Domingo, 10 de agosto de 2008 | Hoy
UN ARTISTA ELIGE SU CUADRO FAVORITO: TOMAS ESPINA Y EL TRIUNFO DE LA MUERTE, DE BRUEGHEL
Por Tomas Espina
El Triunfo de la Muerte (1562)
Pieter Brueghel el Viejo
Oleo sobre tabla, 117 x 162 cm.
Museo del Prado
Una de las obras más famosas del pintor flamenco, se dice de ella que recuerda a las de su admirado El Bosco, en su amplitud, en la multitud de escenas, y por su contenido satírico y moralizante, pero diferente en su pesimismo ateo, expresado en sus hordas de esqueletos (en lugar de demonios religiosos). Su paisaje arrasado, con sus cielos oscuros y sus naufragios y sus ejércitos mortuorios, parece inspirado en una falta de esperanza absoluta y una enorme angustia ante el sinsentido de la civilización. Una cruz se alza solitaria en el centro de la imagen, sin poder nada ante el avance de los batallones de esqueletos (con sus escudos hechos de tapas de ataúdes), que rebanan gargantas a su paso. Las personas, de distintas extracciones sociales (campesinos, soldados, nobles) caen atrapadas bajo la fuerza igualadora de la muerte: no hay escapatoria para nadie.
Aunque fue pintada seis años antes, se cree que la obra fue inspirada por la atmósfera ominosa previa a la Guerra de los ochenta años, que comenzó en 1568. Su interpretación más común, sin embargo, es que fue sugerida por la peste negra que azotó a Europa en el XIV.
Me encontré llevado a ver esta imagen (en una postal que guardo desde muy chico y que mide lo que una postal) una y otra vez y durante un largo tiempo, meses, repetidas veces en un mismo día, horas enteras escudriñando cada detalle; tela, cuerpo, animal, objeto, hueso, pierna, sombra, hombro, costilla, metal, madera, barra, sombrero, reflejo, humo, agua, arruga, espalda, piedra, pelo, pómulo, barro, carne seca, bicho, mesa, animal, cara, dientes, culo, cuervo, caca, mano, calavera, candelabro, hueco, ojo. Y repetirlo como si fuera necesario tropezar con algo más; fémur, roca, tierra, fuego, cabeza, espalda, costilla, palo, pira, carbón, tambor, grito, mandíbula, cuello, soga, clavícula, mano, papel.
Y volver a repetirlo otro día más y más horas.
Ese cuadro se transformaba en mi única obsesión, en la danza de mi realidad. ¿Como ejercicio?, ¿método de estudio? No, nada de eso. Comencé a preocuparme un poco, a creer que cierto sentimiento misógino de hostilidad y aversión por la humanidad se estaba despertando en mí y que me era inevitable. Como si una proclive atracción por el mal en todas las formas imaginables e inimaginables (si éstas fueran posibles) comenzara a hacerse cada vez más evidente en mí. Esta impresión de malogro se mezclaba con un placer y regocijo extático, por así decirlo, más cercanos a una experiencia mística que a un analisis objetivo de ese cuadro. Y no puedo negar también que en esas sesiones de escrutinio se filtraba un sentimiento de placer solitario (muy parecido a la masturbación) pero que si bien esto también es cierto, prefiero pensar que no viene al caso.
Llegué a creer que yo, en ese cuadro lleno de hormigas, podía ser testigo de todas las catástrofes de la humanidad. De todos y cada uno de los desastres hechos en nombre de cierta sensibilidad humana.
Y encima ya no lo veía como testigo pasivo de lo que ahí ocurría o se relataba, sino como un partícipe y creador minucioso de cada escena. Como si ese cuadro lo hubiera pintado por encargo.
¡Qué paradoja, qué absurdo! ¡Yo aquí sentado, mirando una postal!
Y ahora me pregunto: ¿se puede ser testigo pasivo de algo? ¿O al hacer algo se deja de ser testigo de lo que se hizo? No lo sé y no lo creo.
Y esta pintura (postal que está aquí entre mis manos), acaso, ¿atestigua algo? Tampoco lo creo. Allí en cada uno de sus detalles no hay nada afirmado. Las hormigas no son nada lindo ni feo, no son ni malas ni buenas. Ellas como nosotros llevan el veneno dentro de sí y lo propagan por todos los rincones del cosmos. Y en eso, a fin de cuentas, no hay paradoja, ni absurdo, ni duda.
Y entonces, ¿qué habrá allí?...
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