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Domingo, 13 de febrero de 2005

NOTA DE TAPA

Cómo vino la mano

De la vanguardia al aguante. Del encendedor a la bengala. De los sótanos a los estadios. De Belgrano a Mataderos. De la democracia al estallido. De la novedad al ritual. Del hedonismo al sacrificio. Radar convocó a los principales medios y periodistas de música para hablar de los cambios sociales, estéticos y culturales que vivió el rock nacional en los últimos veinte años.

 Por Mariana Enriquez

Desde Cromañón el rock se ha convertido en tema de urgentes debates mediáticos en los que se lo abordó desde los ángulos más diversos, quizá motorizado por una angustia colectiva que busca respuestas y responsables. En este contexto, comenzaron a circular supuestos, generalizaciones y clichés que han arrinconado al rock y a los músicos y los han puesto en el ojo de la tormenta, clima que se respiró en los festivales de verano. Sin embargo, más allá de las primeras declaraciones por parte de músicos, representantes y organizadores de eventos, bien vale empezar a reflexionar acerca de esos supuestos, generalizaciones y clichés. Los periodistas de rock, quienes, mal o bien, no sólo son testigos sino también público que viene siguiendo y pensando el rock de las últimas dos décadas, parecen ser voces especializadas para abordar temas como la futbolización del rock; la existencia de un rock barrial homogéneo (o no); la invocación de esa entelequia nunca explicada del todo como “el rock chabón”; la sorpresa frente a la existencia de bandas a la vez masivas e invisibles en los grandes medios (Callejeros había llenado la cancha de Excursionistas con 15 mil personas sin ser noticia en ningún lado); en qué consiste ese aguante que atraviesa al público de bandas con poco en común; y cuál es el origen del despliegue de banderas y bengalas que vienen conformando desde hace años (muchos años) un ritual casi litúrgico en los recitales.

Rock y política: de la dictadura al estallido

Fernando D’Addario, Página/12: “El primer rock nacional no tenía política. Nada, más allá de los revisionistas que quieren encontrar resistencias a la dictadura donde no las hubo. En todo caso el rock mostró una actitud autista frente a la dictadura; hay que hilar demasiado fino para encontrar metáforas que se refieran a eso, como en “Alicia” de Seru Giran. La confluencia de política y rock empieza en los ‘90: es esta política difusa, un anarquismo naïf con alguna cosa de izquierda romántica a través de la figura del Che. Para mí la banda más representativa es La Renga, y por supuesto el punk, aunque nunca fue un género masivo. Los Memphis eran peronistas, una banda bien nacional y popular. La Renga son nacionales, populares y de izquierda. Obviamente no es una izquierda científica, gramsciana. Es una izquierda romántica, que adopta símbolos como el Che, la identificación con las Madres de Plaza de Mayo porque son minas que ‘se la bancan’; una actitud antipolicial y en términos más lejanos antimilitar, pero sobre todo antipolicial porque es la generación que sufrió a la policía, no a los militares. La gran división entre el rock y el pop de los ‘90 pasó por ahí, antes que por lo musical: la adopción de una izquierda difusa por parte de unos y la total prescindencia política del rock alternativo y el pop”.

Esteban Pintos, MuchMusic: “En los ‘90 ocurren los casos Bulacio y Carrasco, hitos fundacionales en una difusa identidad política del rock “chabón”, que yo me atreví a denominar como una nueva forma de peronismo futbolizado, donde los chicos son hinchas de las bandas. O peregrinos de las bandas. En esa identidad por cierto difusa hay iconos e hitos gráficos fundacionales: la tapa de Oktubre de Los Redondos, los cánticos donde empieza a aparecer la policía después de la muerte de Bulacio, el disco de la estrella de La Renga, que es reconocimiento de la apropiación del Che Guevara que hizo el público en sus shows –tanto en cánticos como en banderas–, el hecho de que Maradona reivindique al Che y se vaya a Cuba, e incluso canciones externas al rock llamado “chabón”, como “Gallo Rojo” de Los Fabulosos Cadillacs. Y también la marihuana como síntoma de rebeldía”.

Mariano Valerio, Inrockuptibles: “Existe una arenga por la arenga misma, sin un objeto definido. La arenga del reviente porque sí molesta, es una explosión del momento y nada más, quedó en un concierto y no conduce a ningún lado. Creo que heredemos algo de los ‘70, donde todo tenía que tener un fin. La realidad hoy es distinta; las oportunidades son mínimas ylo único que esos chicos pueden hacer para explotar es arengar, y no hay rebote de esa arenga. La idea anterior era “si vamos a hacer kilombo, que sea para algo”. Pero a los chicos eso no les interesa. Tienen dos horas por fin de semana para reventar y es todo”.

Pintos: “El rock masivo de los ‘90 se construyó como una suerte de militancia opositora a un modelo, nunca articulada ni dicha en estos términos. Para mí está claro que los grandes actos políticos juveniles de los ‘90 fueron los recitales de Los Piojos, La Renga, Bersuit Vergarabat y Los Redondos. Más allá de si tienen condiciones para eso o no, a esas bandas se les dio el rol de líderes sociales; incluso desde sus canciones, de manera más o menos tosca, hay una voz de oposición a un modelo perverso: jóvenes sin estudio, jóvenes sin trabajo, atiborrados de drogas. A mí lo que me molesta es que esta gente, que construyó su poder de líder social desde los chicos, del público, no dijeron nada ante lo que pasó en Cromañón. Yo le hubiera pedido al rock que se siente, invite a los medios que les parecen creíbles y digan ‘Chicos, déjense de joder, no prendan más bengalas, tengamos cuidado, no los cuida nadie’. Y quiero que lo digan porque, además, esta gente es millonaria gracias a esos chicos”.

Rock y fútbol: cantos, trapos y estadios

D’Addario: “La entrada de ciertas formas del fútbol al rock fue un cambio. A los rockeros de los ‘70 no les gustaba el fútbol. Pappo no sabe ni de qué cuadro es; y todavía pasa con algunos rockeros actuales más viejos: Chizzo de La Renga no entiende nada de fútbol, porque es un rocker a la Creedence. Son motoqueros, tuercas, heavies, vienen de otro palo. El rock y el fútbol es algo que juntaron los pendejos y Los Piojos, la banda futbolera por antonomasia, con discos como Tercer Arco. Incluso, antes el fútbol era mal visto dentro del rock. Cuando vino Queen en el ‘81, que fue el gran acontecimiento, Freddy Mercury –como buen inglés que era– se puso la camiseta de la Selección Argentina. La revista Pelo lo entrevistó y le dijo: ‘Pero cómo, acá el rock y el fútbol no tienen nada que ver’. Y Mercury les decía que para él sí tenía que ver. Acá la cultura rock estaba totalmente divorciada del fútbol, de la misma manera que estaba divorciada de la política. Por eso, cuando se habla mal de la comunión rock-fútbol, es parte de un prejuicio rockero argentino. Yo no creo en eso de que el arte tiene que ser un compartimiento separado de cualquier otra manifestación. Al ser un ritual social muy fuerte, es lógico que se mezcle con códigos del fútbol. Más rara era la actitud de los ‘70, que tenía que ver con esa cosa de ghetto y pretensión de estar fuera del sistema; para ellos el fútbol era establishment, negocio”.

Valerio: “La futbolización es una generalización. El rock no dijo: Ok, nos decidimos por la estética del fútbol. Simplemente, el rock encarado por chicos sin trabajo ni estudio toma esas formas que son comunes al fútbol pero no pertenecen al fútbol: son formas de manifestación populares en nuestro contexto sociopolítico. No podía tomar otras. Un chico de Caraza, para manifestar algo, no va a pintar como Jackson Pollock. Va a ir a un concierto, va a prender una bengala y va a tratar de ser protagonista durante esas dos horas. Lo mismo pasa en una hinchada. El fútbol también puede tener masacres, pero lo que pasa es que los intereses y la guita que se mueven alrededor del fútbol son mucho mayores que los que se mueven alrededor del rock, por eso se pusieron las pilas y se preocuparon de la seguridad. Además, la violencia del fútbol no tiene nada que ver con el rock. En todo caso, yo hablaría de una futbolización de la sociedad argentina”.

Pablo Plotkin, Rolling Stone: “Las banderas, bengalas y cánticos son del fútbol. La reformulación que se hace de eso va en otra dirección. Cierto, el rock es antipolicial y el hincha de fútbol también canta contra la policía. Es complicado comprender la retroalimentación. Hay público futbolero en el rock, pero también las canchas empezaron a llenarse de banderas de Los Piojos y La 25. Lo que se hereda del fútbol es el nivel deorganización y traslado de los fans, que también se hereda del clientelismo político”.

Martín Pérez, La Mano: “La generación que escucha a Callejeros o La 25 es diferente, creció amando a sus bandas y amando el fútbol. Podemos hacer una comparación: el que va a ver un equipo de Primera D no va a disfrutar de la jugada, porque las canchas son horribles, no tienen buenos jugadores, no están ahí por el fútbol. Yo podría aventurar que los chicos que van a los shows no están por la música, sino por una cuestión de pertenencia que existe en tanto se queden ahí, los mismos de siempre, en el barrio”.

Sebastián Ramos, La Nación: “El rock no se futbolizó, la sociedad se futbolizó. El rock se masificó, es un evento masivo y los argentinos tenemos una forma particular de festejar. Quizá sea un desastre, pero es lo que es. Y el desastre lo vemos ahora. También son formas que se ven en las marchas. Y no es culpa de la gente. El rock hoy es masivo, popular y pobre”.

El aguante: ¿qué es?

D’Addario: “Las primeras expresiones de ‘aguante’ se veían en los shows de Memphis en los ‘80. Se daban peleas de barrio contra barrio, Mataderos contra Floresta, y todo se trataba de ver qué bandita se la bancaba más. Eso después se volvió una categoría existencial, pero en principio no fue así. Era una pelea barrial, de ser más guapo que el otro. Cuando se lo intelectualizó, el ‘aguante’ pasó a ser una cosa de resistencia al sistema o de lucha interna contra quién sabe qué poderes que nos oprimen. Es muy difícil de plasmar en hechos concretos. ¿En qué se traduce? ¿En ir a ver siempre a la misma banda y prender bengalas? Es una cosa medio abstracta. No te tenés que pelear con nadie, no tenés enemigos ahí en el show, no hay luchas entre barrios. Están todos reunidos con un mismo objetivo y nadie sabe quién es el destinatario de ese aguante, o aguante ante quién o qué cosa. Es liturgia, y en tanto liturgia no tiene explicación racional”.

Valerio: “La cultura rock tuvo que ver con la resistencia y lo contracultural. Eso se perdió a fines de los ‘60, cuando el rock estaba cerca de William Burroughs, Henry Miller, las vanguardias plásticas, los movimientos políticos, cuando marchaba al frente. Esa resistencia está mutando y es lo que hoy devino en el ‘aguante’. Lo que fue resistencia a un modelo hoy pasa por tener ese segundo de explosión dentro del modelo. El que siga hablando del rock como resistencia está loco: con la industria cultural ya no se puede dialogar. Hay que tomarlo como algo que está impuesto, sólo podés crear pequeñas rendijas. Y el aguante tiene que ver con eso: con estar dentro de un modelo. Hasta fines de los ‘70 podías estar en contra de un enemigo. Ahora el enemigo está en todos lados, es tan difuso que no está. Sólo se puede aguantar. Y ese aguante se encarna en las clases más marginadas”.

Fernando Sánchez, Soy Rock: “El aguante no se puede describir, más allá de enumerar sus características. Es un sentimiento. Hay que preguntarles a los pibes, porque es una forma de concebir la relación con las bandas que nuestra generación no tuvo. Como público, personalmente, cuando se empezó a armar kilombo en los shows de Los Redondos, dejé de ir. Lo mismo pasa con el fútbol: no voy a ver a Boca pese a todo. Además, ver veinte veces a la misma banda me aburre. Pero los chicos lo hacen. ‘Yo te sigo a todas partes’... Es una relación con la música sobre la que no se puede opinar de afuera. Yo no sé qué es”.

Pintos: “Los chicos piden huevo y aguante. Cuando a un jugador de fútbol le pedís huevo, querés decir que se tire a los pies, que corra... Pero, cuando se trata de un músico, ¿qué es? ¿Cerati no ponía huevos y el Indio Solari sí? ¿El Chizzo pone huevos y Miranda! no? Hay una mística que sufrió un durísimo golpe, porque parte de la mística del aguante eran las bengalas y ver quién tiraba más petardos. Aunque, en realidad, viviendo en Buenos Aires, se sabe que desde diciembre todo el mundo está a loscuetazos todo el día y no hay un show de rock. También hay un sentido literal: hay que sufrir para ir a ver a ciertas bandas, y hacer algo de eso. En el rock tenés que aguantar”.

El quiebre: el rock de la convertibilidad

Plotkin: “El rock nacional se corrió del centro a la periferia a fines de los ‘80 y principios de los ‘90. En un sentido geográfico literal. Attaque 77 fue una primera aproximación, pero Dos Minutos con Valentín Alsina hace el primer disco de rock suburbano de clase trabajadora. Attaque es más comparable a Manal, algo barrial pero dentro de una clase media cosmopolita. Valentín Alsina era muy geográfico en cuanto a su pertenencia y construía su universo en una manzana del barrio. Aunque nunca fue una banda masiva. El crítico Nick Cohn decía que el padrino del hip hop era Ronald Reagan, porque en ese contexto social empezó a crecer el descontento y la celebración racial en Estados Unidos; en un punto el rock barrial se le atribuye a Menem, pero ese disco, que tenía los condimentos del rock barrial que creció con el menemismo, había sido concebido durante el alfonsinismo, la misma época en que surgió Attaque”.

Pérez: “El rock nacional siempre tuvo dicotomías. La primera fue entre la música comercial y la progresiva. Después vino otra que está encarnada en, por ejemplo, Pappo y Spinetta. Pappo le decía a Spinetta que era blandito y por eso El Flaco hizo Pescado Rabioso. Se lo llamó la línea ‘Firestone’ del rock nacional. Se puede decir que bandas como La Renga o más recientemente Jóvenes Pordioseros representa a la parte Firestone del rock nacional. No por estilo, sino por lo que encarnan. Eso forma parte de la esencia del rock. En cuanto a que el corte se produce porque aparecen bandas del suburbio, es discutible. Siempre hubo estrellas suburbanas. Cristian Aldana (El Otro Yo) es de Temperley. Existe el rock del Oeste, de donde viene Ricardo Mollo, una persona que atravesó momentos heroicos del rock suburbano cuando, por tener pegado en la carpeta del colegio a Robert Plant, te trataban de maricón. Hay un ida y vuelta. Hay un momento en que el rock celebra ser internacionalista y otro que celebra saber de dónde viene. Con Mollo esto se desdibuja, porque él levantaba la bandera de Hurlingham y después Divididos internacionalizó su sonido. La Renga sabe que ya no es sólo de Mataderos. Como las bandas nuevas, si tienen un momento de despegue, para seguir vivos tienen que decir: No soy sólo de un lugar, soy de todos lados”.

Sánchez: “El quiebre es consecuencia de los instrumentos más baratos y el acceso a la información: los chicos que quieren hacer rock en barrios tienen plata para una guitarra. En los ‘70 y ‘80 los rockeros eran los más ‘chetos’, clase media alta o clase media de barrio, pero no pobre. Y después la camada siguiente es la clase media Cadillacs, Pericos, Piojos, Caballeros de la Quema, gente de barrio, del Oeste. Con el menemismo se popularizaron los discos, aparece el cable, todo se vuelve más popular y accesible. Y en los barrios periféricos, estos pibes nuevos, de clase media desclasada, empiezan a escuchar rock. El rock es cada vez más orillero y los personajes viejos se cierran: Cerati hace algo elitista y desprecia todo lo que vino después de él. En los ‘90, un montón de gente que no tenía acceso a discos lo tiene con el compact, lo mismo que ocurrió con los casetes en los ‘80. Y ahora, con la copia de cd, ya no se puede parar”.

Pintos: “El quiebre fue el cambio sociopolítico de fines de los ‘80. Aparecen las nuevas estrellas de barrios alejados del centro. La historia del rock argentino empieza en Plaza Francia y va por avenida Pueyrredón desde Recoleta hasta Once. Charly era de clase media alta de Caballito, Spinetta de Belgrano. Los ‘grasas’ eran Vox Dei, de Quilmes. Hasta la aparición de Ciro Pertusi, no había rockeros famosos de clase trabajadora. Ahí se empezaron a proletarizar el público y los artistas. Y eso no está mal, al contrario. Fue muy bueno en los ‘90, provocó una auténtica movilización política de jóvenes”.

El ritual: bengalas y banderas

Plotkin: “El ritual empieza con la masificación de Los Redondos, si bien es una broma del destino, porque es una banda que no tenía nada de demagogia. Pero había algo en el discurso del Indio Solari que hablaba de desintegrar esa barrera entre público y artista. Los viajes al interior fueron una consagración de esa liturgia muy fuerte, ahí se veía todo, el sacrificio, lo sacrificial del show de rock, eran peregrinaciones, con pibes pasando hambre, frío, a la intemperie. Y el momento de recompensa era el show y la noción de que ibas a tener un lugar de protagonismo en esa especie de ceremonia”.

D’Addario: “Todas las cosas que ahora vemos como peligrosas hacían a la fiesta del rock. Las veíamos como naturales y Chabán era un chanta simpático. Nadie cuestionó las bengalas. Por miedoso no te acercabas, pero no lo escribías. Y las bandas tampoco lo decían. Era un valor agregado, hacía a la escenografía del show, le daba colorido. Nunca a nadie se le ocurrió que era una barbaridad. No me rasgo las vestiduras ni con los Callejeros ni con Chabán: era parte de un engranaje amateur e irresponsable del que formamos parte todos”.

Pérez: “Las bandas convocan a algo que no entienden, que no saben qué es. Es el síndrome Redondos, y es cuestión de acompañar el viaje. Sienten que su público tiene derecho sobre ellos. Yo no entiendo cómo podían cantar algunos en lugares cerrados: dentro de ese público hay un anarquismo a ultranza, no entienden cuando se les habla, no respetan al prójimo de una manera terrible. Aunque al mismo tiempo en los recitales siempre hay una solidaridad muy fuerte. El único elemento que cambió en mi vida viendo rock es la bengala. Es algo suicida que había adoptado una cultura y que inevitablemente llevaba a un problema. Aunque en realidad la bengala fue siempre una excusa para llegar al escenario: uno la enciende, otro lo sube al hombro y cabalga hacia allá”.

Sánchez: “Las bengalas empezaron con los Redondos, pero no las recuerdo en lugares cerrados con ellos. Yo nunca lo vi mal, excepto cuando fui a ver a Bersuit a Obras y pensé que debía ser medio peligroso. En la revista poníamos en la ficha de técnica cantidad de bengalas y lo veíamos como una cosa pintoresca. Estaba naturalizado. Y nadie lo decía en medios tampoco: nadie dijo ‘qué peligro’. Nunca pensé en más allá de un quemado o que te costara respirar. Era parte del show. También es molesto que digan que está mal que el show se traslade de arriba a abajo, como si eso fuera malo en sí mismo. El rock es una ilusión y esto es una parte más de la ilusión del pibe que cree que el rock es mejor porque tiene esa luz. Y las mismas bandas lo promovían. No sé exactamente cómo es el mecanismo, pero las bandas repartían bengalas así como colgaban escenografía. ¿Está mal? Ahora sí, por lo que pasó. Pero es algo que no sé si podés manejar. Pedirle límites a un pibe de 16 años me parece una locura en este país: no tienen conciencia del riesgo ni del límite. No se le puede decir a un chico adolescente que tenga cuidado. No le importa si el humo de una bengala le va a hacer mal dentro de diez años.

La autenticidad: no cambien nunca

Valerio: “Los chicos piensan a sus bandas como propias y creen que no los pueden traicionar. Piensan que ellos pueden llegar también, que no se los impusieron, que no son estrellas. Un chico de entre 18 y 25 cree. No reflexiona. Y está bien, porque el rock es eso. Es identificarte, tatuarte, entregar tu vida por una banda y una canción. Es lo único que le queda al rock, esa entrega. Simulada, ficticia, como sea”.

Pintos: “Este es un rock conservador, familiar y de orden. No es de cambio. Se supone que el rock es antipadre, anticlerical. Este no es así. Ningún pendejo dice que los de la Bersuit son unos caretas. Pero ya no son iguales, no son los mismos de siempre. Está bien aceptar que se cambió. Es conservador machacar con lo contrario. El rockero medio acepta que Cerati sea distinto. En Argentina se perdió la movilidad social y un hijo deobrero está condenado a juntar cartones, salir a afanar o ser repositor. Ese es el público de este rock. Pero el discurso de las bandas no trata de sacarlos de ahí: exalta y refuerza esa situación. Eso es cínico e hipócrita”.

Plotkin: “Llega un momento en que, si te convertís en representante de miles, tenés que hacerte cargo de eso: ya dejaste de ser el pibe de abajo, aunque quieras seguir siéndolo”.

D’Addario: “El sentido de pertenencia que tiene un grupo de rock chico es muy parecido al que tiene un club de la D con la gente que lo sigue a todos lados. Ocurre que esas bandas crecen: es como subir a Primera División y no tener la infraestructura para bancártela. No se les dio la posibilidad de profesionalizarse de verdad, que en el rock actual es tener sponsors, firmar contratos, etc. Entonces aparece la disyuntiva de cambiar su manera de manejarse frente al negocio o entrar. Al entrar, se pierde esa legitimidad que tienen con la gente. Pierden autenticidad. Es como un callejón sin salida. No son más los mismos de siempre, pero para mantener al público tienen que mantener esa aura. Y es injusto porque el público tampoco es el mismo. El pibe que a los 18 arenga por la autenticidad de su banda a los 35 está casado, tiene hijos y le importa tres carajos. Pero va a haber otros pibes de 18 que los van a reemplazar y que van a seguir exigiendo esos códigos de fidelidad a la banda, que son tipos de 40 que tienen que comportarse como pibes de 18. Y eso lleva a que Chizzo de La Renga escriba una canción como ‘El Rebelde’ que es adolescente y que no tiene nada que ver con la realidad de un tipo de su edad. Pero ¿cómo se puede manejar? Tienen que seguir siendo lo que fueron siempre para no traicionar, y por ahí se están traicionando mucho más. Andrés Ciro tiene que esconderse, no puede aparecer haciendo la vida que hace alguien con una cuenta bancaria de un millón de dólares. El público no tolera eso. A Solari sí se lo perdonan, porque es un semidiós. Como se lo perdonan a Mick Jagger, pero a los demás, no.”

La pyme del rock: el negocio de hacer todo solos

Plotkin: “Los recitales que se hacen sin publicidad paga son muy significativos para el público del rock masivo. Si llenan un estadio, la sensación es que son algo real, que está en la calle. La Renga llenó Huracán el año pasado sin un centímetro de aviso en ningún lado. No sé si hay un caso así en el mundo. Muchos asumen el discurso de pyme, de empresa independiente. Hacerse cargo de la seguridad en un punto es la idea de ‘nosotros nos arreglamos solos’. O: ‘Preferimos nuestro descontrol antes que el control represivo de las instituciones y en ese descontrol estamos más seguros’. Esa idea que se fue a la mierda con Cromañón. El problema es que, por oposición, se corre el riesgo de creer que el control represivo es un camino posible. Quizá lo que se abandonó ahora es la idea de independencia omnipotente. Ni Cromañón era el lugar más contenedor ni Callejeros era el grupo que podía controlar todo. Pero también hay una diferencia generacional. A La Renga le llevó muchos años el crecimiento y fue construyendo un control propio y una estructura empresarial muy grande y fuerte. Callejeros empezó tocando para 2000 y terminó para 15.000 en un año. En ese vértigo ascendente obviamente hubo cosas que se les escaparon de las manos”.

Sánchez: “Los Redondos son los que tienen la idea de moverse por afuera del negocio... y hacer negocio por fuera también. Porque negocio tiene que haber. Se asociaban con empresas para controlar la situación; La Renga también lo hace. Pero hay una confusión de cómo se concibe la producción. Tenés que negociar para seguir creciendo, y con gente que sepa, con profesionales, no con amigos voluntariosos. Lo que le pasó a Callejeros quizá tuvo que ver con una mala concepción de entender el negocio. Si me pongo hijo de puta, diría que la culpa es de Los Redondos. No escribieron el manual de cómo manejar su empresa. Ojalá lo hubieran hecho”.

Los músicos invisibles: ninguneados por los medios

Sánchez: “En la prensa siempre funcionó un desprecio a estas bandas que no sé de dónde viene, pienso que es el gorilismo de la clase media invadida por hordas de desclasados. En un tiempo, el rock fue de la clase media y ahora aparece esta gente a la que le gusta el rock y, para los gorilas, hace esta música anacrónica, que copian modelos feos, lo que ya escuchamos, tienen feos diseños, no saben dibujar. Ese es el pensamiento gorila. Admito que me costó entenderlo. La García y Soy Rock fueron revistas que intentaron cubrir algo que el resto no cubría. No se podía negar que había bandas que llevaban cada vez más gente con una estética particular. Pero hubo prejuicios de clase y estéticos, que en un punto se conectan. Hay una difusión inversamente proporcional a la convocatoria: el diario que más vende niega esa escena y defiende sólo aquello que le gusta. Y si las bandas muchas veces no daban notas, era porque los ninguneaban. Aunque eso también es extraño: se dice que no hablaban con medios masivos, pero Soy Rock es una revista que vende 30.000 ejemplares. Con nosotros sí hablaban”.

Generación 00: ni radios ni revistas

Plotkin: “Lo que esta nueva generación vino a aclarar fue el panorama. Se creía que todos los grupos venían del mismo lugar: que Caballeros de la Quema y Los Piojos era lo mismo que Callejeros y La 25, y claramente no lo son”.

Pérez: “Yo reconozco que en La Mano estuvimos buscando todo el año un periodista que hablase copado de lo que a nosotros no nos copaba. Y no lo encontramos. Es muy sano lo que hacen los periódicos británicos, que renuevan la edad de su staff. En Argentina los que escriben de rock son casi siempre los mismos: no ha surgido una generación nueva que viva de esto. Vimos lo que estaba sucediendo, pero ninguno lo sentía propio. La música de Callejeros y demás es la música que los grandes no pueden escuchar. Es de los pendejos. No era de la radio ni de los medios: es de los chicos. Y por eso es respetable. Ahí hay confrontación. Esa apropiación es parte del rock”.

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