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Domingo, 13 de abril de 2003

Mi reino por un concepto

Por R.F.
Y en algún momento, cansados de grabar canciones sueltas, los reyes del pop decidieron ponerse conceptuales y grabar álbumes conceptuales. Lo más parecido a una novela después de tantos cuentos.
Claro que la idea no era nueva ni mucho menos: pensar en todas esas cantatas, Pasiones, óperas y conciertos celebrando a emperadores y en Las cuatro estaciones de Vivaldi. Hay una especie de unanimidad a la hora de señalar a Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band como el primer gran éxito del concepto-pop: los Beatles inventan una banda-fantasma y lo que ofrecen en el disco es básicamente un concierto falso de esa falsa banda. Pero no es tan así, no es tan cierto: la idea ya había comenzado a insinuarse en 1966 en discos de The Kinks como Face to Face o A Quick One de The Who, ambos con suites de canciones que contaban una historia, y con el correr y el arrastrarse de los años –nada es casual–, Ray “The Kinks” Davies y Pete “The Who” Townshend se convirtieron en conceptualizadores consumados y consumidos. Todo parece indicar, también, que no han sido ni serán jamás superados.
Ahora bien: ¿cuál es el impulso que lleva a un eficiente fabricante de canciones sueltas a ponerse a fabricar canciones atadas? Por un lado, supongo, la ambición de hacer algo grande, digno de ser recordado por los siglos de los siglos. Por otro, es una buena distracción mientras el rockero se prepara para escribir una novela, actuar en una película o lo que sea. Porque todo parece indicar que los rockeros se aburren –se aburren mucho– y padecen complejos de inferioridad o de superioridad. En cualquier caso, pareciera que, en cierto momento de sus vidas, los músicos descubren que buena parte del público del rock no es lo que se dice demasiado intelectual, y entonces se proponen conquistar eminencias grises. La culpa, una vez más, es de los Beatles, que no tenían la culpa de que todo les saliera siempre muy pero muy bien y de provocar, por lo tanto, cantidades insalubres de imitaciones. Porque –se sabe– el pop es uno de los pocos territorios artísticos donde no está mal visto parecerse a algo que tuvo éxito. Todo lo contrario. Y así es como todas las ideas supuestamente originales a la hora del álbum conceptual pueden encajar sin problemas –haciendo uso de rápida e imperfecta memoria, seguro que aquí falta el más odiado o el más querido de ustedes– en un puñado de géneros degenerados donde todavía se pueden desenterrar unas perlas todavía menos cuantiosas. A saber:
* Ahí viene el Mesías, le gusta cantar. Dos hitos indiscutibles: Tommy de The Who y Ziggy Stardust and the Spiders of Mars, que cumplió también tres décadas el año pasado (y ahora, treinta años más tarde, se edita en CD la versión completa del concierto en el que Bowie “mató” a su héroe), y sus derivados futurísticos Aladdin Sane y Diamond Dogs. Otros iluminados: Streets de Savatage, Snow de Spock’s Beard, The Crimson Idol de Wasp, o Antichrist Superstar de Marilyn Manson tratan sobre los ascensos y caídas de figuras semidivinas que suben y bajan. Y venden. The Kinks se burlaron con mucha gracia de todo el asunto en A Soap Opera, donde un extraterrestre posee a un tal Norman Normal para demostrar que cualquier hombre común puede convertirse en una divinidad rock, pero todo termina triste: el extraterrestre acaba loco y encerrado en un manicomio de Chelsea, creo, y Norman continúa siendo el mismo mediocre de siempre. Marshall Mathers/Eminem/Slim Shady puede ser considerado otro mesías salvaje. Advertencia: mantenerse alejado de todo artista que anuncie conversión religiosa salvo que se trate de Bob Dylan.
* La universidad de la calle. Lou Reed es algo así como el máximo exponente de esta vertiente siempre construida con partes iguales de picaresca Mark Twain y sordidez Fassbinder. Berlin, Street Hassle, The Bells y New York son buenos exponentes de este asunto. Paul Simon hizo lo propio –y perdió hasta la gorrita– con su musical The Capeman. Prince ensambló uno de los mejores mosaicos urbanos con Sign O’The Times. Entre nosotros: Ciudad de pobres corazones de Fito Páez.
* Los horrores del progreso y las delicias del pasado. Aproximación cultivada casi exclusivamente por The Kinks en The Kinks are The Village Green Preservation Society y Preservation Acts 1, 2, 3. Aquí se nos cuenta de los placeres de vivir en la campiña, lejos de esa gran ciudad pecadora que todo lo corrompe y lo envilece. Los Kinks también exploraron la variante “todo tiempo pasado fue mejor” y cantaron loas a la era victoriana, los días jóvenes e inocentes en la escuela y la vida en el barrio como lo mejor que hay en Arthur (tal vez el mejor álbum conceptual de todos), Schoolboys in Disgrace y Muswell Hillbillies, así como numerosos apuntes sobre la vida on the road del músico en discos como Everybody’s in Showbiz. Los Styx, siempre graciosísimos malgré-soi, intentaron una versión yanqui con sus conceptos nostálgicos sobre la decadencia de América plasmados en Paradise Theatre y Return to Paradise y las tentaciones de la fama en The Grand Illusion. Y Rosario era una fiesta: Circo Beat de Fito Páez.
* Te amo, te odio, dame más. El divorcio o la separación como tema a discutir ha producido grandes momentos pop. Algunos de ellos: John Lennon Plastic Ono Band (donde Lennon deja de ser beatle) y Walls and Bridges (donde Lennon deja de ser por un ratito Mr. Ono), Rumours de Fleetwood Mac (con dos parejas cambiando de pareja adentro de la mismísima banda), Misplaced Childhood de Marillion (donde se intenta curar un corazón roto volviendo a la infancia); Ray Davies contó su divorcio de Chrissie Hynde en Return to Waterloo, y en Blood on the Tracks de Bob Dylan y Heartbreaker de Ryan Adams y Sea Change de Beck se llora por la chica perdida que acaso sea mejor no volver a encontrar. Cosecha nacional: Signos de Soda Stereo.
* Tesoros de la literatura. The Alan Parsons Project arrancó en 1975 con el Poe de Tales of Mistery and Imagination y Lou Reed –con resultados igualmente catalépticos– volvió a invocarlo hace unas semanas con The Raven. King Crimson –inesperadamente– se adentró en los trips de Jack Kerouac & Co. con su Beat de 1982. Pero tal vez el cretino más admirable a la hora de esta perversión no sea otro que Rick Wakeman, que adaptó al vinilo el Verne de Viaje al centro de la Tierra y los mitos arturianos de mesas redondas y llegó a escenificarlos en versión Holiday on Ice con músicos y cantantes ¡patinando sobre hielo y vestidos con armaduras!
* La vida moderna, o me vuelvo cada día más loco. La vida moderna. Y sus horrores varios. Clásico de clásicos y gran vertiente pinkfloydiana que supo ser aprovechada por muchos con ganas de criticar, de autocelebrarse, de decir que sufren mucho, etcétera. Radiohead y su O.K. Computer (considerado por muchos como una remake milenarista de El lado oscuro de la luna) son los paladines modernos del síntoma, seguidos de cerca por Supertramp y su Crime of the Century, Nine Inch Nails y su The Downward Spiral, Ghost in the Machine de The Police y –tal vez la mejor ópera rock de todos los tiempos– la psicótica Quadrophenia de The Who, con ese interesante apunte historicista que cuenta la vida doméstica de los Mods en el Swinging London. Se puede probar –otra vez Pete Townshend– el experimento sociológico de White City, pero cuidado con el denso Psychoderelict. Otros especímenes: Thick as a Brick y Aqualung de Jethro Tull, Duke de Genesis y tal vez el díptico neo-europeísta que conforman Achtung Baby y Zooropa de U2. En True Stories, y con la excusa de musicalizar una muy buena película con reminiscencias de Amarcord, David Byrne –entusiasmado gestor de la idea– y los Talking Heads –un tanto a regañadientes– ensamblaron canciones como si fueran retratos de freaks de un pueblo de Texas. Made in Argentina: La grasa de las capitales de Serú Girán. Espécimen extremo a la hora del Do It Yourself Sin Salir de Casa (o Síndrome de Pink): El salmón de Andrés Calamaro.
* No somos nada. Sting nos obligó a todos a enterarnos de la muerte de su padre en The Soul Cages. Con mucha más elegancia y talento, Eels narró la extinción de su familia en Electroshock Blues y –sin necesidad de ser tan personales– R.E.M. propuso un disco fúnebre que no demoró en crecer a clásico instantáneo: Automatic for the People. El reciente y formidable Up de Peter Gabriel va por el mismo camino. Americanos de ley, Bruce Springsteen y Bon Jovi derraman lágrimas por el 11 de septiembre en The Rising y Bounce, respectivamente.
* Rock Babilonia. Las discográficas, los managers, los periodistas, las drogas y, finalmente, el público que paga entradas y compra los discos son lo peor que hay. Ejemplos: The Wall de Pink Floyd, The Last D.J. de Tom Petty, Hotel California de The Eagles. Antítesis celebratoria: Breakfast in America de Supertramp.
* Mala ciencia ficción y peor fantasy. Casi cualquier cosa de Rush, el frustrado y hace poco reconstituido por Pete Townshend Lifehouse de The Who, el Joe’s Garage de Frank Zappa, el Obsolete de Fear Factory, el Operation Mindcrime de Queensryche y el involuntariamente desopilante Kilroy Was Here de Styx (imposible olvidar su “Mr. Roboto”). Todos tratan –todos– de futuros imperfectos donde la música está prohibida por perversos dictadores que, tal vez, tengan razón y no sean tan malos después de todo. Nota: la opción sci-fi o su variante fantástica y sword and sorcery suele ser la favorita de bandas de rock pesado y semi pesado con destellos sinfónicos. Otros sabores: E.L.O. y su platillo volador. Gloriosa excepción: Yoshimi Battles The Pink Robots de The Flaming Lips. Placer perverso: el Music for the Elder de Kiss para el que –cuenta la leyenda– Lou Reed ayudó con las letras a cambio de un buen dinero y una promesa de secreto absoluto. Mantenerse lejos, siempre, de cualquier cosa con nombre tolkienesco.
* Me lo repite, por favor. Albumes conceptuales que no se entiende muy bien de qué tratan, pero ahí están. El insufrible Tales from Topographic Oceans de Yes (la obra más soporífera de la banda más críptica y pretenciosa de toda la historia y, además, con cantante con voz de Bee Gee místico) y The Lamb Lies Down on Broadway de Genesis (que narra la historia de un graffiti-artist puertorriqueño que desciende a un inframundo neoyorquino para... ¡ser castrado!), Outside de David Bowie (primera parte de algo que nunca tuvo su segunda parte) y Mellon Collie and the Infinite Sadness de Smashing Pumpkins (el título ya asusta) son más que buenos exponentes del mal asunto. Un poco más legible es el Lado B de The Hounds of Love de Kate Bush, y vaya a saber uno qué quiso decir Cat Stevens con Numbers. Zona de riesgo: cualquier cosa conceptual de Tom Waits, Neil Young o Roger Waters solista.
* La hija de la lágrima. Toda un categoría en sí misma. Magnum opus maldito y acaso genial del genial Charly García, creador también de ese curioso mix de estética con logia masónica que es Say No More. Asumir que no hay disco suyo que no sea por lo menos vagamente conceptual y que no contenga elementos de todos los rubros anteriores. Seguimos trabajando en su decodificación y, desde ya, se aceptan sugerencias en cuanto a su verdadero significado.

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