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Domingo, 29 de junio de 2003

NOTA DE TAPA

Buenos Aires no duerme

Buenos Aires está invadida por un ejército de cámaras de video instaladas en edificios, avenidas, autopistas, trenes, subtes, casas y soportes móviles que las pasean por la ciudad. Son más de 50 mil y filman las 24 horas sin parar. Muchas están conectadas a la Policía Federal. Otras, a sensores bajo el suelo. Las más nuevas leen la retina y aspiran a reconocer a cualquier habitante. ¿Quién las controla? ¿Quién las vende? ¿Qué se hace con esas imágenes? Radar investigó el universo detrás de estos ojos metropolitanos que sirven a propósitos tan diversos como rastrear sospechosos, prevenir accidentes, controlar empleados, monitorear parejas que franelean en el palier y hasta resolver secuestros.

POR MARIANO BLEJMAN

En la puerta del edificio Laminar Plaza, Ingeniero Butty 240 –ese que dice Movicom–, un puñado de cámaras observa a los caminantes con precisión envidiable. Si el visitante desea ingresar al edificio, encontrará una arquitectura lisa y llana, con ojos sin estrabismo. El visitante observará el techo espejado y otras cámaras en los corners del pasillo. Una, dos, tres... seis. Seis visibles. ¿Cuántas ocultas? Ellas miran pasos ajenos como el ojo silencioso del Gran Hermano, aquel imaginado por George Orwell, que al lado del Laminar Plaza queda obsoleto. Aquí las cámaras pueden descubrir la identidad mirando a quien viene de frente. Unos pasos más adelante, el visitante descubrirá otra cámara en la recepción detrás de los guardias de Search, la empresa que maneja los miedos del edificio VIP cerca de Puerto Madero. Los guardias pedirán el documento (un mero trámite, dirán) y una webcam aguardará sobre el monitor al recién llegado. El visitante no tendrá opción. Si desea ingresar al Edificio deberá dejar en la entrada su propia identidad. La webcam registrará la cara del visitante y la asocia con el documento que acaba de entregar.
–¿Qué hace? –preguntará el visitante cuando se da cuenta del arrebato.
–Estoy tomando su cara, la próxima vez no tendrá que mostrar el documento –contestará la seguridad.
Estará tomando rasgos faciales para una base de datos privada. La seguridad planetaria es la excusa perfecta y la tecnología biométrica, la solución: permite a las cámaras identificar una cara con sólo filmarla. Así, la próxima vez que el visitante camine sonriendo cerca del edificio, los guardias abrirán paso sin hacer nuevas preguntas.
Pero en el tercer piso del Laminar Plaza está, por ejemplo, el Ministerio de Relaciones Exteriores del gobierno de Quebec, de Canadá. Para ingresar, hay que usar un ascensor de vidrios polarizados. Arriba del botón que marca el piso, un cartel dice: “Por motivos de seguridad este ascensor está siendo filmado”. La cámara está oculta. El control avisa que está controlando. Y así facilita su tarea. Las cámaras tienen una dirección “física” y están conectadas a un servidor de video. Es una red privada que se puede maniobrar digitalmente desde cualquier oscuro rincón del mundo. Lejos de ser una excepción, el Laminar Plaza está acompañado: a su lado está el edificio Microsoft con un sistema similar de Circuito Cerrado de Televisión (desde ahora CCTV). Al otro lado, el edificio ING, uno que dice Telefónica y otro al que llaman “El Rulo”. Un puñado de edificios inteligentes con ojos que nunca pestañean.
Los edificios –las ciudades– están más inteligentes desde que el mundo cambió en aquel 11 de septiembre. El terrorismo internacional y el negocio de la seguridad urbana abrieron la puerta al control permanente del tránsito planetario de personas. Cuando el enemigo es interno, dicen, ya no basta con encerrar: se deben examinar conductas urbanas para determinar el peligro. Un pequeño detalle que los delincuentes improvisados suelen pasar por alto, sobre todo si las cámaras están escondidas. Un fabuloso mecanismo de control sin reparo civil. “Ante la manifiesta inseguridad, desde el sistema carcelario y el hospitalario hasta las bibliotecas públicas encierran concepciones cada vez más avanzadas de control. Una visualización total del espacio se impone en el diseño cuando se pone por delante la máxima seguridad”, dice Eduardo Maestripieri, profesor de Teoría de arquitectura de la Facultad de Arquitectura de la UBA y profesor de cine. En los últimos años, esta ciudad se subió a la fiebre colectiva de instalar cámaras: empresas privadas, organismos oficiales, edificios comerciales, personas comunes y clientes corrientes quieren controlarlo todo: un voyeurismo urbano que mira, pero no quiere ser visto.
¿Cuántas cámaras miran la ciudad? Si bien un cálculo exacto parece imposible, la siguiente investigación detectó unas 300 cámaras públicas -más o menos interconectadas– que filman micro y macrocentro, grandesavenidas y estaciones de transporte. Mientras que en el mundo privado la dimensión del fenómeno es mayor: una sola casa del rubro vende 50 kits por mes desde hace por lo menos dos años. Diez grandes casas vendieron unos 12 mil kits que traen 4 cámaras cada uno: 48 mil aparatos en la ciudad. ¿Quién las maneja? ¿Con qué fines? ¿Hacia dónde apuntan cuando nadie las controla? Radar se zambulló en ese mundo audiovisual para explicar cómo funcionan y dónde están instalados los aparatos que filman día y noche, sin parar, sin pedir permiso, sin tomar descanso. Como si Buenos Aires fuera una eterna película que no tiene fin ni principio. Y analiza los cambios que ocurren en una ciudad que no termina de acostumbrarse a su ingreso tardío en una modernidad fragmentada.

CAMARA EN MANO
De arriba, la ciudad parece un constante videoclip. La cuestión es cómo y quién edita las imágenes de la calle o el interior de los inmuebles. “El arquitecto quiere ser un demiurgo: ‘diseño’ viene de ‘designio’. Se cree un intermediario de los dioses: diseñar es jugar a ser Dios. La imagen de la divinidad es representada por un triángulo y un ojo adentro. El paisaje es el último reducto donde no puede intervenir el arquitecto. Sólo puede hacerlo definiendo la mirada consagrada: el punto de vista”, explica Maestripieri, también director de la carrera de Arquitectura. Entre las empresas privadas, filmar es una cuestión de principios. En estos casos, la función principal de Dios es ahuyentar al intruso. Claudio Rivero es el creador de Teckhnosur, una empresa dedicada a instalar cámaras sin preguntar demasiado. En pocos meses, Rivero terminará el primer sistema argentino de tecnología biométrica: Inteligencia Artificial aplicada, entre otras cosas, a descubrir rostros caminando.
El método biométrico identifica por cinco aspectos del hombre no adulterables: las huellas dactilares, la geometría de manos, el sonido de la voz, la lectura del iris y el reconocimiento facial. Claro que hay diferencias: el lector de huellas cuesta U$S 250, mientras que un lector de iris sale U$S 15 mil. “La cuestión es cómo reconocer sin invadir. Por eso se apuesta a las cámaras: te miran, te acercás, te reconocen, te identifican y determinan si tenés permiso. Nadie te pregunta nada”, explica Rivero. “Las rejas en las casas suburbanas son provisorias, no son definitivas. Lo definitivo será el paso del control visual al control biométrico”, opina también Maestripieri. El lema es capturar, guardar y reconocer. Sirve para encontrar personas, vehículos y otros objetos por medio de procesadores neuronales. El sistema detecta “conductas anómalas en transportes y edificios”. El programa desarrollado en Estados Unidos por Sillicon Recognition se llama Zisc y es ideal para un mundo aterrorizado. Ya está instalado en los aeropuertos del Norte y en Heathrow, Londres. Rivero muestra: se toman cinco imágenes, una de frente, dos de perfil, de arriba y de abajo. Se identifican rasgos y la próxima vez que alguien se enfrente con el sistema (y no es una clase de rebeldía), el Zisc identificará al visitante.
“Si una cámara detecta rasgos conocidos en un aeropuerto, las otras comienzan a seguirlo hasta que alguien le dice: ‘¿Puede acompañarme?’. En un cuartito toman huellas dactilares para confirmar quién es”, supone Rivero. Cada vez que la persona vuelve a ser filmada, la base de datos será más inteligente. Rivero no tiene reparos legales: “Si afecta o no la privacidad de las personas es problema de quien contrata el servicio”.

CAMARA ADENTRO
Las cámaras ubicadas puertas adentro vigilan edificios, casas, bancos, empresas donde el miedo juega en desmedro de la privacidad. “La necesidad impuesta de la seguridad modifica estructuras. El vandalismo hace cercar las plazas y monitorear lugares públicos como, por ejemplo, la Reserva Ecológica. Esas decisiones cambian la fisonomía de la arquitecturaurbana: los técnicos se preguntan cómo desarrollar cámaras para verlo todo. De allí surgen los diseños de 180 grados para evitar puntos ciegos”, opina Maestripieri. La vigilancia electrónica no soporta no mirar. La seguridad es la excusa empresaria para implementar sistemas de verificación, control de actitudes, control de sabotajes, inconductas, prohibiciones de “no fumar” y control de producción, entre otras. “Los espacios tienen dos funciones: permanecer y ser recorridos. Pero el recorrido puede ser visible o laberíntico. El barrio Albaicín de Granada, por ejemplo, es un intrincado laberinto: era una seguridad ante ataques externos”, cuenta Maestripieri. Pero el problema aquí es, otra vez, el enemigo interno que insiste en reaparecer cada vez que la industria se estanca un poco.
Unas cincuenta empresas instalan seguridad visual en Buenos Aires. Entre ellas: Central de Monitoreo, Damacomp, Dialer, Draft, Protek Seg y Villford (cuyo slogan dice: “El poder de estar aunque se encuentre lejos”). Todas ellas se encuentran agrupadas en distintas cámaras de comercio. Pero unas cinco o seis grandes se reparten el mercado de la visión normalizante. Una misma empresa –que utiliza sistemas compatibles y por tanto fácilmente interconectables– tiene como clientes a las Fuerzas Armadas Argentinas, Aerolíneas Argentinas, el Banco Hipotecario Nacional, Bonafide, la cancha de Boca Juniors, el Consejo de la Magistratura, Edesur, la Policía Federal, Villalonga Furlong, la Superintendencia de Seguridad de la Nación, Puerto Madero y Supermercados Norte. La empresa se llama Impes.
Mientras que Incosat, por ejemplo, tiene como clientes a Ericsson, Andreani, Bayer, BMG, Policía Federal (se repite), Editorial Perfil, Eveready, Gillette y Warner Music. Por otro lado, la empresa West Corp. con sede en Recoleta instaló sistemas para el Ministerio de Economía, Presidencia de la Nación, la Embajada y consulado de Estados Unidos, el Estado Mayor Conjunto de las FF.AA., el Banco Central, el Citibank, el BaPro, Buquebús, Telecom, Goldman Sachs, Shell, Esso, Repsol-YPF, Impsat, Oracle, Clarín, Hewlett Packard, Pérez Companc, Massalin Particulares y siguen las firmas. Edgardo J. Eckell & Hijos SA (Ejehsa) ha instalado el sistema para Autopistas del Sur, el Ministerio de Relaciones Exteriores, AFJP Nación y centenares de edificios de Buenos Aires. “La concentración de los distribuidores facilita la interconexión de los sistemas visuales”, opina Rivero. ¿Adónde van a parar esas imágenes? Responderemos esa pregunta más adelante.
CAMARA PROPIA
La vida cotidiana de Buenos Aires está siendo registrada por cámaras instaladas en lugares insólitos. Pero han ayudado a resolver algunos de los últimos renombrados casos policiales: en mercaditos del barrio, en la verdulería de la esquina, en la estación de servicio, en la institución judía más cercana. El secuestro de Florencia Macri, el caso Conzi, el asesinato de un adolescente frente a un cajero de Constituyentes y Congreso, el secuestro del ex comisario Piazza, entre otros, son algunos de los casos donde las cámaras jugaron un rol en la resolución de los casos. Y fueron determinantes las que estaban en el HSBC de Avenida de Mayo, desde donde salieron los disparos que asesinaron a Gastón Riva, el motoquero que murió el 20 de diciembre. Pero también hay cámaras móviles en objetos de uso cotidiano. “En los últimos años se superó la idea del gran relato que explicaba todo”, dice Maestripieri. “Entonces es entendible mostrar una ciudad a través de sus fragmentos.”
Darío M. es vendedor de cámaras desde hace 10 años. Es un buscador de fragmentos. Un kit cuesta entre 140 y 2 mil pesos, dependiendo de la sofisticación. “Se vende un ciento por ciento más que hace dos años”, opina. Como era de esperarse, la proliferación de cámaras instaladas en lugares visibles dio lugar al robo de las mismas. Mario y Fernanda, queviven en Caballito, vieron cómo les robaban su cámara en vivo desde su propio monitor. En el mercado negro de Retiro se venden cámaras de 300 pesos por 60. También muchos barrios filman a su propia seguridad: “El negocio proliferó tanto que no se sabe quién es el malo”, dice Darío.
En el mundo privado, los patrones se cubren de los empleados. Los socios se controlan por conflictos posibles o extorsiones futuras. Los supermercados controlan a los clientes, pero también al personal, a quien se mira a distancia. En los boliches se controla a los que ingresan -desde monitores internos– y los dueños controlan a los patovicas de sus desmanes nocturnos. Cámaras espías les sirven a los patrones para controlar a sus empleadas domésticas sin moverse de sus oficinas. También los bancos registran sus transacciones y los cajeros automáticos están filmados constantemente. Los barmen se roban las cajas de la barra, en los restaurantes de comida rápida desaparecen los vinos caros y en una conocida casa de la avenida La Plata los empleados cortaban jamones y los escondían en la ropa para llevárselos a su casa.
Las cámaras móviles llevan la vanguardia en eso de mostrar escenas esporádicas, espasmódicas, histriónicas, no por ello menos apasionantes. Nuevas versiones de Palmtops pueden filmar una conversación mientras el usuario dice estar anotando un teléfono. Más aún, entre los expertos de La Casa del Espía puede verse cómo se instala una cámara en una agenda por U$S 4150, en unos anteojos por U$S 6300, en un beeper por U$S 2750, en una lapicera, en una corbata, en un celular, en un botón, en una cartera de la dama, en una caja de cigarrillos, en el bolsillo del caballero, mientras que el equipo de video puede ir en el maletín por U$S 2550. La cámara no puede pensarse a sí misma. No soportaría saber que sólo sirve para mirar.

CAMARA EN PUERTA
El límite entre lo real y lo mediatizado tiende a desaparecer con los nuevos desarrollos tecnológicos. “Si en el canal 2 hay un partido de fútbol, en el 8 un reality show, en el 5 una cámara que filma el palier de un edificio, en el 11 una ficción costumbrista y en el 13 otra vez un reality, ¿cuál es la diferencia entre lo real y la ficción? Esa es una de las condiciones de la cultura del ojo: pulir las diferencias entre ambos mundos”, dice Maestripieri, el profesor que también da clases de cine. De allí que la oferta de Cablevisión, Multicanal y Telecentro -para que los usuarios de cable puedan tener una cámara que filma la puerta del edificio– modificará algunas costumbres argentinas, pero también encontrará caminos propios para sortear la mirada ajena. La experiencia de filmar “la entrada” y mostrarla en TV comenzó a fines del ‘97 en Las Cañitas y poco a poco se fueron sumando otros barrios. Ahora, los novios no pueden besarse en el frente sino más bien saliendo a la vueltita. Se puede controlar al encargado desde la pantalla, la llegada de los muchachos, una reunión de consorcio o una despedida de zaguán. Sin sonido, la adolescente será espiada y el forastero escrachado sin alternativa. Hasta sirve para saber el estado del tiempo. Alternativa eficaz para el portero visor, que parece morir de muerte natural, la cámara es un garante de seguridad y filtro para sospechosos. “Buscamos un medio para combatir el miedo”, opina Martín Bordenave, de Cablevisión. El rating es seguro: la condición para tenerlo es la adhesión al servicio de todo el edificio.
Sin embargo, la delincuencia no ha tenido límites. En épocas de oro, los canales instalaron cantidades abismales de CCTV para adherir a los usuarios. En el 2000, Multicanal compró mil cámaras digitales a Ejehsa para instalar en todo el país. En el 2001 volvió a comprar 900 cámaras, pero esta vez analógicas. En los últimos meses se robaron de los sistemas de Cablevisión 1300 cámaras y los consorcios las reemplazaron por cámaras ocultas. Así, un sensor de incendio, una maceta o el espejo que oficia de antesala se convirtió en el visor insensato del palier. Así que... ojito.

CAMARA AFUERA
A pesar de todo lo relatado, la función más valiosa del control es que puede seguir los pasos del gran ciudadano en sectores públicos desprovistos de un aparente interés especial. Los trenes, los subtes, las rutas, las avenidas, las calles: el llamado transporte público de pasajeros es un show aparte. Y los zoom más avanzados –que pueden encuadrar primerísimos primeros planos– sólo se creen cuando se ven. El subterráneo tiene un circuito cerrado. Pero lo de cerrado es un eufemismo: todas las imágenes van a dar a la Policía Federal. En cada estación, una cámara lo está esperando. En los últimos años, la ciudad se fue acostumbrando a esos ojos molestos cuya eficacia se deposita en que el sistema no sea tenido en cuenta, aun sabiendo que existe. “La ciudad filmada no necesita murallas sino espacios claramente transitables”, opina Maestripieri.
Antes de cruzar las vías del tren, por ejemplo, bien vale la pena peinarse y saludar hacia arriba. La empresa Ferrovías Ferrocarril Belgrano tiene sus 20 estaciones con 324 cámaras instaladas por Ejehsa. Y Trenes de Buenos Aires (TBA) posee 60 cámaras digitales en cada punta de los trenes de los ramales Once-Moreno, Moreno-Mercedes y Merlo-Lobos, en la línea Sarmiento, conectadas a una videocasetera ubicada en un gabinete cerrado dentro de la cabina de conducción del tren. Según TBA, no son automatizadas con control a distancia. “Cuando la empresa necesita ver una imagen, por un accidente o un suicidio, se concurre con escribano público que abre el gabinete y extrae el video”, explica Gustavo Gago de TBA. Según la empresa, los avances tecnológicos incorporados ubican a este tren a la altura de los más confiables del mundo. O al menos pueden grabarse masacres. Además, la empresa instaló un moderno CCTV con control centralizado que “brinda mayor seguridad a los pasajeros”. Es lo que se llama un tren inteligente.
Las cámaras de tránsito se ubican donde no pueden verse. Al tope de las columnas, lo más cerca del cielo, lo más cerca de Dios. El zoom estirará los ojos hacia donde sea necesario para el policía de turno. El control visual del tránsito tiene un dispositivo poderoso. Más allá de las cámaras ubicadas en los peajes de la Autopista Riccheri, Buenos Aires-La Plata, entre otras, la empresa Autopistas del Sol tiene en la ruta Panamericana al 2400 el sistema de tránsito inteligente más avanzado del país. “Entre Acceso Norte y General Paz tenemos 22 cámaras con un zoom de 1,5 kilómetro de acercamiento. Las cámaras controlan 120 kilómetros de carreteras”, cuenta Alejandra Barczuk, arquitecta y jefa de comunicación de Ausol, que recibe a este cronista. En el comando hay tres personas en una especie de base intergaláctica; una gran pantalla está en el espacio central. Se implementó a fines del ‘99 y costó 5 millones de dólares. ¿Cómo funciona? En ese tramo circulan 600 mil vehículos por día. La autopista tiene sensores de velocidad bajo el pavimento que arrojan datos sobre promedios de velocidad programados sobre un monitor. Muestra el operario: “Ahora está ocupado el 6 por ciento de los carriles. La velocidad promedio es de 93 km/h. A esa velocidad, la autopista tiene capacidad para 17.500 vehículos”. Si uno o varios vehículos se detienen bruscamente, el comando recibe una alarma, las cámaras filman el hecho y se observa en tiempo real lo que está pasando. Entonces, se busca uno de los seis móviles cercanos y se conecta con ambulancias, bomberos, grúas. “Lo que se filma, queda grabado digitalmente y cada ocho horas se reinicia. Los acontecimientos importantes quedan guardados”, explica Jorge Quintela, operador. El sistema permitió bajar de 13 a 3 accidentes fatales por mes.
De los tres operarios, uno pertenece a la Bonaerense y accede a una computadora con sistema de patentes en busca de autos con pedidos de captura. Está en contacto con el Centro de Operaciones de La Plata. Así, un policía pistero puede pedir antecedentes sin bajarse del auto y, en caso de que tenga pedido de captura, hasta puede dejarlo ir paraemboscarlo más adelante. “Lo ideal sería que no sepan que están siendo filmados”, dice Claudio Saldivar, oficial de turno. Pero el sistema de Ausol –otra vez– no es cerrado: está conectado con la División Video Operativo de la Policía Federal y con el comando de tránsito del gobierno porteño. “El 1º de enero, dos chicos se robaron una Trafic en Vicente López. Los vimos entrar en la autopista, los siguieron con la cámara hasta encontrarlos y uno terminó muerto en el tiroteo”, dice Saldivar. Obviamente, como no se filma todo, a la Justicia no siempre le sirve el material. Pero si el sol acompaña y el zoom es preciso, no sólo se puede ver la chapa de un auto sino también la cara del conductor.
El gran centro de filmación urbana es el Comando de Tránsito del gobierno de la ciudad. Ubicado en Cerrito y Perón, filma el microcentro desde el aire. El servicio se usa en la pantalla del canal Todo Noticias, con los reportes de Ernesto Arriaga, el periodista que dice haber inventado el informe del tránsito. Las cámaras monitorean las calles y estudian escenarios para cambios posibles. “A través de ese monitoreo se detectó que si se convertía Julio A. Roca en doble mano desde Belgrano hasta Plaza de Mayo mejoraría la fluidez del microcentro”, explica Arriaga, quien cree que el sistema mejoró un 40 por ciento la circulación.
Lo que no dice esa imagen quieta de Buenos Aires es lo que pueden hacer esos ojos con un poco de maña. Sobre todo en un día de manifestaciones. Son 19 y están instaladas –anote– en las esquinas de Córdoba y Alem, Córdoba y Scalabrini Ortiz, Alem y San Martín, Callao y Rivadavia, 9 de Julio y Santa Fe, Angel Gallardo y avenida San Martín, 9 de Julio y Sarmiento, 9 de Julio y Belgrano, entre otras. También hay cinco cámaras que controlan los pilotes automáticos que cierran el tránsito en Sarmiento y San Martín, Reconquista y Perón, Reconquista y Corrientes, Sarmiento y 25 de Mayo, Reconquista y Bartolomé Mitre. “Nuestras cámaras no graban, son como un río: las imágenes pasan, pero no se detienen”, dice Carlos Milovich, quien trabaja en el comando desde hace más de 30 años. Lo dice mientras mira en pantalla los carteles de un piquete nacional. Pero el río, se sabe, suele tener sus diques de señales revueltas. “Estas imágenes van –como las de Ausol– a la División Video Operativo de la Policía Federal”, cuenta el ingeniero Oscar Fariño, responsable del área. Durante las mañanas, un policía está sentado en el comando. “La Federal suele pedir: Poné tal cámara en tal lado”, dice Fariña, tal vez sin saber bien qué confiesa.
La Policía Federal tiene además sus propias cámaras que se controlan desde la central ubicada en Belgrano y Virrey Ceballos. Aunque no han querido dar públicamente su ubicación. Allí llegan las imágenes del comando de tránsito porteño, de las autopistas concesionadas a Ausol, Ausa y las señales que salen del subte. También van a parar a la central las imágenes de los estadios de fútbol que detectan barrabravas –aunque cada uno tiene su propia base de operaciones–. Y buena parte de esas señales se mueven bajo tierra –por fibra óptica– hasta la Secretaría de Seguridad, dependiente del Ministerio del Interior, ubicada en Gelly y Obes, a pocas cuadras de Plaza Francia.
La ciudad modifica su puesta en escena para una filmación que siempre está por venir. Es un set ideal para espectadores ocultos que no necesitan ningún pay per view. Pero a la visión lineal del mapa de la ciudad debe enfrentarse la visión poliédrica que ofrece una isla de edición. Pues la mirada permanente sobre la escena hace perder la visión sobre lo necesario: el ejemplo puede darlo el mismo Milovich, el empleado de tránsito, que hace seis años que observa 16 pantallas al mismo tiempo para saber cómo circulan las venas abiertas de la ciudad. Y sin embargo confiesa: “Nunca pude ver un accidente en directo”.
También habla de accidentes el filósofo Paul Virilio, quien adelantó que los desarrollos tecnológicos traían consigo su propia negatividad. Labicicleta inventó el accidente de bicicletas, el tren inventó el accidente de tren. El avión, el crash de avión. Y cada vez es más difícil impedirlos, pues la velocidad aumenta y con ello su imprevisibilidad. Y puede agregarse: su invisibilidad. “Aun en el control total, la vida encuentra cómo seguir su curso”, opina Maestripieri citando a Jurassic Park. Y se pregunta, para cerrar: “¿Cuál será el accidente de la cámara de filmar? ¿Cuál es el punto débil del sistema? ¿Quién será el hacker de la arquitectura audiovisual?”.

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