran pequeñísimos. Nosotros traíamos el punto de vista de los dibujantes: respetando el guión pero pidiéndoles a los guionistas que les dieran mucho espacio a nuestros dibujos. Fue otro concepto: un poquito pensando en lo que había hecho Oesterheld con Hora Cero, porque ahí estaba el meollo de la historieta argentina y a todos nos habían quedado ganas de hacer algo que tuviera que ver con eso. Teníamos muy buenos dibujantes, una editorial que funcionaba bien con Humor, y lo intentamos. Fierro no era un gran negocio, pero era una cosa que nos gustaba mucho hacer.
Lima: Con Juan Sasturain nos conocemos del secundario. El padre de Juan era gerente de banco y circulaba por las provincias, y un par de años pararon en General Dorrego, donde jugábamos al fútbol juntos. Unos años después la militancia en la JP acá nos volvió a conectar un poco. Fierro la hacíamos Juan y yo, pero rodeados de gente que venía a proponernos cosas, a opinar, a discutir. A algunos ni los conocíamos, se instalaban ahí y no se iban nunca. Se fue formando una pequeña mística de la revista,y un estilo, una unidad de estilo dentro de la cual podían dialogar personajes tan disímiles como Solano López y Max Cachimba.

Un nombre con sabor a herrumbre
Sasturain: Andrés tenía registrado el título Kaput y yo le propuse uno que me gustaba más, que era Fierro, no “Fierro a fierro”, que es como fue registrada en un principio, y que era el título de una vieja historieta (gauchesca) de Raúl Roux en Patoruzito. Para la imagen de la revista yo tenía la idea de hacer algo similar a lo de la española Cairo: trabajar con la ampliación de un cuadro interior de una historieta. Hasta que Sergio Pérez Fernández, que era un jefe de diagramación de La Urraca, me dijo que él tenía a un tipo que era bárbaro. Y nos trajo directamente la tapa de Oscar Chichoni, con el logo dibujado por él, ese fierro oxidado que daba exactamente la connotación de nuestro nombre: eso no era metal, era “fierro”.
Cascioli: La diferencia entre Chichoni y los ilustradores americanos y algunos europeos era la técnica: era como una pintura; no usaba aerógrafo sino que hacía algo muy trabajoso, sobre negro, con material pesado, con una especie de puntillismo con el que conseguía una trama que parecía hierro viejo.
Lima: Al principio, las tapas mentían, no tenían que ver con el contenido. Chichoni proponía el tema, venía con el boceto, el rough, y Cascioli le decía ¿por qué no sacás más el escote?
Sasturain: Había un juego irónico en esas tapas. Yo escribí durante mucho tiempo una sección que se llamaba “Contraindicaciones” que, publicada en letras chiquitas, tenía el mismo sentido que tiene en los remedios: es algo que si no lo leés, mejor, porque ahí te dicen la verdad. En las “Contraindicaciones” jugábamos con los mecanismos mismos de venta de la revista: sabíamos, y lo decíamos, que si había una teta en la tapa, la revista vendía más. Eso lo tematizábamos e incluso decíamos que era una mentira: las “Contraindicaciones” indicaban que el que piensa que va a encontrar acá escenas de coger, etcétera, se ensarta; ponemos esto en tapa pero la revista es muy triste, depresiva, trata de esto y aquello.
Lima: Desde el diseño gráfico interior, la idea fue buscar un toque de coherencia con lo que queríamos proponer desde las historietas: una revista pesada, sucia, oscura, compacta, con mucha contaminación visual, que no se pareciera a la Metal Hurlant, sino que tuviera diseño. No hubiéramos podido publicar a José Muñoz en una revista demasiado prolija.
Las tapas motivaron algunas discusiones, fricciones que muchas veces tenían que ver con diferencias políticas. La Urraca había apostado fuertemente por el radicalismo (cosa que fue evidente en la revista Humor) pero Fierro, recuerda Sasturain, “siempre se mantuvo independiente en sus contenidos respecto de la línea general de la editorial. Tácitamente era como la oposición”. Dice Lima: “Fierro abrió un canal con una amplitud de concepto que abarcaba lo más tradicional y lo más politizado y lo nac’n’ pop, como se decía en aquel momento. Cascioli nos veía como a un par de peronistas y discutíamos mucho de política”. Sasturain aclara que, “si bien es cierto que a veces no estábamos de acuerdo con la línea de Cascioli sobre la tapa, hubo mucha libertad y respeto; había tensiones pero no problemas. En mi caso particular esos resquemores motivaron una disputa y mi salida de la revista hacia el número cuarenta y pico”.

Oxidos y esquirlas
Lima: El concepto del primer Fierro fue partir de lo clásico hacia lo moderno, de lo que estaba afuera a adentro, y parte del proyecto era hacer una revista “subte” para los chicos jóvenes, con la enorme cantidad de gente que se ha pasado años sin publicar. E hicimos un concurso del cual nació el “subtemento” Oxido y este compromiso puntual de hacerlo con lagente, de escucharla, de discutir. Oxido fue central. A Altuna y a Trillo podía publicarlos cualquiera, los editaban en España, en Italia, en todas partes. Pero abrir las puertas a los chicos jóvenes, discutir y pelear los espacios con ellos, pensar cosas con ellos, nadie lo había intentado hasta entonces, y como consecuencia nació todo un movimiento subte: en correlato con Fierro, paralelo a Fierro, opuesto a Fierro, de los que se quedaban afuera y de los que no se la bancaban también.
Sasturain: La redacción en la calle Venezuela se abrió a las colaboraciones espontáneas y recibíamos indiscriminadamente a toda la gente que venía con sus laburos. Desde el comienzo la revista tiene toda una característica que era que no le podía gustar entera a nadie, ni siquiera a nosotros. Pero trataba de ser representativa de un amplio espectro de creatividad. Sucedió con los lectores: a los que les gustaba Juan Giménez y Moebius y por ahí para ellos era la historieta de ciencia ficción moderna, no lo podían soportar a Muñoz o puteaban contra El Marinero Turco o Max Cachimba. Hubieron algunos límites naturalmente acotados: el 90 por ciento del material fueron historietas nacionales.

Decí cien
El último número de la revista fue el redondísimo cien, en 1992, con Pablo De Santis como responsable de redacción, que escribió, por aquel entonces, que la despedida de la publicación no era “ni triste ni solitaria, simplemente final”.
Cascioli: Fierro fue premiada en Barcelona: dos veces fue elegida la mejor revista de historietas del mundo. Después nos llamaban de Estados Unidos y de la Metal Hurlant francesa para comprar material. Se internacionalizó y eso se nos volvió en contra, porque cuando Menem y compañía abrieron el mercado como lo abrieron, sin ningún amparo, sin que se nos facilitara el costo de papel, no pudimos competir con los europeos: las revistas españolas tenían en su mayoría dibujantes argentinos y acá los kiosqueros las compraban por kilo. ¿Quién iba a comprar Fierro a 4 dólares cuando la otra se compraba a 1,50? Intentamos venderla afuera, pero los españoles no te dejaban. Entonces hicimos una revista maravillosa para vender acá y llegó un momento en que la gente no pudo comprarla.
Sasturain: Al final se perdió la novedad. La primera etapa de Fierro coincide con un momento muy particular de la historia política y social argentina, de muchas expectativas, de una comunidad que después de la noche ve la posibilidad de una cosa diferente, con una mirada muy crítica y muy sombría a veces. Las “historietas para sobrevivientes” calzaron en esas expectativas. Ocho años después el contexto era otro y la editorial La Urraca ya ocupaba un lugar diferente, ya no era la editorial de los productos que habían sido el reducto de la resistencia contra la dictadura. Fierro nació en un mundo y murió en otro.

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El número 1: septiembre de 1984.
 
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