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Domingo, 5 de abril de 2009

CINE > MANOEL DE OLIVEIRA HOMENAJEA A BELLE DE JOUR

Un hombre y una mujer, cuarenta años después

Casi cuatro décadas después del estreno de Belle de jour, el clásico de Luis Buñuel y Jean-Claude Carrière, el realizador portugués Manoel de Oliveira –que ya tiene 101 años– estrena Belle toujours, un homenaje al mito que funciona como continuación, porque se trata del reencuentro de Séverine, la bella, y Husson, el dandy mujeriego, que cenan y charlan y amenazan con descubrir secretos, como aquel tan bien guardado de la cajita. Pero lo que finalmente se revela es la pasión de un admirador, el propio director, que se quedó con las ganas de decir algo sobre una película que lo ha obsesionado.

 Por Mariano Kairuz

Se han dicho muchas cosas sobre Belle de jour, el clásico de Luis Buñuel y Jean-Claude Carrière, en los más de cuarenta años transcurridos desde su estreno. Cosas tales como que se trató de otra gran película del director español empeñada en cargar contra la hipocresía y la doble moral burguesa. O como que ofrecía mucho que “leer”, muchos símbolos a desentrañar en esos planos cargados de fetiches y tensión sexual. Después de todo este tiempo se la sigue recordando en buena medida por aquellos detalles que parecían alojar claves secretas para destrabar significados ocultos, pero que probablemente no guardaran en sí mismos otra cosa que la idea misma de secreto, de misterio, de enigma; como la famosa cajita del cliente oriental de la “bella de día” de Catherine Deneuve, esa cajita que zumbaba y cuyo contenido se nos escamoteaba. El propio Buñuel declaró que era absurdo seguir dando vueltas alrededor de esos significados presuntamente “ocultos”, seguir buscando aquello que ya estaba a la vista. En Mi último suspiro (el libro que recoge sus testimonios a partir de las conversaciones que mantuvo a lo largo de años con Carrière, su colaborador en toda su etapa francesa), anotó: “De todas las preguntas inútiles que me han formulado acerca de mis películas, una de las más frecuentes, de las más obsesionantes, se refiere a la cajita que un cliente asiático lleva consigo a un burdel. La abre, muestra a las chicas lo que contiene. Las chicas (del burdel) retroceden con gritos de horror, a excepción de Séverine, que se muestra bien interesada. No sé cuántas veces me han preguntado, sobre todo las mujeres: ¿Qué hay en la cajita? Como no lo sé, la única respuesta posible es: Lo que usted quiera”.

Y entonces, tres años atrás, 38 después del estreno de esa película que –según cuenta su leyenda– se llevó el León de Oro en Venecia, aunque antes había sido descartada por Cannes, el director portugués Manoel de Oliveira vuelve a poner en pantalla aquella cajita, amenazando de pronto con develar su contenido, con decir lo no dicho, con terminar con un misterio y, quién dice, hasta aplastar un mito. Esa amenaza late todo el tiempo en Belle toujours, el homenaje explícito que les dedicó a sus admirados Buñuel y Carrière el centenario cineasta (tenía 98 años cuando la filmó; ahora, a los 101, ya tiene seis películas más: uno diría que ahí hay un misterio a develar). Pero a no temer: que si Belle toujours realmente fuera una película consagrada a terminar de una vez por todas con el misterio que es, por encima de todo esfuerzo de interpretación, el corazón de aquella obra maestra, lo de Oliveira no sería realmente un homenaje a Belle de jour sino una traición.

Obra de especulación, juego y provocación que nunca perdía el sentido del humor, ni siquiera ante la tragedia que sobreviene al final, Belle de jour mostraba a su protagonista –el ama de casa que se rehúsa a acostarse con su marido perfecto y galante, y explora sus fantasías sadomaso trabajando de prostituta por las tardes– en sus impulsos más contradictorios e irracionales, y por lo tanto más humanos. Oliveira sostiene su homenaje en un procedimiento sencillo: la ficción del reencuentro, 38 años después, de Séverine (el personaje de Deneuve, ahora interpretado por Bulle Ogier) y Husson, el dandy mujeriego a quien Séverine acusa de haberla incitado a presentarse en el burdel, interpretado de nuevo por Michel Piccoli. La reunión se produce casi por accidente, durante un concierto en París. El la busca y ella lo esquiva al principio, aunque finalmente accede a cenar a solas con él. Durante la cena tiene lugar una conversación en la que se sacan a la luz las incertidumbres de Belle de jour. Es decir, aflora la amenaza de matar el misterio.

Pero no: la gracia de la película de Oliveira consiste en continuar el juego. Husson le obsequia a Séverine la cajita misteriosa, recordándole su procedencia y explicándole cómo la consiguió. Sólo que, si uno hace memoria, recordará que no había nada en la película anterior que indicara que Husson tuviera siquiera conocimiento de la cajita; por lo que, más que hablar de la cajita, de lo que parece estar hablando el personaje de Piccoli es de aquella película y del enigma que obsesionó a sus espectadores. Antes de la cena, presenciamos cómo le cuenta al barman del restaurante al que acude por un whisky doble, la anécdota de la bella diurna. Durante la cena, ella pretenderá que Husson despeje una incertidumbre que parece haberla atormentado por años (desde el final de Belle de jour), y de la que sólo él conoce la respuesta. Pero en todo momento Husson y Séverine parecen menos dos personas conversando sobre su pasado, dos viejos conocidos reencontrados y haciendo memoria sobre sus vidas, que dos espectadores recordando una película que vieron hace mucho y de la que ha sobrevivido una tensión. Dos personajes conversando sobre una película que invita a hablar sobre ella después de verla. O el propio Oliveira jugando a ser aquel espectador, 40 años atrás, cuando salir del cine y conversar sobre la película que se acababa de ver era todo un programa. Un admirador con ganas de decir algo sobre un objeto que lo ha obsesionado. De exhibir su fascinación por todo lo que conmocionó y no ha dejado de hacerlo desde entonces, y que sólo es posible exorcizar poniéndolo en palabras. Haciendo terapia de cine como si ver aquella película hubiera sido lo más parecido a una experiencia real, viva. Haciendo preguntas, pero siempre dejando que el misterio siga encendido. Sin buscar ni ofrecer respuestas innecesarias. Permitiendo que dentro de la cajita siga habiendo lo que cada espectador quiera que haya.

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