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Sábado, 3 de agosto de 2002

¿Sueñan los androides con películas de Dick?

Por R.F.
En el reciente libro What if our World is their Heaven?: The Final Conversations of Philip K. Dick hay un momento tan conmovedor como desopilante. Allí, Philip K. Dick dialoga con Gwen Lee sobre la filmación de Blade Runner basada en su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Dick, entusiasmado, comenta que acaba de ver escenas sueltas de la película (moriría en marzo de 1982, antes de poder ver la versión final) y Lee comienza a recordar las cosas que más le gustaron de la novela. “Ah, eso quedó afuera”, dice Dick. “Eso también”, agrega. “Eso me parece que tampoco está”, suspira. Al final, Lee le pregunta qué es lo que finalmente usaron. “Bueno... el protagonista se llama Deckard”, responde Dick. Y se encoge de hombros.
Lo cierto es que la relación entre Dick y el cine no es fácil por la sencilla razón de que Dick no es fácil de adaptar al cine. Hay más ideas –Dick consideraba a la ciencia-ficción como “el mejor terreno para la discusión de ideas puras”– en una página de una novela de Dick que en las cinco o seis películas de la saga Star Wars. ¿Cómo traducir entonces a Dick a la gran pantalla? Fácil: destilar el concepto y con eso alcanza y sobra. De ahí que resulte tan fácil plagiar u “homenajear” a Dick tanto como por sus colegas escritores (pensar en William Gibson, Jonathan Lethem, Tim Powers o en K.J. Jeter, quien ha llegado a firmar una serie de libros/continuaciones de Blade Runner) como por guionistas y directores de cine: El show de Truman, Brazil, El sexto día, Dark City, ExistenZ, Vanilla Sky, Abre los ojos, El piso 13 y especialmente The Matrix son ideas dickescas exploradas en más de una ocasión por el autor de El hombre en el castillo y súbitamente “clarificadas” para su más fácil digestión en el celuloide. De ahí que todas y cada una de las pocas películas basadas en Dick estén construidas alrededor de un concepto y que ignoren casi por completo al material original: Blade Runner (1982), El vengador del futuro (de 1990, que en un principio sería protagonizada por Richard Dreyfuss y dirigida por David Cronenberg), Confessions d’un barjo (1992, adaptación libre y francesa de Confesiones de un artista de mierda), Screamers (1995, retrato bastante fiel de “La segunda variedad”) e Impostor (2002) se nutren de la médula, pero desprecian casi todo el resto. Por su parte, Dick llegó a firmar el guión de Ubik –una de sus mejores novelas– y John Lennon se quedó con las ganas de dirigir Los tres estigmas de Palmer Eldritch. Como se verá, hay mucho por hacer –ya están en camino adaptaciones de la novela Una mirada a la oscuridad y de los relatos “Paycheck” y “King of the Elves”, breve flirteo con el género fantasy que será en dibujos animados– y la obra de Dick está cada vez más solicitada por productores en busca de una vuelta de tuerca ingeniosa a la que vestir con efectos especiales de última. ¿Por qué este súbito entusiasmo? Fácil de responder, comprensible: el Gran Tema de Dick es, siempre, una pregunta –¿qué es real?– y un “sentimiento”: la paranoia. Lo que significa que en estos tiempos de enemigos secretos y extranjeros, agencias gubernamentales dedicadas a la investigación sin límite y reality shows, la literatura de Dick está más vigente que nunca y lo que él entendía como un futuro cercano –los cuentos y novelas de Dick transcurren, como máximo, apenas más allá de la barrera del 2000– es ahora nuestro presente imperfecto.
Lo que nos lleva a Minority Report. Otra vez, la manipulación de un relato breve cuya máxima similitud con lo que su autor escribió es el apellido de su héroe, la premisa típicamente Dick de explorar lo que ocurre cuando la seguridad se vuelve insegura y el perseguidor se convierte en presa. “The Minority Report” –el relato escrito en 1954 y publicado en la revista Fantastic Universe en 1956– es una variación sobre esa obra maestra de la sci-fi noir que es la novela El hombre demolido de Alfred Bester y narra un futuro donde los crímenes pueden prevenirse antes de ser cometidos y el impulso asesino, neutralizado antes de que la sangre llegue al río o a los circuitos de la computadora. En el film de Spielberg se conserva la raíz de las cuarenta páginas de Dick –Dick escribía rápido, 120 palabras por minuto– y, ya se dijo, un más que interesante concepto que, seguramente, provocaría orgasmos seriales en seco a George W. Bush: es el 2054 y el índice de criminalidad ha descendido a cero gracias a la ayuda de tres pre-cogs “retardados” capacitados para detectar el delito incluso varios años antes de ser planificado. Como resultado de todo esto no hay víctimas, las cárceles están llenas de “inocentes en coma” y muy pronto John Anderton, jefe de la unidad Pre-Crime, se descubrirá “culpable” y perseguido no sólo por un asesinato que no cometió (todavía) sino que, además, no tiene la menor idea de por qué lo cometió (todavía).
Scott Frank y Jon Coen –guionistas y sospechosos de siempre– no vacilaron a la hora de declarar, satisfechos, la naturaleza de su imperdonable y recurrente: “Utilizamos la idea de Dick en cuanto a lo de predecir delitos y lo del cazador cazado... Y cambiamos todo el resto”.
Está visto que uno de los dilemas de la ciencia-ficción como género pasa por el “a quién se le ocurrió primero” y quién patenta esta o aquella idea anticipatoria. Así, el mediocre Arthur C. Clarke se la pasa señalando todo el tiempo la realización presente y cierta de sus pasadas inocurrencias tecnológicas. No ocurre en otros planetas de la literatura y a nadie se le ocurriría, por ejemplo, que no pueden convivir en un mismo tiempo y espacio las adúlteras Anna Karenina, Madame Bovary y La Regenta.
A Philip K. Dick –a quien el futuro le interesaba poco y nada– se le ocurrieron muchísimas cosas y ahora, los guionistas, pobres, eligen nada más que aquellas que, como insistía Tim Robbins en The Player, puedan contarse “en un máximo de veinticinco palabras”.
(Los curiosos en saber más de Dick sin necesidad de leerlo pueden buscar los documentales Philip K. Dick: A Day in the Afterlife, producido por la BBC 2 en 1994 con entrevistas a invitados que van de Elvis Costello a Terry Gilliam; o The Gospel According to Philip K. Dick dirigido por Andy Massagli y Mark Steensland, estrenado en el 2000.)

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