Domingo, 16 de diciembre de 2012 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › LA TERCERA FERIA DE LIBRERíAS DE VIEJO DE LA CIUDAD DE ROSARIO.
En su tercera edición, la Feria de Librerías de Viejo prevé superar los seis mil asistentes del año previo. Un laberinto de libros usados donde internarse saludablemente, por unas horas. Siempre con la posibilidad de hallar alguna joya olvidada.
Por Leandro Arteaga
Montañas de libros, superficies de portadas, perfiles de lomos variados, sorpresas para quien se anime. En fin, que de libros viven hombres y mujeres y que oportunidades semejantes son siempre bienvenidas. La avidez se nota a la vez que desmenuza el pretendido comportamiento "diferente" de este cronista, convencido como está de su ansiedad (mal) disimulada. Porque observar a quienes buscan su ejemplar entre estantes e hileras no deja de significar esfuerzo o padecer; en otras palabras: no vaya a ser que el observado dé con aquello que, justamente, el cronista también quiere. Lo predicho como rasgo, apenas, de lo mucho que moviliza felizmente la denominada Tercera Feria de Librerías de Viejo de la ciudad de Rosario, con lugar en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia (San Martin 1080), y que culmina hoy su actividad, con entrada libre, en el horario de 10 a 20.
Libros, fascículos, ediciones especiales, revistas, historietas, se suman a la vez que articulan un recorrido que ha ido creciendo con el devenir de los años, organizado por CCBR y la Asociación de Librerías de Viejo de Rosario. Uno de sus artífices, Jorge Ramírez, comenta a Rosario/12 que "la actividad ha sumado más espacio y stands, en la primera éramos nueve, ahora doce, y las expectativas están puestas en seguir creciendo en cantidad". Componen, la presente edición, Librería Amauta, Librería El Lugar, La Pluma Libros, Librería El Caburé, Librería Argonautas, Armando Vites Librero Anticuario, Antigüedades Deportivas, Librería El Pez Volador, Libros Macedonio, Homero Libros, Leo Libros, y Libros Severino.
-Hay una relación con los libros usados que se mantiene intacta.
-La respuesta de la gente es excelente, si bien hay quienes saben lo que vienen a buscar, la gran mayoría siempre se va llevándose algo, lo cual es bueno, porque significa que las expectativas de quienes vienen se cumplieron. Es más, en esta edición hemos recibido correos de gente de otras localidades avisando que venían, también hay gente que nos pidió participar, pero fue imposible porque ya estaba cerrado. Vamos a ver qué hacemos de aquí en adelante, si nos abrimos a la participación de libreros de otras localidades.
-¿Hay alguna actividad similar en el país?
-Creo que no, a excepción de la Feria del Libro Antiguo de Buenos Aires, que no es lo mismo, ya que tiene otro público, son coleccionistas. Si bien acá hay material para coleccionistas, estamos más orientados a la expectativa personal de cada asistente antes que a los incunables.
-Recuerdo a Cortázar referir el misterio que suponen los subrayados y anotaciones que guardan los libros usados.
-Creo que todos los libreros tenemos la costumbre de dejar al libro como está, con sus marcas de lápiz o birome, porque ves que fue trabajado por alguien y que ese alguien le contestó al autor y, quizás, al que leyó el libro antes que él. Hay un diálogo entre esas personas que es maravilloso, y eso es algo que mucha gente aprecia.
-Y que no logran recrear los libros electrónicos.
-Son cosas distintas, el papel tiene otro sabor, el papel se puede tocar.
-Bradbury decía que los libros usados tienen olor a canela.
-Es cierto, hay muchísimas personas que vienen y que huelen los libros, muchos compran por el olor. Yo soy uno de ellos.
-¿Podrías describirlo?
-No, no es fácil, tiene que ser un olor especial, un sabor particular, que a lo mejor a mí me atrae y a vos no.
El paseo entre los stands es reiterado. Es decir, por un lado, una primera vuelta que permita ver qué hay, qué se ofrece, cuáles precios. Después, la nueva recorrida con la orientación previa y, ahora sí, la decisión de la compra. Pero, aquí el problema, no se puede dar cuenta de todo, e invariablemente aparecen otras posibilidades. ¿Qué hacer? Comprar todo, como siempre ocurre. "¡Gracias porque me ayudó, era Italo Calvino!" interrumpe amablemente una paseante al cronista en mitad de su pregunta al librero Armando Vites. E interrumpe de modo preciso, porque la consulta se orientaba a pensar al libro y sus vínculos como un acto de afecto. "De alguna manera es así dice Vites a este diario, me sigo encontrando con autores que me resultan absolutamente entrañables, como si se tratara de amigos. Si hoy pudiera conseguir alguna cosa de Dino Buzzati o de Stevenson que no haya visto me sentiría totalmente agradecido."
-El libro crea vínculos interminables.
-Que compensan en uno lo penosa que suele ser la actividad comercial, al estar mediada por el dinero y ese tipo de cosas. En general, la gente que asiste a esta feria se va bastante conforme, porque de pronto se encuentra con más de seis mil libros para revisar, y en esa cantidad a veces encuentra cosas que viene buscando desde hace mucho tiempo. Cuando ves la avidez de la gente, al pasar de un puesto al otro, tratando de encontrar lo que buscan, eso para mí está muy bueno.
-Suelen tenerse más libros que los que se pueden leer. Pero eso también significa cuidarlos.
-Uno tiene más libros de los que se precisa porque detrás está la idea de la biblioteca, el lugar de referencia; y porque sabés que en algún momento te vas a topar con ese libro que compraste. La Asociación de Libreros Anticuarios de la Argentina sacaba en los años cincuenta una publicación de muy buen nivel, donde los libreros hablaban de ciertos libros que tenían. Allí apareció una nota de un bibliotecario de Oxford, en donde se decía que la tarea del bibliotecario y creo que la del librero se emparenta es poder sugerirle a la persona, y no necesariamente haber leído el libro. Este hombre, después de escribir una página y media hermosísimas, decía que "después de todo, yo me dedico a algo que no me da tiempo para frivolidades como la lectura". Un muy buen chiste, escrito por alguien evidentemente inteligente.
Final del recorrido y con un ejemplar de Para leer a Mafalda (1975), de Pablo José Hernández, bajo el brazo. Al calor del notable Para leer al Pato Donald de Dorfman y Mattelart.
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