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Domingo, 12 de junio de 2011

HISTORIETA > LA MAMá PIERRI DE LANGER HECHA LIBRO

Más respeto que soy tu madre

Fascista rabiosa, católica acérrima, sojera, antiabortista, embarazada de su propio hijo, la Mamá Pierri de Sergio Langer, que viene saliendo en la revista Barcelona, encarna las dicotomías, los enfrentamientos y las miserias de la sociedad argentina (y occidental). No sólo por las posiciones que fácilmente permite identificar y tomar, sino porque esconde el sinuoso mecanismo del poder para pervertir cualquier ideología. A propósito de su edición en libro, Carlos Gamerro desarma ese mecanismo.

 Por Carlos Gamerro

Entre las múltiples calamidades que nos legó, la Segunda Guerra Mundial incluye la no menor de haber dado nuevos bríos y convicción a la idea de una lucha entre el bien y el mal absolutos, grandioso ideal platónico del que las guerras concretas, con sus intereses concretos y a veces mezquinos, no son más que copia imperfecta. Esta guerra apocalíptica (y siempre definitiva, por más que siempre se renueve) es una construcción ideológica (de origen ciertamente no pagano, sino judeocristianomusulmán, por eso nos entendemos tan bien cuando de guerras se trata) que, si bien siempre se presenta como horizonte real o desideratum, rara vez se percibe como realidad indudable, no necesitada de argumentación. Pero los nazis eran tan malos, que la idea del mal se hizo en ellos materia, carne palpable. A partir de ahí, fue más fácil plantear todas las guerras sucesivas en términos absolutos, el bien dando la batalla siempre final contra el mal, encarnado éste, una vez liquidado el fascismo (absorbido, más bien, para qué nos vamos a engañar), en el comunismo ateo primero, el fundamentalismo islámico en la actualidad; y aquél, claro está, en el ideal capitalista y cristiano encarnado por los EE.UU. y aliados varios. El centro del nuevo libro de Sergio Langer, Mamá Pierri, está ocupado por una batalla tal: la entablada por Mamá Pierri y su hijo putativo Valentino Kevin, un feto salvado de las hordas abortistas, representantes máximos, ambos, de todas las fuerzas fachas de Occidente (el nazismo, el franquismo, el Vaticano, los countries de Pilar, la patria sojera) contra el Mesías judío, que no es otro que su propio hijo Nahuel, rescatado de las aguas como Moisés, por una de las tribus perdidas de Israel (perdida en el Amazonas; Langer, como quien no quiere la cosa, invierte una persistente fantasía nazi –Hitler oculto en la selva, preparando el retorno–) y convertido en supermoishe por su contacto casual con el Arca de la Alianza. La historieta, y con ella la gran batalla, significativamente quedan inconclusas: sólo sabemos que Mamá Pierri, cual Teniente Ripley de la Zona Norte, está embarazada de su propio hijo abortivo. Y la batalla continúa.

Para la sátira (y es indudable que la Mamá Pierri de Langer se inscribe en esa tradición tan vital que lleva de Aristófanes y Juvenal a Jonathan Swift y William Burroughs) el mayor riesgo está, siempre, en el polo del bien. Quien critica, se supone, debe tener algo que ofrecer a cambio: y es por eso que la sátira, apenas se descuida un poco, suele volverse en su contrario: la moralina sentimental. Pero la lucha a muerte entre el bien y el mal la pone en la situación incómoda de elegir entre dos absolutos que se multiplican al infinito como dos espejos enfrentados. La salida –que es cada vez más el recurso de la sátira moderna– es no buscar la tramposa vereda opuesta, sino meterse lo más profundo en su objeto, hacerse uno con él, alimentarlo e hipertrofiarlo hasta que se vuelva grotesco, absurdo y eventualmente –éste es el ideal inalcanzable– estalle. Y si son dos los campos absolutos enfrentados, puede hacer lo mismo con ambos, simultáneamente; esquivar siempre la pregunta facha, que es la que le hacen ambos polos: ¿de qué lado estás?

Este pacto entre las fuerzas del bien y del mal (para jodernos a todos claro; a todos, traduzco: a los tibios, que somos la mayor parte de la población mundial, que Dante condenó a deambular a las puertas del infierno y que Dios, como sabemos, suele vomitar de su boca) encuentra su modelo, y se hace carne, en el sexo: una especie de aquelarre donde todos cogen con todos. Entender las luchas de poder (no por el poder, el poder no se posee, se ejerce) como una gran cama de telo donde las victorias, derrotas y alianzas se dirimen según quiénes cogen con quiénes, quiénes se cogen a quiénes, quiénes se dejan coger, es otro de los logros de Mamá Pierri (pero como este tema es tratado en el inspirado prólogo de Rubén Mira, no voy a abundar sobre el tema).

Otro de los legados de la gran posguerra, que atraviesa la segunda mitad del siglo pasado y llega al nuestro, es el de la proteica capacidad de transformación de cada ideología o postura en la de signo contrario: el comunismo que movió la lucha y el sacrificio de las mejores mentes y corazones desembocó en Stalin y la Unión Soviética; mientras los judíos seguían siendo destruidos en Europa sus pares ya estaban llevando a cabo la limpieza étnica de Palestina. En este sentido Mamá Pierri, la idische mame nazi y cristiana, se convierte así en emblema de una época donde hay que ir pensando, no tanto en dejar atrás las certezas para chapotear en un relativismo chirle, sino tratar de entender la fruición burbujeante con que las certezas de cualquier signo se lanzan a mutar en las de signo opuesto.

Mamá Pierri
Sergio Langer
Editorial Barcelona
110 páginas
Disponible en los kioscos de revistas

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