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Martes, 27 de noviembre de 2007

CULTURA / ESPECTáCULOS › LA OBRA DEL PINTOR ROSARINO RODOLFO PERASSI EN EL CASTAGNINO

Una búsqueda siempre abierta

Se trata de una fascinante exposición que se puede disfrutar hasta el 3 de diciembre en el Museo Castagnino.

 Por Beatriz Vignoli

"La producción artística rosarina de las últimas décadas cuenta con algunos períodos de transición en los que surgieron algunos artistas que, impulsados por búsquedas propias, plantearon sus lenguajes alejados de aquellos movimientos y sectores cuya visibilidad quedó especialmente enfatizada dentro del campo del arte argentino", escribe Nancy Rojas en el texto de catálogo. La muestra antológica, que puede verse en el Museo Castagnino (Bv. Oroño y Av. Pellegrini) hasta el 3 de diciembre, presenta un panorama por períodos de la obra del pintor rosarino Rodolfo Perassi, quien por supuesto es uno de esos artistas de uno de esos momentos "de transición". El momento en cuestión es la década del 70, o fines de la década del 70, "momento a partir del cual una nueva generación de actores culturales asume y profundiza sus prácticas en torno al legado de sus propios maestros".

Cabe destacar el cuidado en la preparación de esta muestra que incluye obras provenientes en su mayoría de colecciones particulares. Además de artista propiamente dicho, Perassi es restaurador, diseñador con una carrera internacional, responsable del montaje en el Centro Cultural Parque de España y un tipo entrañable de la ciudad. Y estos fueron sus maestros: Julián Usandizaga, Pedro Sinópoli y Juan Grela, con quien además colaboró en un mural, entre 1982 y 1988. A partir de 1992 Perassi enseña arte en su propio taller, transmitiendo el saber artístico modernista. Perassi reelabora y revisa este modernismo en sus propios términos, es decir, como una línea de constante superación. Lo que se puede apreciar en la fascinante exposición del Castagnino es una búsqueda que no sólo está siempre abierta al paso siguiente, sino donde además ese paso siguiente es siempre incalculable. Cuando el estilo se coagula en un hallazgo feliz, dando a imaginar cuál será el próximo paso, en el cuadro siguiente la obra sale disparada en otra dirección completamente inesperada.

Hay algo de dadaísta y juguetón en el humor posmoderno con que Perassi hace malabares con sus intertextos, tanto visuales como verbales en los juegos de palabras de sus títulos; y entre las contingencias que incorpora, consciente o inconscientemente, se hallan los avatares de la economía y de la historia. Por su misma dinámica interna la de Perassi es una obra abierta, no sólo a su propio futuro sino al presente extra artístico que la rodea. Vorazmente, refracta residuos de condiciones materiales y simbólicas con la velocidad de un sueño surrealista. Una sólida estructura ósea geométrica adquirida tempranamente le permite esta capacidad de adaptación. La muestra permite ver cómo se formó primero esta estructura, y cómo después fue dejando entrar, al modo de una arquitectura simbólica, los materiales y los sentidos que fueron capaces de habitarla.

Es que además de la influencia de sus maestros y de sus tradiciones, Perassi mantuvo un ojo atento a las tendencias actuales. Es así que sus bodegones abstractos de 1986 y 1987 podrían figurar perfectamente en una muestra internacional de Neo Geo, estilo de geometría lírica en boga por entonces. En realidad no se trata estrictamente de bodegones sino de composiciones geométricas neo concretistas en una paleta tonal muy Grela donde los cuadrados se disponen en damero imitando el cuadrillé de un mantel, mientras que unos círculos blancos y naranjas hacen las veces de frutas en un plato. Esta astucia, este deslizamiento de la pura geometría hacia la representación pero como quien no quiere la cosa, tiene la sutileza de una estrategia de seducción y define a un gesto estético cuya reiteración explica la labilidad proteica de esta obra.

En un texto de catálogo que es una pieza literaria en sí misma, su colega y amigo Adolfo Nigro cuenta que Perassi inspiró a Roberto Fontanarrosa la creación de "Belmondo", un personaje de la mesa de los galanes. La verdad es más complicada y más simple que eso. Baste con decir que el "Negro" en su mesa de El Cairo era más un cronista que un inventor de mundos. Nigro define muy acertadamente a Perassi como alguien versátil que "confía en su hacer". Y es bien rosarina esta confianza en poder crear algo propio y nuevo a partir de las jugadas posibles que ofrece el terreno. Se trata de poner en juego un saber hacer que se traduce en un pensamiento salvaje práctico, en un bricolage genial. El procedimiento es tan productivo y complejo que prácticamente todo puede ser absorbido y fagocitado en los shaped canvases de contornos ameboides que Perassi compuso en la década de los 90. Desde la tristeza gris de comienzos del menemismo, simbolizada en trapos pintados de ese color, hasta la súbita proliferación de objetos chatarra acumulados e incorporados literalmente al cuadro; desde las citas y préstamos también literales de otros artistas locales hasta los vacíos en el interior de la superficie, que evocan por supuesto el espacialismo de Lucio Fontana, todo lo incluye la obra de Perassi como genuino dispositivo de captura, como artefacto posmoderno en el mejor sentido (el de Frederic Jameson).

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Perassi además es restaurador.
 
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