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Miércoles, 28 de enero de 2009

CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. LA MUJER DE LAS CORTADAS, DE FABRICIO SIMEONI, PROSA POéTICA

Del extrañamiento cotidiano

El escritor, nudo afectivo de su generación local, retorna al hermetismo de su primera obra, pero remixado en 61 relatos breves. Aunque hay mucho más, su propia experiencia marca el tono. "Porque escribo tengo alas", anota el autor en su web.

 Por Beatriz Vignoli

"Climas de extrañamiento, de quiebres y aires entre melancólicos y glaciales, propios de letristas que decoran su música con paisajes posmodernos" habitan la poesía de Fabricio Simeoni (Rosario, 1974), según su colega y coetáneo Lisandro González. Desde aquella antología que compilara el propio González junto a Abelardo Núñez en 2002, pasando por los libros Rey piojo (2001), Calambre de los descensos (2003), Agua virgen (2004), Jardines flotantes (2005) y tres antologías más, además de una obra periodística y en colaboración que le valió premios y distinciones del Estado municipal y provincial, Fabricio Simeoni ha ido abriendo el hermetismo original de su poesía a los "paisajes posmodernos" de la cotidianeidad urbana. Este vertiginoso crecimiento alcanza su madurez en Sub (2005), donde, como señala González, el poeta incluye al propio cuerpo. Y también a "la chica top de los anaqueles... su botellita de coca light /y la pared". Un modo de hacer con otros, a través del encuentro con los otros, signa tanto la experiencia como la obra de Fabricio Simeoni, cuya persona se constituye de algún modo en nudo afectivo de su generación local. Así lo muestran los videos y fotos colgados en You Tube a los que puede accederse desde el blog de su sitio web (http://www.fabriciosimeoni.com.ar). "Porque escribo tengo alas", anota en su web.

El hermetismo retorna, remixado en clave de prosa poética, en los 61 relatos breves que constituyen La mujer de las cortadas. El estilo de Fabricio Simeoni, según sugirió otro de sus críticos, es neobarroco; cabe agregar que a lo que más se asemeja es a ciertos pasajes líricos la obra de Osvaldo Lamborghini. Pero difiere en cuanto al programa estético, que es más complejo y confuso, y en cuanto a su grado de tensión, que es más extrema y lo acerca a la musicalidad urgente, al tempo rubato del rock alternativo y el hip hop. Estas son narraciones ambiguas, que guiadas por la pura pulsión autoproductiva de una prosa eléctrica van y vienen entre la irreferencialidad total y los breves fulgores de la música del sentido que la insistencia en la letra, por la vía de un arte combinatoria, le arranca al significante mismo. Aquí a menudo no se sabe qué viene de la experiencia y qué de las inercias del mismo lenguaje. Cuando se entrega de lleno a éstas, la prosa pierde fuerza y amenaza peligrosamente con naufragar en las aguas procelosas del automatismo psíquico puro; cuando no, construye mundos aparte a los que a veces la experiencia ilumina desde su radical singularidad.

El texto emite el chisporroteo intermitente de un críptico relato realista al sesgo cada vez que el sinsentido ancla en la precisión fenomenológica del dato sensible. Algunas de las referencias son ferozmente contemporáneas, como marcas de época que fechan el texto, lo inscriben en el siglo y ponen el sello de la pertenencia del poeta al mundo de su tiempo; otras vienen de lo profundo de la memoria de la infancia. Pero todas ellas son apenas guiños procedentes del mundo casi autónomo de estas cuasi ficciones, cuyas peripecias tienen como principal condición de posibilidad lo que el lenguaje puede decir. Y lo bueno es que el lenguaje dice más, mucho más de lo que podría suceder.

"Janina cambió la piel, le salieron bocas en todo el cuerpo" ("Desbocada"). Casi cualquier frase extraída de este libro podría servir como ejemplo de la hipótesis de Noam Chomsky de que las estructuras del sistema del lenguaje son innatas, de modo que no dependen de la experiencia. Y sin embargo, bajo la iridiscencia neobarroca de la superficie se alcanzan a entrever, como restos diurnos nadando en el estanque del sueño, datos sensibles concretos. Vienen fragmentados, desmenuzados tal como lo postulan las corrientes fenomenológicas, empiristas y sensualistas de la filosofía moderna. Las frases en que Simeoni logra formular tales esquirlas microscópicas de percepción irrumpen entre estos enunciados flotantes para convertirlos en el contenido de una enunciación que dice algo acerca de su vida tan particular.

Sería erróneo juzgar toda la obra como testimonial a partir de estos mínimos chispazos, que constituyen un ínfimo porcentaje de la masa textual. Sin embargo el relato musicalmente más logrado del libro ("Entre la piel y la vigilia") parece haberse nutrido de esos detalles. Los verbos en tiempo futuro le dan un tono profético que lo pone a la altura de la mejor poesía. "Visitaremos las cápsulas perimetrales del transbordador que viaje al planeta dentado, triturador de toda posibilidad vital, y el espacio será de los otros, nada habitable será nuestro. Nada que merezca la ocupación de un lugar, seremos lo inhabitable, lo que no se puede conquistar".

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La obra de Fabricio Simeoni está signada por su modo de hacer con otros, a través del encuentro.
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