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Domingo, 23 de noviembre de 2003

El club de los aventureros

Un fragmento del reportaje

Guillermo Saccomanno: –Cuando empezaste a dibujar, ¿querías ser historietista o pintor de caballete? ¿La historieta era un medio o un fin de tu vida?
Alberto Breccia: –No, no. Todo era mucho más simple. Yo era muy pobre y trabajaba como tripero. Y no quería ser tripero. Hice historietas como podía haber hecho otra cosa; vendedor de tienda, por ejemplo.
Carlos Trillo: –Sin embargo, sos muy culto para haber sido tripero. Tu biblioteca habla de alguien que ha leído mucho. Y durante toda la vida.
A.B.: –He leído mucho, es cierto. Siempre. Pero por ese entonces yo no era culto. Era un pibe de barrio. Me acuerdo que cambié, por ejemplo, cinco libritos de Sexton Blake por las obras de Poe prologadas por Baudelaire.
C.T.: –¿Por qué?
A.B.: –Por instinto.
G.S.: –Entonces, ¿vos llegaste a la historieta también por instinto?
A.B.: –Por instinto de conservación, en todo caso. Porque yo no leía historietas. A mí nunca me gustó la historieta. Inclusive, sigue no gustándome. Y sigo sin leerla.
C.T.: –¿Pasaba eso con los guionistas de entonces? Porque, por ejemplo, en Aventuras, escribían Vicente Barbieri, Conrado Nalé Roxlo, Dardo Cúneo.
A.B.: –La década del treinta había sido brava para muchos y a mí me había costado mantenerme en el oficio. Me fue mejor en la década del cuarenta y después. Con Láinez. Mientras yo estaba en Láinez con exclusividad me llamó Torino, que iba a sacar una revista llamada Bicho Feo. Como no podía pagar mis colaboraciones, me hizo socio. Para disimular, yo firmaba con seudónimo una historieta que hacía y se llamaba Gentleman Jim. Yo firmaba Vaghi. Pero esta historieta la hice muy poco. Porque la revista anduvo mal. Lo embromado fue que en Láinez se dieron cuenta de que yo les era infiel. Y me sacaron una historieta, hundiéndome en la miseria. Para colmo acababa de casarme. Entonces, todos los días comprábamos con mi mujer un litro de leche y un alfajor, y ésa era nuestra dieta. Medio litro de leche y medio alfajor cada uno.
C.T.: –¿Por qué un alfajor y no fideos, por ejemplo?
A.B.: –Porque los alfajores me gustan y aun en la miseria hay que mantener cierto esplendor.
G.S.: –Volviendo a la historieta, tu estilo de entonces, en Vito Nervio, ¿en qué manera está marcado por Caniff?
A.B.: –Estuve confundido mucho tiempo con la historieta, pero intuía que Caniff era el único que sabía lo que era el relato gráfico. Además me gustaba el dibujo caricaturesco. Entonces lo empecé a analizar bien. Y muchas cosas de su estilo me quedaron.
C.T.: –Sin embargo, el Gentleman Jim es anterior a tu conocimiento de Caniff y allí, conceptualmente, hay una pila de cosas que desarrollarías muchos años después.
A.B.: –Claro, pero eso es porque para Torino yo dibujaba con toda libertad y para Quinterno, no.
G.S.: –Vos en tu obra recibiste, como Caniff, lecciones de impresionismo. La luz, su tratamiento, y el interés por cierto virtuosismo plástico. ¿Todo esto lo aplicaste en tu trabajo, no?
A.B.: –No, yo hacía historietas, nada más. Nada que ver con la plástica.
C.T.: –Muchos dicen que el Sherlock Time es tu primera gran historieta y se olvidan de algunos episodios de El Club de Aventureros, donde ya hay muchas cosas que le están muy cerca.
A.B.: –Ustedes quieren que yo les diga la verdad. Y en el fondo, la verdad es muy tonta. Yo hice El Club de Aventureros porque me estaba edificando una casa y necesitaba dinero. Entonces fui y le pedí a Blasetti, el director de Patoruzito, dos páginas más a la semana. Y de ahí sale El Club de Aventureros y no de ninguna necesidad del alma.
G.S.: –Pará, pará. Volvamos un poco atrás. Queremos más datos sobre tu adolescencia, sobre la época de tu formación como tipo.
A.B.: –Bueno, ya les dije. Yo era un chico pobre de Mataderos. Mi viejo tenía una tripería y empecé a dibujar para no ser tripero, que es un laburo bastante fulero. Mataderos era un barrio que se me fue metiendo muy adentro. Yo creo que en Un tal Daneri salió algo de lo que yo veía en esos años de juventud. Esos paredones de ladrillo, esas calles de barro, esas nubes que parecían estar al alcance de la mano de tan bajas. En Mataderos yo vi dos duelos criollos protagonizados por La Pampa Julio, un príncipe ranquel que se había hecho guapo. Uno de esos duelos, me acuerdo, era sólo a planazos, y se iban rebanando de a poco. Sí, ése era el Mataderos de Daneri. Me acuerdo de un diario que vendían de noche en el barrio, con un parlante. Era un diario escandaloso, con chismes mal intencionados, aunque casi siempre eran verdad. Por el parlante adelantaban algunos de los titulares de ese diario: que Fulanita de Tal andaba zaguaneando con Zutanito de Cual. Y no era difícil que el papá de la chica fuera un vigilante o un pesado. Y entonces el tipo, ofendido, iba a la casa del novio y lo corría a talerazos, los dos en calzoncillos en medio de la noche. Sí, se armaban cada podridas...
C.T.: –Vos también participaste en una publicación barrial, ¿no?
A.B.: –Sí, pero era otra cosa, una revista literaria.
G.S.: –Por un lado sos un chico de barrio, “sin ilustración”. Por otro, participás en una revista literaria. ¿Cómo se conjuga la contradicción?
A.B.: –A mí siempre me gustó mucho leer. Cualquier cosa. Y así como yo, había otros muchachos en el barrio, con los que nos íbamos al Cine Arte, donde después estuvo el Lorraine. Nos gustaba René Clair, Renoir, Carnet de baile, La gran ilusión, La Kermesse Heroica. Me acuerdo mucho de esas películas.
C.T.: –¿Cómo era esa revista literaria?
A.B.: –Se llamaba Acento. Y publicábamos poemas de Machado cuando asesinaron a Lorca. Era una revista de secciones. Se publicaban críticas literarias y cinematográficas junto con cuentos de Arlt y de Quiroga. Yo hacía las tapas y escribía sobre libros que me gustaban. Firmaba Veritas, me acuerdo.
G.S.: –En esos tiempos ya habías empezado a dibujar historietas. ¿Cómo se veía en Mataderos a un dibujante de historietas?
A.B.: –Y, más o menos. Más mal que bien.
G.S.: –¿Qué querías ser por entonces?
A.B.: –Periodista; no dibujante. Periodista, sí. Tenía una imagen de mí donde me veía vestido de periodista. Con un saco elegante, con una tricota de cuello bien alto, blanca. Y acá, en el pecho, una “te” roja, una “te” de Tito. Un sombrero inclinado y bien ancho. Y una vuaturé, en la que yo andaba raudo. Era el sueño del pibe.

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