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Domingo, 27 de julio de 2003

TELEVISIóN

Cuando un pobre se divierte

Los programas de preguntas y respuestas contraatacan. Y sus víctimas favoritas siguen siendo la clase media, la familia tipo y la cultura general. Ruletas rusas, ayuda por internet, prendas y preguntas que se alejan cada vez más del saber escolar, ponen al participante en manos de la más pura timba.La pregunta es cómo y por qué programas como Decisión final, Trato hecho, Pulsaciones y Por mamá siguen apelando a nuestros más bajos instintos de ver cómo una persona pierde la fortuna en un instante, se cae en un pozo o debe disfrazarse para sumar chances.

Por Claudio Zeiger

Si jugar puede llegar a ser un vicio, ver jugar, ¿qué vendría a ser? Ver sufrir a otro por tomar una mala decisión y perder veinte mil pesos en un segundo, ¿es sadismo? Ver ganar a alguien veinte mil pesos cuando se tiene impaga la cuenta del teléfono, ¿es masoquismo? ¿Cuál es el morboso y por cierto discreto encanto de los programas de concursos y entretenimientos que hoy arrecian en la TV?
Hasta no hace mucho tiempo –hasta programas como “Audacia” o “El legado”– el azar y la malicia de la propuesta (un participante elige por conveniencia quién contesta la pregunta; dos personas de un mismo equipo deben enfrentarse y uno es eliminado) todavía convivían con cierta “justa del saber”. El que sabe, gana, pasa de ronda, es premiado. El que no sabe, pierde. Sin pretender la sofisticación de aquel glorioso cuento de Isidoro Blaisten, “Dublín al sur”, donde un hombre contestaba sobre la vida de James Joyce y era premiado con un viaje a Irlanda, los programas de entretenimiento nos solían poner frente al espejo de nuestro propio saber. Se trataba del venerable tesoro de la clase media llamado cultura general, una mezcla de residuos de lecciones escolares (biología, geografía, historia), películas, mundiales de fútbol, telenovelas, calles de la ciudad, etcétera. Si no ganamos plata en tanto espectadores, nos consuela saber lo que sabemos, y si cometemos alguna brutalidad, no lo hacemos frente a miles de espectadores.
Así como una ficción nos va enredando en sus trampas de folletín y un talk show nos enreda en sus imposturas emocionales, los programas de preguntas y respuestas nos enredaban en el fondo levemente canallesco que significa canjear saber por dinero, una fórmula siempre incómoda cuando se tiende a creer (como todavía lo creen tanto pueblos como gobiernos) que la educación pertenece más al ámbito del espíritu que de la materia y por lo tanto siempre puede ser postergada. Pero ahora ni siquiera sucede eso: el saber no paga. O paga una mínima limosna.
Si creen que estamos yendo demasiado lejos en estas consideraciones, basta ver los programas de entretenimientos de última horneada y comprobar que el conocimiento o cultura general ya ni siquiera cuenta o cuenta muy poco. La vieja “justa del saber” ha sido reemplazada por arbitrarias maneras de eliminar participantes, conductores cínicos o hiperzumbones, consultas por internet que vienen a desmentir la matriz fundadora de todos estos formatos. Si gracias a los avances tecnológicos lo puedo consultar en la red, ¿para qué molestarme en estudiar?
En verdad, sólo el Imbatible de Susana Giménez sigue premiando el conocimiento puro. Y bien difíciles que son las preguntas. Por lo demás, todos los formatos han ido rebajando inexorablemente la importancia del saber. “De eso se trata esta propuesta: un poco de suerte, un poco de sabiduría, un poco de azar y un poco de timba”, reconoció Julián Weich en un momento de “Trato hecho” (Telefé, domingo, 21 hs.). Acababan de eliminar a un montón de participantes preguntándoles cuántas pelucas se utilizaron en la filmación de El Señor de los Anillos (300, por si no lo saben). En “Por mamá” Araceli González se la pasa gran parte del tiempo hablando con Matías, el dibujo de Sendra ahora vuelto muñeco, y en el programa apelan a la vieja idea de la prenda para acumular chances. Las preguntas son un verdadero detalle entre otros avatares del programa.
El entretenimiento ha ido avanzando por sobre el saber y esto no está ni bien ni mal. Es sólo otro espejo en el que ya no se reflejará nuestra mediana cultura general sino los fragmentos astillados de diversas reliquias: la clase media, la familia tipo, la TV familiera de otros tiempos.
Todo se va licuando en la frenética carrera por probar formatos que, de tan piolas, a veces no son fáciles de seguir.

Lo cool y lo grasa
“Decisión final” (América, domingo, 23 hs.) tenía todos los ingredientes para ser una expresión populachera y sin embargo su estética es tan tecno como la de “Pulsaciones”. Su máximo atractivoconsiste en ver cómo el suelo se abre bajo los pies del participante cuando la mala suerte lo señala con una luz. Una especie de descenso al infierno que puede ser tan injusto que, como sucedió hace poco, le tocó a un muchacho que ni siquiera había entrado en juego. Pero como en un crimen de guante blanco, la sangre no se ve. Uno imagina que abajo la producción barre rápidamente los restos del participante eliminado.
La caída en desgracia viene a ser un avatar más, como lo son las preguntas de conocimientos generales que se alternan con una “ruleta rusa” –nombre de dudoso buen gusto– que termina siendo la gran expectativa del programa. Horacio Cabak lo conduce con una sobriedad y solvencia notables, pero no puede superar la fatigosa evolución del programa. Todo es bastante cool, como en su pariente “Pulsaciones” (Canal 13, sábado, 22.30 y domingo, 20 hs.), un programa que ya lleva un buen tiempo en pantalla.
“Pulsaciones” ha transgredido con éxito uno de los ganchos típicos de los formatos de entretenimiento con participantes. En vez de poner a un conductor carismático, optó por un locutor, la Voz invisible que habla con los participantes y les informa cómo van sus pulsaciones.
En “Pulsaciones” todo es un poco robótico, informático y cerebral a pesar de que se juegue en base a algo tan físico como el pulso humano. Los participantes ostentan un nivel medio para arriba (profesionales, informados, rápidos para contestar) y cuando pierden se la bancan con una frialdad elegante que apenas disimula el desencanto. Como en formatos anteriores (“El legado” de Jorge Guinzburg) éstos tienen versión para famosos y para chicos o hijos de famosos. Pero si nos concentramos en la gente común, el meollo del asunto en “Pulsaciones” no es que sea cool ni cerebral sino que, a pesar de todas las facilidades que otorga –teléfono, consultas por internet–, es dificilísimo ganarse unos mangos. Ofrece tanta plata como “Trato hecho” (250.000 pesos) pero llegar hasta allí es como escalar el Himalaya. Y cuando el cauteloso participante quiere retirarse, le imponen una pregunta final que también es difícil de sortear, porque no son cinco las respuestas correctas sino una o varias. ¡Aflojen un poco! Pero el pecado mayor aquí es haber olvidado la esencia del programa de preguntas y respuestas: en el fondo no hace falta saber. En una emisión reciente, una participante cayó en la cuenta de que llamaba a sus asistentes sin siquiera haber leído las opciones de respuesta. Como decía Les Luthiers: “El que piensa pierde”. Que piensen los otros. O que lo busquen por internet, que para eso está.
En los antípodas de lo cool-informático, desde el fondo de los tiempos de la TV popular, cuando el concepto de entretenimiento era ingenuo y familiero y la única familia posible era la familia tipo (mamá, papá, dos hijos, preferentemente un varoncito y la nena) llega “Por mamá” (Canal 13, sábado, 21 hs.), un programa curiosamente “grasa” para el 13.
Momento. Nadie se ofenda por lo de “grasa”: lo digo con cariño y una pizca de nostalgia. Me parece saludable que ahora que todo es “bizarro” (¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!) haya un programa que abiertamente asuma su verdadero perfil sin culpas ni disfraces ni dobles sentidos. ¿Un programa de entretenimientos para toda la familia? ¿Un programa con prendas? ¿Un programa hecho en nombre de mamá? Y bueno, no le pidan que lleve música de Leonard Cohen. Lo que asombra es la excesiva literalidad. No hay un matiz, ni un relieve. Las familias parecen actuadas. Hacen de familias tipo. Cuando las presentan, llegan al colmo del cliché poniendo unos cartelitos que resaltan rasgos simpáticos de los participantes. Araceli González –actriz de carácter más bien recio– parece hacer de conductora de programa para la familia. ¿Y qué hace la conductora de un programa de entretenimientos de sábado a la noche? Grita. Araceli, entonces, grita (Julián Weich también grita en “Trato hecho” pero él es un conductor consumado: sabe gritar). Y todavía no se entiende muy bien por qué es todo “por mamá” si, en rigor, el ganarse un auto –premio mayor– es para toda la familia. El programa es deshilvanado. El ya escaso suspenso por saber cuál de las dos familias concursantes gana es interrumpido todo el tiempo, como esos casamientos que terminan a las siete de la mañana e intercalan la cena con baile, videos y discursos. Además de Matías, hay una banda en vivo y momentos emotivos donde los hijos les dicen a las madres que las quieren mucho.
“Por mamá” parece una propuesta desfasada tanto de los tiempos modernos del zapping como del cinismo de la era del canje de saber por plata. Aquí se retoma el viejo concepto de privilegiar el show y convertir a las familias en un espectáculo para la familia. Pero este espejo nos devuelve muy poco. Hoy es sábado a la noche, una familia tipo se ganó un auto y otra no. La “cultura general” se escurrió entre prendas de fiesta de cumpleaños y bolas de bowling y nos deja la última duda: ¿existe la familia tipo?

Timba de masas
500 personas en escena, pantalla caliente, conductor estrella, 250 mil pesos en juego, 30 puntos de rating, clima ganador. Eso es “Trato hecho”. Bienvenidos al imperio de la timba de masas, la felicidad de jugar. “Trato hecho” ha borrado todo resto de pudor y ha eliminado o reducido a su mínima expresión la incidencia del saber y la cultura general.
Esta vez el espejo nos devuelve nuestra verdadera cara animal: somos seres que nos hipnotizamos viendo cómo ese pobre hombre palidece al rechazar una oferta de la banca de 18 mil pesos para perder el premio mayor y terminar con un consuelo de 120 pesos. La cultura general se ha visto reducida a pulsar un botón. La representación de lo que es la relación entre la TV y la gente no puede ser más gráfica: participan 250 (y sus 250 acompañantes) pero queda uno.
El programa está dividido en dos partes claramente diferenciadas: en la primera, la multitud juega en dos grandes equipos, y con una arbitrariedad digna de la ruleta van quedando eliminados de a decenas. Finalmente quedan dos participantes frente a frente. Pulsan la respuesta y el más ágil habrá adquirido finalmente el derecho a jugar. En la segunda parte, empieza la movida. Chicas hermosas y maletines llenos de plata. Son 26 maletines con los más diversos premios. Hay desde centavos hasta los codiciados 250 mil. El programa es sutilmente fatigoso y tiene tramos confusos, pero entre tanta adrenalina codiciosa y la astuta conducción de Julián, se disimula bastante bien. Cuando está por decaer, se pasa a la segunda parte.
Los dos participantes que concursaron hasta ahora se mostraron como empedernidos jugadores de casino: audaces, iban al frente rechazando las propuestas de la banca y terminaron víctimas de su poca mesura. Uno lo perdió casi todo y el otro se llevó unos 4 mil pesos, magro botín frente a los 20 mil que había llegado a arañar. A la dinámica del programa le conviene este juego un poco kamikaze, porque la prudencia del jugador demuestra que en el fondo no es un jugador, tan sólo el participante de un programa de entretenimientos.
Esto no es un reality de chicos que cantan sino una timba de la vida. ¿A mí qué me importa lo que vaya a hacer ese señor con la plata? “Trato hecho”, más que “Pulsaciones” y “Decisión final” y muchísimo más que “Por mamá”, es un puro show de la maldad. Se gana o se pierde pero en el medio no hay nada. Pulverizada la cultura general, astillada la clase media en castings y rondas de eliminación, elevado el azar a Dios Supremo, sólo queda una última imagen inquietante que nos devuelve el espejo: la que nos dice que es infinitamente más emocionante ver perdedores que ganadores.

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