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Domingo, 7 de noviembre de 2004

Increíble pero real

Se acabaron los reality shows que duran meses y someten a los televidentes a las tribulaciones y maquinaciones de personas aburridas encerradas en casas de cartapesta o a largos castings en busca de estrellas que después desaparecen. La nueva generación de realities es infinitamente más inmediata, despiadada y shockeante: busca sus protagonistas entre seres humanos disconformes (o traumados), los someten a transformaciones violentas y si no les gusta, qué pena. A la espera de sus versiones vernáculas, Radar ofrece una guía por los repetidos ejercicios de humillación, sadismo y hasta carnicería en que consisten esos programas filmados en vestidores, casas particulares y hasta quirófanos.

 Por Mariana Enriquez

Los nuevos realities responden a la lógica de la inmediatez, la solución rápida, el cambio de imagen como disparador del cambio de vida. Ya no se ve pasar la lenta vida cotidiana de un grupo aislado ni se buscan nuevos talentos; ahora reinan los expertos que irrumpen, deciden e imponen nuevas decoraciones, nuevo guardarropa, nuevo estilo, nueva cara, nuevo cuerpo. Los expertos son protagonistas, y pueden ser crueles, sea con el escalpelo o la lengua. Pueden hacer llorar a los participantes, que a veces parecen víctimas. Funcionan mediante terapia de shock y máxima eficiencia: en el menor tiempo, con el menor costo y a toda velocidad lanzan tips, destruyen ropas y paredes, rompen narices, extraen grasa y aseguran satisfacción garantizada y futura felicidad, paraíso sólo conseguible mediante la tríada confort-belleza-estilo. En algún sentido, se acercan a los infomerciales; los nuevos realities venden de forma desembozada, pero nunca ofrecen demasiada información al que los ve. Nadie será un fashionista experto, ni tendrá idea sobre diseño de interiores ni comprenderá las bondades y maldades de la cirugía estética después de ver estos programas porque todo sucede en un abrir y cerrar de ojos, generalmente en sólo media hora. Adiós a la historia de vida, al relato, incluso a la sensiblería. Los expertos se mueven en su terreno y el espectador queda tan afuera como los alelados participantes que ven desaparecer sus narices y sus pantalones demodé. Se pueden considerar vagamente divertidos, o francamente violentos. En rigor, los hay de ambos. Se los puede ver desde el puro morbo, o desde el disgusto. “A mí me parecen una trampa del consumo”, dice Felisa Pinto, escritora, periodista y experta en moda. “Son la cúspide del obligarte a la humillación si no estás con la nariz respingada. ¡Y es tan poco interesante! Representan el cuerpo como mercadería. No son didácticos ni tienen un discurso humanista maquillado; eso de que la belleza no está afuera sino adentro parece una pavada por demasiado dicho, pero es una gran verdad. La pobre gente que se somete me impresiona. Se dejan humillar, rinden su voluntad. Es una nueva forma de dominación, de doblegar la autoestima. Una síntesis de la perversidad del consumo.”
Pasen y vean, en la espera del demorado reality de cirugías local que conduciría Karina Mazocco en un futuro próximo.


Cambio y fuera
Los programas que cambian la cara, el cuerpo y hasta los huesos.

Extreme Makeover es una rara mezcla de pornografía y melodrama. No cualquiera puede ser “elegido” receptor de la cirugía estética: siempre será aquel que ha sido humillado, que ha sufrido lo indecible por ese ojo desviado, esos dientes amarillos y torcidos, ese vientre fláccido. Después del llanto de rigor acompañado de una atroz música sensiblera, el favorecido viaja a Los Angeles –o a Nueva York– para someterse a la extensiva cirugía que presuntamente le cambiará la vida (es decir, el cuerpo). Y allí Extreme Makeover no ahorra nada. Siguiendo aquella máxima almodovariana de “si quieres tener el tipo hay que sufrir”, el programa presenta al paciente en su mayor intimidad y vulnerabilidad: desde los efectos desopilantes y en ocasiones patéticos de la anestesia, hasta el strip-tease de carne finalizando en un post-operatorio doloroso y humillante. Un mes o dos después, la nueva persona –a veces realmente irreconocible– reaparece frente a sus amigos y parientes que celebran con un jolgorio que roza la crueldad.
Extreme Makeover es un poco tramposo. Muchas cirugías se acercan a lo terapéutico: esta nueva temporada que acaba de empezar por el canal Sony presenta el caso de dos hermanas que nacieron con labio leporino, sesometieron a cuarenta cirugías en su vida, y recurren a Extreme Makeover con sus últimas esperanzas de normalidad. También harán por primera vez una vasectomía; el cambio extremo ya no se limita a la superficie (¿llegarán los realities de trasplantes? Al menos el tema promete suspenso seguro). El caso más impactante, sin embargo, tuvo lugar en la primera temporada. Lo protagonizó Jeff, un ex hiperobeso cuyo adelgazamiento veloz lo dejó en un estado penoso: toda la piel le colgaba, floja; cada movimiento de su cuerpo hacía ondular las capas de tejido como si se tratara de un animal marino mutante. Extreme se encargó de cortar los colgajos y dejar cicatrices similares a cierres relámpago, y además le regalaron un lifting completo, una rinoplastia y cirugía láser para su miopía. Es que el programa no se conforma con corregir el “defecto”; a Lori, una ama de casa de nariz prominente que “sufría porque los compañeros de colegio de sus hijos le gritaban bruja”, le cambiaron toda la cara con una rinoplastia, implante de mentón, implantes de senos, botox y lifting. Todo al mismo tiempo. Los posoperatorios son el momento álgido del programa, con todo el sufrimiento expuesto hasta el paroxismo.
Extreme Makeover tiene aspiraciones de cuento de hadas, todo lo contrario a Dr. 90210, el reality de E! Entertainment Television que tiene como protagonistas no a los pacientes, sino a los médicos. Cínico, vulgar y casi insoportablemente frívolo, el programa sigue a un grupo de profesionales y sus pacientes. El protagonista absoluto es el Dr. Robert Rey, latino cool fanático de taekwon-do, más su esposa, una rubia californiana intencionalmente idiota, y su pequeña hija (buena parte del reality sigue al Dr. Robert buscando a su escapado chihuahua en Hollywood Hills). Rey dice cosas como: “Mi reputación depende de ese escote, no hay nada peor que mucha separación”, cuando intenta explicar por qué prefiere implantes mamarios enormes. El otro doctor se apellida Ellenbogen y ofrece el punto de vista filosófico: “La cirugía estética no es un arte. Si uno la practica así, no sirve. Hay que satisfacer al paciente, nada más. Nuestro negocio es alegrar vidas”. En uno de los últimos episodios, le rompió alegremente la nariz a una paciente cuando descubrió que no había otra forma de realizar la operación, y explicó que él no hace liposucciones porque “requieren mucha actividad física”. A continuación, uno de sus asistentes llevó a cabo dicho procedimiento –verlo es disuasorio; parece que serrucharan– y mostró orgulloso cuatro litros de grasa. Entretanto, una paciente llamada Sarah explicaba que nunca había pensado en hacerse cirugía estética hasta que llegó a California, y el Dr. Rey explicó la lógica de tal afirmación diciendo: “Es que en la Costa Oeste se usa mucho menos ropa”. Dr. 90210 se abstiene del supuesto altruismo que enarbola Extreme... y expone la lógica mercantil del negocio de la belleza en toda su fealdad. Pero mejor que Dr. 90210 lo hace la serie de ficción Nip/Tuck (ver recuadro), síntesis de este nuevo imaginario popular; en uno de sus últimos episodios, un narcotraficante les explicaba a los cirujanos protagonistas de la serie por qué sus negocios son equiparables, y por qué ambos funcionan tan bien: “La gente siempre se odiará a sí misma. Y nosotros aliviamos su dolor”.

Extreme Makeover: los domingos a las 22 hs. por Sony.
Dr. 90210: los domingos a las 20 hs. y lunes a las 22 hs. por E! Entertainment.

Percha va, pilcha viene
Los programas que tiran el placard por la ventana.

La serie precursora fue Fashion Emergency en E! Entertainment, un programa que le cambiaba el look por un día a un desorientado de la moda. Un equipode fashionistas se encargaba de elegir ropa, peinado y maquillaje; apenas un antes y después, a veces simpático. Pero el concepto funcionó, y cómo. Algunos programas siguen la pauta de Fashion Emergency (Antes y después de People & Arts, por ejemplo), pero otros expanden el formato. Las emergencias estilísticas cunden, y tienen su pico en Queer Eye for The Straight Guy, el programa donde cinco hombres gays transforman a un heterosexual en metrosexual. En Estados Unidos son estrellas, lanzan libros de consejos y hasta banda de sonido del programa; Thom Felicia (diseñador de interiores), Carson Kressley (fashionista), Jai Rodriguez (experto en cool), Kyan Douglas (gurú de cuidado corporal) y Ted Allen (chef) lograron hacer de un sencillo antes y después un verdadero show camp, y quizá por eso el programa nunca es cruel ni se apoya en la humillación; prefiere un jugueteo que incluye la incomodidad del participante por la sexualidad de los expertos, y esa introducción de un tema de género con bienentendida liviandad resulta encantadora e incluso importante en el rancio clima neoconservador norteamericano.
No te lo pongas, el programa de la BBC conducido por las expertas Trinny y Susannah (aquí se ve por People & Arts) es bastante más violento. Ellas son dos inglesas de lengua filosa e increíble capacidad para el insulto maquillado. Y sus métodos se basan en la humillación. La participante/víctima –en la gran mayoría de los casos son mujeres– es filmada con cámaras ocultas durante semanas, con la complicidad de sus familiares y amigos. Cuando le avisan que ha sido elegida, debe ver las cintas junto a las crueles Trinny y Susannah, que punzan y apuntan y señalan defectos, malas combinaciones, pantalones caídos, remeras raídas, pelos desarreglados con una artillería que incluye epítetos como: “Eso es un verdadero espanto”, “Qué desagradable” o “¿No te da vergüenza?”. A continuación, meten a la participante con su atuendo habitual en una suerte de cabina espejada desde donde puede ver cada ángulo de su supuesto mal gusto. Y luego le dicen: “Te damos 3000 libras para ropa nueva a condición de que nos entregues tu cuerpo y tu guardarropa”. Las participantes lo hacen. Los mejores programas, sin embargo, ocurren cuando Trinny y Susannah encuentran resistencia, cuando alguna de las participantes se rebela y trata de sostener desesperadamente su propio estilo contra el bombardeo de tips. En todos los casos, las rebeldes no sólo se salen con la suya, sino que de verdad logran una imagen que, por propia, resulta bella. No te lo pongas juega en ese límite, explota la lucha de voluntades; a pesar del indudable autoritarismo de la propuesta, los productores parecen saber que un “no” todavía vale. Pero, a veces, las participantes dicen cosas aterradoras como: “Tus peores defectos son expuestos no sólo ante uno mismo, sino ante la gente que ve el programa. Hay que ser valiente para participar, y me siento orgullosa”. “En el 80% de los casos –dice Felisa Pinto–, la gente estaba mejor antes. Te hacen tirar todo a la basura y eligen cosas que quedan muy mal. Y además me choca el autoritarismo: ‘Tiren todo y usen lo que nosotros les decimos’. No hay resto para la individualidad, no hay decisión del consumidor. Metafóricamente, es algo aterrador”.

Funcionan mediante terapia de shock y máxima eficiencia: en el menor tiempo, con el menor costo y a toda velocidad lanzan tips, destruyen ropas y paredes, rompen narices, extraen grasa y aseguran satisfacción garantizada y futura felicidad, paraíso sólo conseguible mediante la tríada confort-belleza-estilo.

Tu casa es un decorado
Los programas que tiran la casa por la ventana

Mientras no estabas, también de People & Arts –el canal que dejó atrás los documentales por estos formatos más baratos y de fácil digestión–, plantea una invasión del espacio que arrasa con todo, como un huracán en forma de diseñadores y carpinteros. Un equipo dirigido por el diseñador John Bruce engaña al dueño de casa y lo envía a una minivacación por 48 horas. Mientras tanto, se instalan en una habitación (o varias) y según algunas ideas que les sugiere el amigo/hijo/pareja del participante, cambian por completo decoración y objetos. Cortinas retráctiles, proyectos de carpintería, estanterías, hojas de loto resecas, lámparas, baúles de caoba, nuevas camas, paredes derribadas, lo que haya que hacer, con un presupuesto de 1500 dólares y en dos días. Todo, se supone, a gusto del privilegiado participante, que jamás es consultado. Cuando vuelve a casa y recibe la “sorpresa”, en muchos casos el invadido parece desconcertado, o francamente disconforme. El equipo de Mientras no estabas suele ser literal; si a un participante le “gusta la naturaleza”, sencillamente transforman su habitación en una especie de fantasía de safari que puede ir de lo simpático a lo grotesco. Pero el homenajeado nada puede hacer: se trata de un “regalo” que no puede cambiarse como si se tratara de un pantalón que queda chico. La conformidad está en una de las cláusulas que los “cómplices” deben firmar; allí rubrican que, si el nuevo diseño de interiores no gusta, pues qué pena. No se discute con los expertos. Y si un caballero fanático de Marilyn Manson encuentra que sus paredes ahora son negras, tendrá que devolverles el color él mismo. El equipo se retira dando reverencias, orgulloso, y apenas busca la sonrisa del agasajado. Además, todo ocurre a tal velocidad que el televidente ni siquiera puede tomar nota de algún consejo o detalle que le guste o interese. Salvo que esté prestando mucha atención.
Mi casa, tu casa, también de People & Arts, proviene de un programa anterior llamado Principios del diseño conducido por Laurence Llewelyn-Bowen, caballero con ínfulas aristocráticas y un leve parecido a Stephen Fry –e igual flema británica–. Principios del diseño es un programa un poco aburrido pero por momentos interesante, donde Laurence ofrece su expertise en vena didáctica. Mi casa, tu casa es interactivo: dos parejas de vecinos intercambian llaves y durante 48 horas trabajan en la renovación de la casa ajena con ayuda de Laurence, su equipo y un presupuesto de 1200 dólares. Ninguno sabe lo que está pasando en su propio hogar, y hay momentos de verdadero pánico cuando intentan imaginar a qué los condenará el gusto de los otros. Las discusiones posteriores suelen ser feroces; a veces queda claro que los vecinos, antaño amigos, iniciarán una guerra fría. Los diseñadores, entretanto, tratan de interceder, pero no siempre lo consiguen. La estrella es Laurence, siempre distante y astuto, todo comentarios mordaces y ojos en blanco cuando le piden una tarea que no es de su gusto.
La incursión del reality en el diseño de interiores tiene su expresión más extrema con En venta, un programa de People & Arts que acaba de estrenarse: cuatro parejas se mudan durante doce semanas a cuatro departamentos idénticos, e idénticamente semiderruidos. Durante ese período no sólo tendrán que convertirlo en el sueño de un diseñador y competir entre sí, sino tratar de ingresar en el mercado inmobiliario con la casa restaurada, lo que da lugar a traiciones y múltiples mentiras y maldades. En venta se parece más a los realities de concursos crueles como El aprendiz con el magnate Donald Trump, sólo que usa como excusa el supuesto buen gusto elevado a imperativo, marca de ascenso social y buen vivir sin la que, susurran por lo bajo los expertos, no se puede ser alguien.

Mientras no estabas: miércoles, a las 22 hs. por People & Arts.
Mi casa, tu casa: martes y jueves, a las 22 hs. por People & Arts.

La familia cirugía
¿Por qué no ser como Valeria Mazza?

Por María Moreno

En principio, ¿por qué uno debería aceptarse como es? ¿Qué nueva versión de la frase “anatomía es destino” convierte en tabú la lucha contra las decisiones de la biología, de la genética y de la clase social? ¿Y qué tendría de malo cobrar por permitir que la cámara filme una mutación que nos lleve de tener el aspecto del Muñeco Maldito de Ibáñez Menta al de Valeria Mazza, recién salida del spa? El problema es que eso es imposible. Y así como Jean Cocteau denunciaba que una ciencia empecinada en encontrar un remedio contra la adicción a la droga no se abocara a mejorarla hasta hacerla inofensiva aunque igualmente placentera,podría reprochársele a la cirugía estética que sea incapaz de realizar transformaciones radicales y al mismo tiempo seguras. La naturaleza es capaz de colocar una nariz de Cyrano sobre unos labios de Brigitte Bardot y bajo unos ojos de Mosa Lisa, pero con un sentido de la armonía tal, que una cirugía estética no sólo no provee una nariz corta en lugar de una nariz de estética, sino que la operación sigue develando a una criatura desgraciada, fea de otra manera, es decir artificialmente. Si el programa Extreme Makeover recuerda las performances de Orlan, no es sólo por el baño de sangre en zona aséptica, y el proyecto de transformación corporal, sino porque propone el goce sádico de ver la mortificación quirúrgica sobre un cuerpo inmovilizado y anestesiado. Si, cuando mediante diversas intervenciones, Orlan hizo de sí misma un Frankenstein estético, curiosamente conservó su respeto clásico por la simetría, los mutantes del programa Extreme Makeover también. ¿Por qué ni Orlan ni ellos escaparon al imperativo de la juventud y de la belleza, pidiendo una oblación de senos y la implantación de uno solo en el medio del pecho o una estética múltiple para tener el aspecto exacto de una de Las señoritas de Avignon de Pablo Picasso? Y si Orlan y ellos parecen pertenecer a la misma familia es porque la cirugía estética no hace de uno otro, sino que crea parientes de cirugía: la familia de pómulos altos, boca hasta los orejas y frente al borde de la calva. Porque en Orlan, supuesta artista revolucionaria, se notan, camufladas en las otras, vulgares operaciones de sesgo no artístico: liftings, lipoaspiraciones, implantes de siliconas, hormonas destinadas a contrarrestar la menopausia, sin otra función que disimularla.
No te lo pongas mantiene el modelo estético de una clase media empobrecida, Queer Eye For the Straight Guy coloca a los gays en su estereotipado lugar de expertos en diseño, Mi casa tu casa o Mientras no estabas auspician la decoración neo-kitsch con el imperativo de la naturalidad propio de la aristocracia y Extreme Makeover sostiene los valores de Leonardo Da Vinci. Pero “quien presta atención a la sintaxis de las cosas nunca te besará del todo”, decía el poeta. Y ésta podría ser la paráfrasis: “Quien presta atención a la ideología, nunca tendrá con quién salir el sábado a la noche”.

El porno médico
Nip/Tuck, el primer hijo de ficción de los realities descarnados

por Alan Pauls

Nip/Tuck es hijo de Dead Ringers y American Psycho. Del film de David Cronenberg, la serie de Ryan Murphy (martes a las 22 por Fox) roba la estética híper clean y la idea de la pareja protagónica de cirujanos opuestos pero complementarios (el cínico y el culposo, el avasallador y el débil, el fornicador inescrupuloso y el adúltero con remordimientos). Del clásico de Bret Easton Ellis, la idea –ya un poco vetusta– de que la posmodernidad es el advenimiento de las superficies puras, reino cromado del que la ficción sólo puede dar cuenta al precio de transformar a sus (anti)héroes en autómatas o sonámbulos torpes, mal actuados, y la tesis de que los nuevos dogmas del fascismo se escriben en las agencias de publicidad y los departamentos de imagen.
La “novedad”, en este caso, es el mundo tan actual de las cirugías plásticas. Pero si el repertorio de carnicerías frívolas (lipoaspiraciones, correcciones nasales, implantes de siliconas, estiramientos, colagenización de labios) que despliega Nip Tuck se distingue del mundo meramente médico de ER (traqueotomías obreras, resucitaciones mesiánicas, batallas heroicas contra males socialmente ominosos), no es sólo por una cuestión de tempo (la nonchalance ociosa versus la emergencia, la belleza versus la necesidad); es sobre todo por el modo dispar en que ambas se asoman a su objeto, el cuerpo, cada vez que el guión les ordena encerrarse en el quirófano.
ER alterna la exhibición con los recaudos del pudor; Nip Tuck lo muestra absolutamente todo: el momento en que la falange es restituida al dedo mutilado, por ejemplo, pero también las resistencias y tironeos que suelen entorpecer una linda costura. En ER, es el mismo ojo el que registra las intervenciones sobre el cuerpo y los dramas humanos y sociales que acechan del otro lado de las puertas batientes; en Nip/Tuck no: hay un ojo que filma –no muy inspiradamente, por otro lado– las vidas de los cirujanos fuera de quirófano, y otro muy distinto –un “doble de ojo” altamente especializado, parecido al ciberojo machucado de Schwarzenegger en Terminator II– el encargado de filmar los rituales quirúrgicos. Entre la foto policial y la instantánea triple equis, entre el trash sanguinolento de Wegee y las postales del sexo maquínico, las secuencias de operaciones de Nip/Tuck son lo más macabramente glamoroso de la serie, y también funcionan como su inequívoco statement moral: la pornografía contemporánea, declaran, no se fabrica en los estudios de cine sino en los quirófanos.

Nip/Tuck: martes a las 22 por Fox.

 

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