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Domingo, 24 de enero de 2010

Sin tetas no hay paraíso

Durante décadas, las películas que Armando Bo filmó con Isabel Sarli fueron un éxito masivo de público en la Argentina y en el mundo, con jóvenes, adultos y adolescentes ardiendo frente a la pantalla, al principio sólo hombres y después mujeres. Pero también se convirtieron en objeto de culto entre cinéfilos locales y objeto de burla entre otros. Sin embargo, ninguno de los bandos vio exactamente las películas tal como fueron concebidas. Sometidas incesantemente a la censura, mientras las versiones exhibidas perdían escenas de un riesgo desconocido para el cine argentino y hasta coherencia narrativa, el material prohibido se acumulaba en poder del director y la actriz. Ahora, finalmente, tras años de trabajo, investigación y restauración junto a Octavio Fabiano y Fernando Martín Peña, Diego Curubeto proyecta Carne sobre carne, un documental que exhibe por primera vez ese material y echa luz sobre un aspecto inesperado y fundamental del cine en la Argentina.

 Por Diego Curubeto

La culpa la tiene Krzysztof Zanussi o, mejor dicho, su ausencia. A comienzos de los ’80 yo, habiendo empezado a estudiar cine seriamente tiempo antes, me ocupaba de ver cine europeo de calidad que seguía rigurosamente. ¡A veces hasta veía películas buenas y todo! En fin, un jueves a la noche hablo con un amigo y le digo que dan una nueva de Zanussi. No recuerdo si sería un estreno, una función en el Cosmos, algún cineclub, justamente porque no fui. Mi amigo era Nicolas Sarudianski, que saboteó por completo mi propuesta diciéndome que yo era un salame total, ya que esa noche se estrenaba una de Isabel Sarli, y había que estar ahí. Lo afirmaba con tal tono imperativo como para que no tuviera sentido discutir el asunto. Corte, y estábamos en un cine de la calle Lavalle, desbordado de gente. Vimos Insaciable en la fila 4 al costado, más o menos, y fue una experiencia impactante. Durante toda la proyección el público vivía la película de una manera interactiva, en un diálogo constante –a gritos, en realidad– con la pantalla. Al final, en la escena que Isabel ve a la gente desnuda al mejor estilo de El hombre con ojos de rayos X de Roger Corman –con el rock & roll más famoso de Bill Haley como fondo musical– el cine temblaba, y muchos espectadores alucinados literalmente saltaban sobre sus butacas.

Esa fue la mayor experiencia de cine de culto de mi vida. Años después estuve en Nueva York en funciones de midnight movies de todo tipo, y no se parecía ni remotamente al estreno de Insaciable en la calle Lavalle. Luego, cuando se suspendían las horas extra vespertinas de práctica contable en el Carlos Pellegrini, podía ir y colarme a ver algún doble programa “prohibido para menores” en el cine Continental, en el barrio de Flores (creo que quedaba en la calle Carabobo). Yo me fijaba qué daban, y en general daban un western o alguna película “buena” acompañada de un film presuntamente erótico, que yo obviamente despreciaba. Recuerdo ver extasiado Los profesionales, de Richard Brooks, y también mi decepción al ver un engendro llamado Confesiones de una azafata sueca, gran título que escondía un mediocre policial todo cortado por la censura, en el que en un momento cumbre Ursula Andress aparecía en bombacha y corpiño. Una de esas sesiones incluyó un film Sarli/Bo difícil de identificar, probablemente una versión toda cortada de Extasis tropical, que venía antes de un thriller de espías con Lino Ventura que era lo que realmente me interesaba. En todo caso, lo inolvidable era que íbamos con el uniforme del Pellegrini, el acomodador nos mandaba al pullman, y cada tanto pasaba y decía: “Chicos, ¡ojo con las manos!”. Se podría decir que de alguna manera eso también fue una experiencia de cine de culto.

Pero volviendo al impacto del estreno de Insaciable –film prohibido en tiempos de Galtieri, quien, según Isabel, dijo que “había que cortarla toda, pero a lo largo”, y recién permitida en democracia–, a partir de ese momento me interesé especialmente por leer y ver todas las películas de Bo/Sarli que pudiera. En ese sentido, una retrospectiva muy completa que se dio en la sala Lugones fue muy importante, igual que el libro de Jorge Abel Martín, uno de los grandes libros de cine publicados –y lamentablemente no reeditados– en la Argentina. Recuerdo especialmente algo que me impactó: la noción de realismo de Armando Bo al filmar Sabaleros: “¡Mierda, eso quiero filmar, mierda!”, citaba Jorge Abel Martín.

En un principio me gustaban más las primeras películas, sobre todo El trueno entre las hojas y Sabaleros, las que tienen un lenguaje más académico. Pelota de trapo, que nunca vi en cine, sólo en televisión, me parece buenísima, y realmente una película de Bo, más allá de que no fuera el director. En cambio demoré en entender el estilo de Bo en películas más delirantes como Embrujada, Fiebre o Fuego, pensadas para contar una historia adaptándose sí o sí a los designios del censor de turno.

De todos modos, mi película favorita, dada mi debilidad por el western gauchesco, sigue siendo hasta el día de hoy Furia infernal. Aunque sospecho que si pudiera ver entera India –un western filmado en el Amazonas con auténticos indígenas amazónicos como actores, y que incluye efectos ópticos y sonoros totalmente avant-garde–, sería de mis favoritas. Lamentablemente la película está perdida, y sólo se puede ver lo que rescatamos en Carne sobre carne. Creo que mi escena favorita es el “baño purificador” de India, una escena virada a color, tapada con efectos tipo op art y música sinfónica grabada en reversa... ¡en 1959!

Como en esos tiempos yo aún no escribía sobre cine, pasaron bastantes años antes de conocer a Isabel Sarli. Previamente conocí a Víctor Bo. Antes de trabajar como crítico, primero estudié cine y también trabajé como técnico, incluyendo cosas como meritorio de vestuario y asistente de efectos especiales en las primeras películas que Roger Corman produjo en la Argentina. En la primera, The Deathstalker, un sword & sorcery al estilo Conan, digamos, Víctor Bo interpretaba a uno de villanos. En un momento el héroe le cortaba la cabeza, pero como había magia, el otro villano revivía su cuerpo decapitado y la lucha persistía durante casi un acto. El encargado de efectos especiales, John Carl Buechler –el de Reanimator, de Stuart Gordon–, descubrió que mi altura era exactamente igual a la de Víctor sin cabeza, así que durante toda la escena del duelo el villano decapitado soy yo.

Años más tarde, cuando Víctor Bo era productor de cine de películas taquilleras como La clínica del Dr. Cureta, le hice una entrevista para Ambito Financiero. Al final, ya terminado el reportaje, le dije que como fan del cine de su padre pensaba que sería buenísimo ver una película de antología tipo Erase una vez en Hollywood (es decir Erase una vez una teta), con las mejores escenas de las películas de Sarli/Bo, que obviamente él debería producir. Por algún motivo él descartó de plano la idea.

En los ’90, mientras investigaba y escribía el libro Cine Bizarro, que ponía el énfasis en las películas argentinas relacionadas con el tema, entrevisté varias veces a Isabel Sarli, siempre terriblemente amable y hospitalaria. Algo que me impactó de su casa era la cantidad de latas de celuloide de sus películas que uno podía ver amontonadas en distintos lugares. Y algo preocupante era que en alguna visita posterior, por ahí se veían menos pilas de latas.

Por esa época también entrevisté a Paco Jaumandreu –una persona impresionante, y tan amable que terminó ayudándome con el vestuario de un clip del grupo Los Telépatas, donde la drag queen Sir James requería un traje de novia–, que con sus historias me hizo entender un poco mejor el fenómeno Bo/Sarli.

Cuando terminé el libro Cine Bizarro, pensé que era importante que Isabel tuviera un lugar en la portada como icono del cine erótico. El libro tuvo cierta difusión fuera de la Argentina, y un día me llamó un inglés, Pete Tombs, para que me ocupe del capítulo de un libro sobre cine bizarro global llamado Mondo Macabro. El capítulo de cine bizarro argentino se llamo Meat on Meat.

Tiempo después, Pete Tombs me avisa que está haciendo una serie de documentales para Canal 4 de Inglaterra sobre el libro Mondo Macabro, y que yo me tengo que ocupar de la parte argentina a producirse en forma inminente. Para eso es indispensable entrevistar a Isabel Sarli, que me recibe en su casa para discutir los detalles. En medio de la charla, de repente veo en un rincón de su casa unas latas de película que antes no estaban, de un aspecto mucho más antiguo y maltrecho de las que había visto en visitas anteriores. Entonces cambio abruptamente de tema y le pregunto:

–Isabel, ¿qué son esas latas?

–Uh, son cosas que guardó Armando, no sabía qué hacer con ellas, las estaba por tirar. Es que me da tristeza, son los cortes de la censura que Armando logró rescatar y guardar con la idea de poder mostrarlas alguna vez en una película.

Le pregunté si eso era todo o había más. Me respondió que existía más material.

¿Mucho más?, pregunté. Bastante, dijo.

Inmediatamente opté por olvidarme de todo el asunto del Channel 4 y ocuparme de hablar con ella para buscar todo ese material y ver de hacer algo parecido a una película de antología, si fuera posible. Le conté que como espectador/fan de sus películas me encantaría ver una antología de las mejores escenas de sus films. Erase una vez...: pensar en un film similar, pero con escenas nunca vistas –salvo por los censores– sonaba mucho mejor. Igual, sin saber si eso era posible, lo imperativo era salvar ese material, y chequear qué había ahí. Les expliqué el asunto a varias personas/empresas relacionadas o interesadas en producir cine. El que respondió en términos concretos fue Javier Finkman, productor de un par de cortos míos. Octavio Fabiano y Fernando Martín Peña inmediatamente aceptaron revisar el material. Que “era bastante”: hicieron falta tres camiones para transportar unas 300 latas.

Viendo el material en moviola con Fabiano y Peña, entendimos que esas latas no sólo mostraban lo que nunca se había visto de Sarli/Bo. También explicaban cómo trabajaba la censura. Y no sólo la censura argentina sino la censura de varios lugares del planeta.

Entendiendo que un censor corta cosas con la intención de que nadie las vea nunca más, el material salvado por Armando Bo y guardado tanto tiempo por Isabel Sarli era un verdadero tesoro, y de algún modo había que armar ese rompecabezas y convertirlo en una película.

Isabel preguntaba durante meses por material específico que no aparecía. “¿Encontraron el choricito?”, preguntó durante meses. Un día, Peña lo encontró: ¡era el plano detalle de una castración!

Durante aún más tiempo aseguró que había una escena perdida muy importante de Una mariposa en la noche. Lo decía como algo muy importante. Tal como yo había comprobado en la retrospectiva de la Sala Lugones, la gente parecía no divertirse con esa película sino más bien estar burlándose de ella. Especialmente por una escena en la que Isabel toma un tren en una típica estación del campo argentino, corte, y aparece en París. Isabel insistía en que eso era muy injusto dado que la censura había cortado mucho metraje que había en el medio.

Pero pasaba el tiempo, y no había ninguna evidencia al respecto.

Un día escuché que alguien –un espectador que se burlaba del film desde su estreno– volvía a reírse del viaje en tren de las pampas a París. Ahí me di cuenta de lo terrible del asunto de la censura: primero viene el facho (censor, militar, fiscal o lo que sea) y corta una película como se le canta... Luego se la exhibe cortada, y entonces los snobs progres supercool se burlan de lo que la censura les deja ver.

La insistencia de Isabel nos hizo insistir sobre Una mariposa... Finalmente Peña apareció con un material muy malogrado, una especie de fiesta con drag queens a ritmo de rock pesado setentista. El asunto es que Isabel se tomaba un tren en las pampas para volver a la casa de su marido, y cuando llegaba lo encontraba con vestido de novia, a punto de casarse con un señor llamado Porocho en medio de una horda de travestis frenéticos (luego Víctor Bo nos contó que las drag queens eran rugbiers amigos suyos). Desencantada, recién ahí se iba a París... pero eran los tiempos de la Triple A (que amenazó de muerte a Isabel y Armando) y la escena se esfumó... hasta ahora.

¡No sólo no iba en tren a París sino que protagonizaba una de las escenas más audaces de la historia del cine argentino! Esto gracias a los milagros de montaje de Zottola, la magia de la restauración en fílmico de Stagnaro, y la insistencia de Isabel para que encontremos esa escena que estaba escondida en algún lugar de las 900 latas herrumbradas.

Supongo que además de mostrar los mecanismos absurdos de la censura y explorar la historia personal y profesional de Isabel Sarli y Armando Bo, y algunos detalles pintorescos de la industria del cine sexploitation, Carne sobre carne es una película sobre un mal universal, pero especialmente argentino: la hipocresía.

Sin profundizar tanto también revela cosas concretas: Isabel Sarli era una estrella de Columbia Pictures. En Carne sobre carne se ve un cuadro del estudio con sus principales estrellas de mediados de la década de 1970. En orden alfabético aparecen nombres como Woody Allen, Warren Beatty, Sean Connery, Robert De Niro, etcétera, hasta llegar a la S con Isabel Sarli.

¿Qué más se puede pretender de semejante diva?

Carne sobre carne va desde el jueves 4 de

febrero, los jueves a las 22 y los sábados a las 24, en el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415.

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