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Domingo, 2 de abril de 2006

Alma, corazón y cerebro

 Por Xan Brooks

¿Cómo sería Rebelde sin causa con Marlon Brando en lugar de James Dean? La pista más sólida acaba de aparecer: una prueba de cámara filmada en 1947, cuando el actor tenía 23 años, y que hasta ahora se consideraba perdida. Brando fue la opción original para el papel del torturado adolescente Jim Stark, y a pesar de aceptar la audición y la prueba de cámara, finalmente lo rechazó (aparentemente, por no querer atarse a un contrato de siete años, como proponía el estudio). Ocho años más tarde, Jim Stark fue interpretado por otro actor de 23 años: James Dean, y el fenómeno desatado por la película dio a luz esa industria multimillonaria llamada “cultura juvenil americana”.

Sin lugar a dudas, Brando está impecable en la prueba de cámara. Posee la angustia necesaria y la intensidad animal del personaje, y ya se había revelado como una poderosa presencia escénica en la puesta de Un tranvía llamado deseo en Broadway (obra que se encontraba interpretando al momento de la audición para Rebelde). A mi juicio, a los 23 años Brando era un actor mejor dotado que Dean, más talentoso técnicamente, con mayor peso y más complejo. Y sin embargo, no puedo dejar de pensar que Rebelde sin causa con él hubiese sido una película inferior de la que es.

Es cierto que James Dean se forjó conscientemente a imagen y semejanza de Brando, y que lo idolatraba de un modo que los actores mayores que él encontraban vergonzoso. Pero venían de lugares diferentes y representaban cualidades diferentes. Brando era Nueva York y Dean era Los Angeles. Brando era un producto de los escenarios de la década del ’40 y Dean era un icono de la cultura pop de los ’50. Incluso en su juventud, Brando se destacó interpretando adultos furiosos y agonizantes (su primer papel en el cine, tres años después de la prueba para Rebelde, fue el de un veterano de guerra discapacitado, en la película The Men). La especialidad de Dean, en cambio, eran los chicos confundidos e incomprendidos.

Por más que lo intente, no puedo imaginarme a Brando como Jim Stark, peleando con sus padres, riéndose con picardía en el asiento del planetario, y aullando al mundo: “¡Me están despedazando!”. Brando podía parecer vulnerable, confundido, obstinado y perdido. Pero no podía, nunca, ser juvenil. Era demasiado grande, demasiado poderoso; era, de una manera demasiado obvia, una fuerza de la naturaleza. Brando era un huracán sanguíneo, y Rebelde sin causa necesitaba más la tormenta hormonal que era Dean.

Por estos días, Brando y Dean son considerados, junto al querido y maldito Montgomery Clift, los tres reyes magos del Método de actuación Strasberg: el súper grupo de estrellas que revolucionó el cine norteamericano y tuvo una notable influencia en la generación siguiente. Pero como en todo súper grupo, cada miembro encarnaba fuerzas diferentes. Puesto de manera sencilla, podría decirse que Clift era el cerebro, Brando el alma y Dean el corazón. En el caso de Rebelde sin causa, se necesitaba corazón. Para que la película funcionara, se necesitaba alguien que encarnara la quinatescencia del chico americano, no la del hombre americano. Se necesitaba a James Dean, no a Marlon Brando.

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