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Domingo, 27 de febrero de 2005

TELEVISIóN > INSTRUCCIONES PARA MIRAR LA ENTREGA DE LOS OSCAR

Los 10 mandamientos

Hoy a la noche se repite por 77ª vez la ceremonia de los Martín Fierro de la industria hollywoodense. Pero a pesar de la marcada decadencia de la última década y de la ausencia de Billy Crystal y Steve Martin como maestros de ceremonias, la noche tendrá sus momentos: la sonrisita nerviosa de Scorsese por llevarse un Oscar de una vez por todas, la pica entre dos películas con cuadrapléjicos, el homenaje a Marlon Brando, los esfuerzos por contentar a las minorías, la resignación de Bill Murray y los papelones en los que siempre incurre algún ganador durante los agradecimientos. Un programa bomba que se transmite por TNT.

 Por Rodrigo Fresán

UNO
SERAS CRITICO
Condenarás desde la distancia todo el asunto en cuestión. Criticarás la ceremonia en cuestión. Pero, para criticar algo, primero hay que verlo. Por lo que...

DOS
SERAS ZOMBIE
Es decir: además de cínico y sarcástico, también serás tonto y no podrás resistir al influjo de sus radiaciones catódicas. Allí estarás: firme y dispuesto. Ya lo dije alguna otra vez: la noche de la entrega de los Oscar –la casi religiosa contemplación televisiva de la entrega de los premios de la Academia– tiene, si se lo piensa un poco, algo de servicio militar. Pero mientras el servicio militar es algo con lo que se tiene pesadillas antes de que ocurra, se sufre mientras sucede a lo largo de un año y, con el correr del tiempo, se evoca con gracia y cierta épica mitómana; lo que ocurre con la noche de los Oscar es muy diferente: los Oscar se anticipan con inexplicable expectativa y excitación, se padecen en vivo y en directo desconcierto durante unas horas y, superado el mal trance, se los recuerda con espanto y promesas vanas de no volver a caer en la trampa. Aun así, doce meses después...

TRES
SERAS ESTUDIOSO
Y perderás el tiempo memorizando todas y cada una de las nominaciones y elaborando complicadas teorías que van de lo divino a lo conspirativo basadas, siempre, en imprecisas estadísticas. Lamentarás que no haya ninguna canción de Randy Newman este año. Te indignarás porque nadie haya denunciado el plagio flagrante de Los Increíbles a la nunca del todo bien ponderada trilogía Spy-Kids de Robert Rodríguez. Aullarás a los cielos por la ausencia de toda nominación a La vida acuática con Steve Zizou de Wes Anderson (¡Bill Murray! Siempre estaremos contigo) con la mejor dirección de arte que se ha visto en años. Nos conformaremos si vestuario y música original y maquillaje van a parar a las alturas góticas de Lemony Snicket, una serie de eventos desafortunados. Y lo más importante de todos: sonreíremos una vez más –somos muy malas personas– si el pobre Marty “Por favor, dénme un Oscar, por el amor de Dios” Scorsese vuelve a salir de allí con las manitos vacías. Pero enseguida volveremos a indignarnos porque el Oscar, por supuesto, se reirá siempre último y mejor en tu cara. Y es que el Oscar tiene su propia agenda, sus propios mandamientos. A saber:

CUATRO
SERAS MUY INJUSTO Y EN OCASIONES JUSTO
Ejemplo: el año pasado hubo justicia a la hora de la avalancha de estatuillas para la hueste de freaks neocelandeses responsables de El retorno del rey y las dos anteriores. Pero, ay, pocas veces vivimos un momento más desgarrador que la victoria del vulgarmente intenso Sean Penn por encima del magníficamente sutil y elegante Bill Murray. Este año, por supuesto, volverán a ocurrir cosas por el estilo: Kate Winslet debería ser la única opción posible por lo que hizo en Eternal Sunshine of The Spotless Mind (el mejor guión original sin dudas, lástima que una vez más vuelva a profanarse y robar la memoria de Philip K. Dick) pero me temo que la ganadora será Hilary Swank (la nueva Jodie Foster a la hora de la actriz joven pero madura) porque...

CINCO
PREDICARAS EL TRIUNFO DEL ESPIRITU HUMANO...
Million Dollar Baby de Clint Eastwood tiene todo lo que hay que tener: historia de superación personal, personajes duros pero tiernos, deporte y, para rematarla, enfermedad. Y ya se sabe que en Hollywood, si interpretas a un enfermo, la mitad de la carrera por el Oscar está hecha. Lo que, me temo, significa malas noticias para...

SEIS
SERAS INTERNACIONAL/INDIE (PERO SIN EXAGERAR)
...Mar adentro, de Alejandro Amenábar: no hay sitio para dos films con parapléjicos y eutanasia en la foto de grupo. Y, digámoslo, la de Eastwood es tanto más buena que la del español/chileno (todavía me tortura el recuerdo de esa música voladora para gaita gallega new age mientras al fondo se recitan poemas para voz gallega de Javier Bardem). Y se sabe que a todas esas películas bosnias, iraquíes, islandesas y de más lejos todavía más le vale cosechar lo suyo por los festivales europeos, porque por estos lados... Y es que a la hora de la película extranjera, a los norteamericanos les gustan de esas que se entienden y que después –previo pago de derechos– vuelven a filmar ellos para que no haya que andar perdiendo el tiempo con subtítulos molestos. Por lo que no sería raro que los ganadores fueran Los coristas (de estreno inminente en la Argentina). Ya me la puedo imaginar con el insoportable Robin Williams al frente de un orfanato durante la Gran Depresión de los años ‘30. Es un producto perfecto respondiendo a las coordenadas del cine francés –el eje Truffaut/Malle/Lelouch– que los norteamericanos suelen amar: películas que transcurren en internados dirigidos por malos muy malos, un maestro generoso, paisajes agrestes pero pintorescos, la posguerra europea, niños con cara sucia pero voces limpias, esas cosas... Y también serás un poco indie –que para los norteamericanos es casi como ser extranjero– y este año la única candidata es Entre copas de Alexander Payne con cinco nominaciones. Pero lo veo difícil: Entre copas es una de esas películas crueles y puesto a celebrar crueldades mejor la de Howard Hughes: un magnate hollywoodense en una película hollywoodense. Uno de ellos, después de todo.

SIETE
DEJAD QUE LOS NIÑOS VENGAN A MI...
Es decir: el Tío Oscar suele ser muy generoso con aquellos que lo visitan desde su más tierna infancia. De ahí las posibilidades de Leonardo Di Caprio (que en algunos momentos de El aviador parece llevar trajes tres tallas más grandes y bigote más que postizo), Johnny Depp (que debería haberlo ganado por Ed Wood o Miedo y asco en Las Vegas o por Piratas del Caribe y no lo merece por esta desmayada aproximación al autor de Peter Pan, pero nos alegraremos lo mismo si gana porque Johnny es Johnny; aunque lo cierto es que no sería raro que este chico más raro todavía sólo fuera a apretar estatuilla dentro de muchos años, cuando le den ese Oscar consuelo a toda su carrera) y la reina de nuestros corazones: Natalie Portman (que en Closer apela a esa otra estrategia que fascina a los miembros de la Academia: demuestra –y cómo– que ha crecido).

OCHO
...Y QUE TAMBIEN VENGA ALGUN AFROAMERICANO
Porque si Di Caprio se cae se va a levantar Jamie Foxx, quien corre en dos pistas: mejor actor en Ray y de reparto en Colateral (de ganar este último Oscar, se cometería una enorme injusticia con el british y, dicen, próximo 007 Clive Owen y su maravilloso cavernícola emocional de Closer). Porque, sí, de unos años a esta parte, resulta políticamente correcto hacer feliz a las minorías. Y no quiero parecer racista pero, bueno, a la hora de amenizar la ceremonia yo siempre preferiré a Billy Cristal antes que a Chris Rock. De ahí, también, la nominación exótica que este año le tocó a Catalina Sandino Moreno y el año pasado a esa niña de la película esa con ballenas de la que hoy ya nadie se acuerda incluyéndome a mí.

NUEVE
PRODUCIRAS VERGÜENZA AJENA
Momento infaltable en todas y cada una de estas noches. Alguien –él o ella– perderá los papeles y hará el más desenfrenado de los ridículos a la hora de subir a recoger lo que ganó y agradecer a la concurrencia presente y en sus casas. Y a Dios, por supuesto. Y a la Academia que viene a ser el Espíritu Santo. Sólo pido que, si le toca en suerte, Jamie Foxx no vuelva a insistir con esainvocación al fantasma de Ray Charles (en cualquier caso, nunca habrá nada peor que lo que le sucedió a Cuba Gooding Jr. a la hora de Jerry Maguire) que viene haciendo al recibir los últimos premios que le tocaron. O que el antediluviano de turno no caiga en exabruptos como la compulsión aeróbica de Jack Palance (de quien se dice –leyenda urbana– que leyó mal el contenido de uno de los sobres y acabó entregándole a Marisa Tomei un Oscar que no era para ella). O que vuelvan a olvidar a tu héroe cult favorito durante ese recordatorio fúnebre donde este año todos aplaudirán al espectro de Marlon Brando.

DIEZ
HARAS HISTORIA
Y este año se ha roto el record de biopics, de películas biográficas. Ya saben: Ray Charles, Howard Hughes, Alfred Kinsey, James Matthew Barrie, Jesucristo y Adolf Hitler. Si me lo preguntan a mí, a la hora del Oscar a la mejor recreación mimética, el único ganador posible sería Bruno Ganz por su escalofriante retrato del Führer. Pero, bueno, eh, ah, difícil darle un premio a Adolf, ¿no? Y casi a la madrugada –escribo esto desde España donde, por supuesto, también cuentan con una pareja de periodistas especialmente ineptos para hacerse cargo de la transmisión, pronunciar correctamente los apellidos, traducir como corresponde los chistes del maestro de ceremonias excusándose entre risas asegurando que “se trata de un juego de palabras intraducible”– esta mismísima ceremonia será parte de la Historia y yo me preguntaré estupideces del calibre de cómo todavía nadie mató a nadie con un golpe de Oscar en la cabeza: es un objeto aparentemente tan funcional a la hora del asesinato. Terminada la fiesta –como en aquella canción de Serrat– los ganadores se van a otras fiestas y los perdedores a la cama y todos volverán a afirmar que el cine norteamericano es malo para el cine del resto del mundo porque lo conquista todo y... Yo cerraré los ojos, fundiré a negro y flash-forward y puedo verme a la mañana siguiente. Ya lo escribí también, hace doce meses, nada ha cambiado, nada cambiará: ojeras, mal humor, mintiéndoles a mis amigos que no, no vi los Oscar, y resignado a que poco y nada de lo que pronostiqué se haya cumplido. Feliz Oscar nuevo, hasta el Oscar que viene, y –de pronto, satori en la ducha, epifanía temprana– recordaré el año aquel en el que se robaron las estatuillas y que acabaron encontrándolas a los pocos días. ¿Dónde las encontraron? En la basura. Por algo habrá sido.

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