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Domingo, 5 de mayo de 2013

ESTADOS UNIDOS 1994

El suelo con las manos

El ’94 fue el año en que mi papá tocó el suelo con las manos.

En serio. Antes no llegaba, no podía tocar el suelo sin doblar las rodillas. Entrenó y entrenó hasta que llegó. Mi mamá dice que tenía los músculos cortos, o algo así.

Fuimos a un campo en La Pampa para que entrenara. Yo sufría porque teníamos muchos problemas con el tema agua. Nos bañábamos con un hilito que salía de la ducha, estábamos hechas un asco. Mi mamá se la pasaba llenando cacharros para lavarnos la cabeza. Encima teníamos el pelo largo hasta la cintura y era una tortura desenredarnos.

Me acuerdo de que me asustaba mucho cuando veía que el entrenador le agarraba la cabeza a mi papá y se la sumergía en una palangana con agua. ¡Lo va a matar, lo está ahogando! “No, está entrenando”; nos decía mi mamá. “¡Pero lo va a matar, no lo suelta nunca!” Supuestamente era para mejorar su capacidad respiratoria, o algo así. Creo que nos volvimos cuando mi papá estaba flaco, flaco, flaquísimo, y nosotras ya teníamos los pelos como dos nidos de carancho.

En el ’94 se cayó mi primer diente. Y a mi papá le cortaron las piernas.

De ese momento tengo una sola imagen: mi papá llorando por la tele. Vi a mi papá y enseguida miré al resto sin entender qué era lo que estaba pasando. Todos los grandes que estaban conmigo lloraban y yo no tenía idea de por qué. Lloraban sin decir nada. Después de eso nos fuimos de Estados Unidos. Ese día se nos terminó el Mundial.

Me hubiera gustado tener veinte años en aquel momento. Me hubiera gustado darme cuenta de lo que le estaba pasando a mi papá. Porque mientras esa enfermera le agarraba la mano, otros se la soltaban. Me hubiera gustado darle un abrazo, aunque sea. Un abrazo bien fuerte, como el que le di en 2010.

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