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Domingo, 7 de junio de 2009

Toda cinta se autodestruirá

 Por  Martin Perez

Hay tecnologías en retirada por las que es difícil derramar un lagrimón. Así como el vinilo –aunque sus flaquezas siempre fueron evidentes– parece ser fácil de defender, hay otras que no tienen paladines. Como el viejo cassette, cuya existencia merece recuerdos tan románticos como los del vinilo, pero que nadie en su sano juicio querría seguir usando. Porque una cosa es recordar con cariño el acto de rebobinarlos con una birome Bic, pero otra cosa es querer seguir escuchando ese soplido permanente de cualquier reproducción en cassette. Algo parecido sucede con el VHS, que es básicamente la versión para video del cassette de audio. Y que, para colmo, nunca fue la mejor de las opciones iniciales en la carrera por hacer por la imagen lo que antes se hizo para el audio. Pero si el VHS le ganó a su competidor no por calidad, sino por ser más barato y manejable (o por mero marketing), es prácticamente un caso de justicia divina que su final llegue por la misma vía. Es que el paso del registro físico al magnético, primero, y de ahí al digital, siempre estuvo regido por la practicidad. Lo que uno recuerda con cariño, en todo caso, son las memorias asociadas al hecho de sacar la música a la calle, en el caso del cassette, o llevar el cine a casa con el video. Pero el logro final es que la necesidad domine la tecnología, y no a la inversa. Algo así como las ventajas del arte (popular) en la época de la reproducción técnica, pero a la enésima potencia. Por que sino sería difícil de explicar casi el júbilo con el que rápidamente se abrazó el DVD y la video terminó echada como una ladrona del lugar que ocupaba en el hogar del espectador que elige tener su diversión en casa. Claro que también están los que aún conservamos nuestra video. Pero no por ninguna fidelidad –eso ya lo dejamos de lado, después de ceñirnos a nuestra vieja y confiable cámara de fotos y ver cómo incluso los profesionales nos dejaban rápidamente solos–, sino porque aún hay cosas que sólo están en esas cajitas con una cinta oscura dentro, y en ningún otro lado. Cajitas algo mágicas, si se quiere, a las que nunca pudimos acceder como lo hacían los que perseveraban con las de audio, cambiando almohadillas, salvando cintas enredadas y demás. Nada de eso, los VHS siempre fueron misteriosamente inviolables. Una extraña caja negra de nuestro pasado –ya sea por contener recuerdos personales y familiares como por conservar viejas películas que ni gracias a la magia de internet se pueden recuperar–, que como aquella grabación de Misión Imposible, siempre amenaza con autodestruirse en cualquier momento. Pero aunque con cada play sea cada vez menos rec, con los recuerdos siempre pasa lo mismo. Uno se aferra a ellos, incluso para tenerlos olvidados. Hasta la próxima mudanza, claro.

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