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Domingo, 14 de mayo de 2006

PERSONAJES > RETROSPECTIVA, MUESTRA Y HOMENAJE A ISABELLE HUPPERT EN LA LUGONES

Isabelle Huppert segun Sontag y Jelinek

Es dueña de una belleza a la vez extraña y transparente y de un carácter tan inconfundible como proteico. Ha filmado con directores como Godard, Bolognini y Pialat. Y a lo largo de casi treinta años ha sido y sigue siendo la musa de Claude Chabrol. Ahora, su sólida carrera será homenajeada en el Teatro San Martín con un combo que incluye 16 películas, 17 fotos y un documental sobre su vida. A continuación, la Premio Nobel austríaca Elfriede Jelinek y la norteamericana Susan Sontag explican su admiración por la misteriosa Isabelle Huppert.

Un rostro sin máscara

Elfriede Jelinek

En el mismo instante en que el rostro de Isabelle Huppert dirige su mirada hacia nosotros, destruye la contradicción que le es propia y que hasta ese momento encarnaba. Es de aquellas actrices que muestran su simpatía en todo su esplendor y al mismo tiempo la pierden constantemente. Se aferra a su rostro y al mismo tiempo sabe de antemano que no podrá retener ese rostro, que se borrará de todas formas, que desaparecerá dentro de la representación, anulando así toda contradicción, incluso la que le es propia.

Tal vez eso sea actuar para un artista: mostrarse como alguien que es presa constante de la contradicción, incluso aunque en verdad lo sea. Mostrarse como alguien que lucha contra sí mismo. El rostro de esta actriz se bate contra adversarios imaginarios en un combate que consiste precisamente en liberarse sin combatir. No es un juego para una mujer el hecho de convertirse en otra que debe representar, pero el rostro que refleja ese proceso se libra al juego sin la menor sombra de esfuerzo. No es que se niegue a admitir, a tolerar la contradicción, directamente la ignora.

Y hasta el maquillaje entra en contradicción con ese rostro, al fin de cuentas siempre al natural, pero que precisamente no ofrece ninguna resistencia a los obstinados pinceles y lápices de los maquilladores. Ese rostro no tiene máscara, porque es el rostro de una actriz cuyo trabajo no consiste en pelear ni oponer resistencia. Ese rostro dice todo. Y quiere hacerlo todo solo. No quiere mejorar nada. También se opone a cualquier capricho: ese rostro puede afirmar a la vez su propia existencia y la de otro por la sola razón que está desarmado, se rinde sin servilismo, pero no porque sí, sino a todo aquel que se lo pida. En este caso el personaje lo habita, se abre camino desde el interior –aunque no muy convencido, no tengo más que creerlo ya que el enigma subsiste– para forjar trazos y mímicas, no se le pega desde afuera, sobre la cara, para tomar forma, le sale de adentro.

Ese rostro tiene tan pocas defensas internas como externas, fue hecho para ser perforado. Por eso no debe ser maquillado, y aun cuando lo sea habitualmente, está siempre desnudo, limpio, claro: nos permite reconocer la autenticidad del personaje que debe representar, así como también percibir la existencia propia de esta actriz que trabaja sobre la base de la verdad, cualquier verdad.

Huppert no busca relacionarse con nadie. Todo refiere a ella, son los otros, casualmente nosotros, los que buscamos esa relación y ella deja hacer. Lo acepta.

La verdad no siempre triunfa como muchos creen.

Pobre verdad, ella no se tiene más que a sí misma para sacarla a la luz y darnos algo que la trascienda y que podamos reconocer. ¿Creemos realmente que la verdad aflora sola?

¿Qué nos da ella?

En el caso de esta actriz me parece que la verdad viene de su interior, la pone en su rostro sin ayuda externa. El rostro es el puente que debe atravesar la verdad, no tiene opción. Necesita salir, que nada la detenga: en ese pasaje se esfuerza para dibujar los rasgos. Y eso no tiene nada que ver con dibujos o calcados de un modelo anterior. Es el proceso de la existencia que ella ilumina cuando dice su verdad. La verdad sobre alguien que ella es y que no es: el personaje a representar.

En las fotografías, aun en las más producidas, con divertidos disfraces, posando como modelo para los fotógrafos de moda, Isabelle Huppert sigue siendo una actriz y como actriz ella da esa tonalidad esencial a la que los demás toman como referencia. A la que deben volver para que cada pequeño detalle se resuelva como corresponde.

Vivaz, dominante (sin dominar, es la vivacidad la que domina en lugar de la pura tensión), eventualmente dominada como retribución a ciertas presiones exquisitas y luego (cíclico) de vuelta a la situación inicial de calma. La operación recomienza una y otra vez, en espiral, hasta que el rostro y el personaje sean uno solo. Todo está realmente terminado, cerrado, lacrado, nadie puede agregar nada. Fin.

Isabelle Huppert es una actriz impenetrable (como por casualidad, desde Amantes), que lo da todo pero que no pide ni toma nada a cambio.

La posibilidad de ese rostro sin máscaras de mutar en otros personajes siempre es para Isabelle Huppert una posibilidad que viene del interior y no del afuera.

Es una actriz a la que hay que tomar a partir de ella misma, de su interioridad. Cuanto más rodeada está, dentro de un elenco, de actores y actrices, más se afirma en su condición de sujeto. Afirmación que en este caso es superflua: sería como tratar de hundir un clavo en un muro inexistente. Esta mujer no tiene ninguna necesidad de afirmarse. No necesita mostrar entereza de alma ni de mente. Ni se agranda ni se achica, simplemente es, pero sin embargo no la podemos usar, ni siquiera para un personaje. Es por eso que ella alcanza el estado de reposo y calma sin maquillaje.

Sin embargo, no es un estado inicial –como en muchas buenas actrices– al cual le sucederá inmediatamente otra cosa. Si es casi imposible imaginarse a otras actrices sin maquillaje, a Huppert uno no puede más que imaginarla sin maquillaje para que pueda convertirse en vaya a saber quién.

Un simple sombrero, apenas un retoque alcanzan para dar el efecto de que están incorporados a ella. Está hecha de una materia a la que nada parece pesarle. Es bajo esa sola condición que le fluyen las cosas.

No es altanera pero sabe lo que quiere, y con la determinación de un sonámbulo, sabe lo que debe hacer. Como tiene la apariencia de ser alguien que no reacciona, puede en todo momento quedarse en la indeterminación y por lo tanto declararse y ponerse al lado de alguien que no se dejará jamás manejar por nada ni por nadie.

Podemos confiar en ella siempre y bajo cualquier circunstancia. Esta manera de ser nos permite ver hasta qué punto el sujeto es subjetivo. Se transforma. Permanece. Pero no fiel a sí mismo. ¿En qué sentido? ¿Para hacernos volver siempre a la verdad real que es siempre más real que la que otros han encontrado? El camino que debemos emprender, Isabelle Huppert lo ha recorrido desde siempre.

Una artista pagana

Susan Sontag

Isabelle Huppert: he aquí una actriz con infinitas posibilidades, exitosa en la que ya parece ser una larguísima carrera que estimo está, cuanto más, todavía en la mitad; he aquí pues una obra, un virtuosismo en el que todos, absolutamente todos podemos depositar nuestra esperanza.

Simplemente evocaré, entre las cualidades de esta gran actriz, cinco atributos que le confieren una presencia formidable a la vez que ejemplar. Atributos que mencionaré sin un orden particular, aun cuando el hecho de verme obligada a mencionarlos en un cierto orden traicionara tal vez una parcialidad contra la cual no puedo defenderme completamente. Mencionaré entonces las cinco características que a mi entender constituyen lo que yo llamaría una artista completa, en el sentido más admirable de la expresión.

La primera cualidad de la que querría hablar es la belleza; no es la primera condición que habitualmente se menciona, pero mi idea de belleza está más próxima a la de la antigua Grecia que a la acepción cristiana de la misma; creo que la belleza es una virtud, en el sentido pagano del término, y aquí estamos frente a una persona de una extraordinaria belleza física, cosa muy importante atribuible a los artistas, aún más de lo que a veces estamos dispuestos a reconocer conscientemente.

En segundo lugar viene, por supuesto, algo que yo llamaría el talento, y qué es el talento si no, y antes que cualquier otra cosa, la expresividad, la elocuencia y la posibilidad de transmitir esa expresividad.

En tercer lugar –y aunque digo todo esto sin un orden en particular no puedo sin embargo dejar de pensar que hay algo de perverso en el orden elegido para presentarles las cosas así–, luego, decíamos, después de esa belleza en el virtuosismo y la expresividad, viene lo que yo llamaría la inteligencia, aun cuando esta última no sea una cualidad que la gente necesariamente estime que debe estar presente en el firmamento de los creadores. De hecho generalmente se piensa que no es indispensable ser inteligente para ser un gran artista o un gran actor. Sin embargo, yo pienso que los actores son terriblemente inteligentes y jamás me crucé con una actriz o alguien más inteligente entre los actores que Isabelle Huppert.

Mencionaré después su coraje como artista, como actriz, y veo en esa ausencia de temor algo muy fuerte, algo que implicaría la presencia de elementos tan poderosos como la ferocidad, la avidez, el apetito, la predisposición, el asumir riesgos, una parte extraordinaria de asumir riesgos.

Finalmente voy a terminar con lo que parece ser el opuesto exacto de la primera virtud de mi lista, la belleza, y voy a mencionar entonces su integridad, su integridad como artista y –algo que puedo testimoniar como amiga– su integridad como ser humano. Es por lo tanto para mí un gran honor y un placer el poder expresar mi amor, mi cariño y mi admiración por esta gran artista y actriz.

Estas palabras fueron pronunciadas por Susan Sontag el 5 de noviembre de 2003 durante la entrega del Premio de las Artes de la Alianza Francesa de Nueva York a Isabelle Huppert.

El ciclo

  • Sábado 13: Amantes (La Dentellière, 1977), de Claude Goretta.
  • Domingo 14: Sálvese quien pueda (1980), de Jean-Luc Godard.
  • Lunes 15: Niña de día, mujer de noche (Violette Nozière, 1978), de Claude Chabrol.
  • Martes 16: Loulou (Francia; 1980), de Maurice Pialat.
  • Miércoles 17: La dama de las camelias (1980), de Mauro Bolognini (a las 14.30 y 19.30). Entre nosotras (Coup de foudre, 1983), de Diane Kurys (a las 17 y 22).
  • Jueves 18: Un asunto de mujeres (1988), de Claude Chabrol.
  • Viernes 19: Malina (1991), de Werner Schroeter (a las 14.30, 18 y 21).
  • Sábado 20: Madame Bovary (1991), de Claude Chabrol (a las 14.30, 18 y 21).
  • Domingo 21: La separación (1994), de Christian Vincent.
  • Lunes 22: La ceremonia (1994), de Claude Chabrol.
  • Martes 23: Nada de escándalos (1999), de Benoît Jacquot.
  • Miércoles 24: La falsa confidente (2000), de Benoît Jacquot.
  • Jueves 25: No hay función.
  • Viernes 26: Saint-Cyr (2000), de Patricia Mazuy (a las 14.30, 18 y 21).
  • Sábado 27: Gracias por el chocolate (2000), de Claude Chabrol.
  • Domingo 28: La vida prometida (2002), de Olivier Dahan.

En el Hall de la Sala Leopoldo Lugones se exhibirá el documental Isabelle Huppert, una vida para actuar (2001), de Serge Toubiana.Todas las funciones a las 14.30, 17, 19.30 y 22 horas excepto donde se indica. En la Sala Lugones del C. C. San Martín (Av. Corrientes 1530).

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