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Domingo, 5 de abril de 2009

PERSONAJES > INéS EFRóN, LA ACTRIZ AMBIGUA DEL CINE ARGENTINO

Batallas de amor

 Por Violeta Gorodischer

Tiene unos ojos celestes inmensos. La voz frágil, apenas audible. Camina un poco encorvada y es flaca, flaquísima: ninguna curva por delante, ninguna por detrás. Dueña de una ambigüedad capaz de inquietar a cualquiera, Inés Efrón encontró su lugar en el nuevo cine argentino. En El niño pez, la nueva película de Lucía Puenzo que protagoniza, se pone en la piel de Lala, una chica de zona norte que se enamora de su mucama paraguaya. Así que, una vez más, el suyo es un personaje adolescente y, como otras veces, ésta no es cualquier adolescencia sino una marcada por una sexualidad en conflicto. Pero si algo tienen todos sus personajes es determinación, un objeto de deseo claro, definido. Desde el hermafrodita taciturno de XXY, pasando por la chica obsesionada con su tía en La mujer sin cabeza de Martel, hasta esta otra que se asume lesbiana en El niño pez, los suyos son siempre adolescentes ardiendo por el fuego blanco de su deseo. “No me van a sacar lo que es mío”, dice Efrón cuando piensa una frase que defina a Lala. “Más allá de su amor verdadero, ella trata de agarrarse de una identidad como sea, y la pone en ese romance.” Son los de afuera los que juzgan, los que no entienden. Querer y no poder, entonces, es lo que define esta otra forma de ser adolescente. No es una de las pizpiretas divinas de la factoría Cris Morena, no es la chica confundida de la tira de las nueve, pero tampoco es de esos jóvenes-cool-conflictuados intentando una ambigüedad de pose. Efrón camina por otro costado. Uno más íntimo, más visceral. “Mi adolescencia fue muy dramática. Quería probar la vida, quería probar todo y no sabía cómo”, cuenta desde sus 24, ya adultos en relación a los 17 que encarna en pantalla grande. “Sufría mucho, me angustiaba. Y siempre quise hacer un proyecto que pudiera ayudar a otros a transitar la adolescencia.” No fue uno sino varios: de Glue de Alex dos Santos, pasando por Cara de queso de Winograd o El nido vacío de Burman, hasta Cannes y Toulouse por XXY, La mujer sin cabeza y El niño pez. Su presencia siempre tiene algo que impacta, cautiva. Y no es nada más el ¿buscado? aspecto andrógino, aunque sí, también es eso. Si a los cristalinos ojos grandes, al cuerpo quebradizo, que pisa como pidiendo disculpas y que se mueve sigiloso, sumamos la capacidad de hacer carne cierta verdad, el combo es prácticamente infalible. Lo vio Puenzo, lo vio Martel. En la dureza corporal del hermafrodita como en la desesperación por poseer a la Guayi late la misma urgencia del deseo, la misma búsqueda de identidad. Tal vez sea en su propia historia donde encuentre las sensaciones más puras que la pueden conectar con esa urgencia: “Yo tuve que usar un corset a los 13 porque tenía escoliosis. Dije ¿me ponen un corset? Bueno, me retiro del mundo. Olvídense de mi sexualidad, de poder gustarle a alguien. Me encerré y me dediqué a estudiar. Fue un año entero, en la edad del despertar sexual”, cuenta. “Ves las fotos mías en esa época y estoy gris, como si me hubiera ido. Alex se inspiró en esa experiencia. Fue esa androginia que yo empecé a tener: estaba todo el día con un jardinero, buscaba tapar lo más que se pudiera. Era como un varón, una nena-varón. Por eso llegan esos personajes.” Casi en parelelo, Inés protagonizó este año Amorosa Soledad, una comedia romántica de Martín Carranza y Victoria Galardi donde interpreta a una chica heterosexual, patológicamente hipocondríaca, decidida a retirarse del amor por tres años después de su última ruptura amorosa. Un papel totalmente distinto a los otros, que ella pone en sintonía con su presente: “Me encanta haber hecho tantos adolescentes pero creo que ya está. Ahora estoy en un mundo más adulto, más parecido al de Amorosa Soledad”. Basta de adolescentes que adolecen, entonces, basta de dudas que martirizan, de tanta complicación. De acá en más, cambiará su lugar en el cine. ¿Quedarán atrás estos personajes raros? Efrón sonríe, como si no hubiéramos entendido nada. “¿Qué es lo raro?”, dice. “No lo digamos siquiera, no lo instalemos en la conciencia colectiva. Porque lo raro no existe.”

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