rosario

Domingo, 16 de diciembre de 2012

CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA

Mundo divino

 Por Adrián Abonizio

* Cuando chico había escuchado decir que si te clavabas una aguja y no te la sacaban buscaba el corazón y allí se alojaba para matarte. -A menos que uno sea salvo, argumentaba al cura, elogiando la magnitud de su creencia y su horror de sicópata. -Como a Cristo que le enterraron una espada en la costilla, sostuvo un pibe. -Eso no tiene nada que ver, respondía el otro con desprecio. -Y una aguja apenas si se ve, decía con una voz de lobo, midiendo con las garras cuan de invisible y de finita era la ley del castigo divino. Se murió un domingo, atravesado por una viga que cayó de una obra en construcción.

* Iban a masturbarse, tras la planta de paraíso, con vista a la quinta cargada de plantas con ciruelas y peras que tenían los curas y que vigilaban cuatro perros policías. A él a veces se le daba por imaginarse a la virgen que vislumbraba desde allí observándolos desde el mármol, altísima y enfurecida. Pero le duraba poco: Sabía en el fondo de su alma que aquello era simplemente un juego. Ni acababan.

* Estuvo en una urgencia y tras cuatro horas sin moverse y lúcido, terminó la intervención -te intervienen el espíritu en realidad- empezó a temblar por la tensión acumulada. -Tiene un CH -crisis histérica- dijo uno como si mirara dentro de un motor de Renault y dijera: -Es el carter jodido. -Mirá al Señor, le susurró un enfermero señalando el símbolo sangrante en bronce que presidía el quirófano. Nada. ¿A qué no saben cómo se le fue?. Un ayudante, de su edad, vino y le acarició la cabeza. Eso lo tranquilizó. El amor en cualquiera de sus formas, vence a la muerte, a las cruces y a los médicos.

* Eran muy pobres. No tenían ropa para salir, sólo la de todos los días. Era Carnaval y lo invitaron a ir a Naútico, reservorio de lindas chicas. Su mamá, a escondidas fue hasta la tienda La Sorpresa y le compró una remera de nylon. Pantalón blanco de su primo y la pilcha nueva. Conoció a una chica que le pasó inmediatamente los brazos por el cuello mientras bailaban. -¿Crees en Dios? Yo sí, mucho, se contestó ella. -Me gusta tu ropa, siguió. En la playa se dieron dos besitos. Quedaron para verse al otro día. El avisó que le lavaran la remera: Mejor repetir que llevar algo viejo. Se descuidó y se olvidaron. Se quedó en el techo, en cueros, viendo como la noche llegaba: Abajo la remera flameaba en un intento desesperado por secarse. Acusó a Dios por haberlo traicionado. Era generoso pero muy olvidadizo.

* Con cada confesión sentía que se secaba, que le extraían una muela podrida y le quedaba el hueco, sangrante y sin reemplazo. Por eso empezó metódicamente a mentir hasta que construyó relatos tan aterradores que el propio cura, llamándole aparte le sugirió que no se confesase más que no valía la pena. -Tu alma, hijo mío, ya está perdida. Y aquello constituyó un alivio.

* Cuando entró a la sala de proyección de la iglesia estaban dando una cinta de monjas que asistían a revelaciones. Un pedo, sonoro como una bomba resonó en el lugar e hizo que los asistentes estallaran de risa, burlándose en la oscuridad, gracias a la ventosidad, de tanta esclavitud. Se encendieron las farolas y el celador empezó a buscar al culpable. -El pedo no es boludo, ya se fué con la luz, comentó uno de sus amigos. -El pedo es el diablo, cerró otro.

* Se enteró que la Virgen lloraba sangre y que el corazón de no sé qué santo de Italia metido dentro de un frasco se licuaba una vez al año. Decididamente, la religión era algo repugnante.

* Empezó a trabajar antes de ser mayor de edad, empujado por sus padres. Iba a los laburos enojado y se descargaba yugando mucho y bien. Pero siempre saltaba algún capanga que lo ponía en vereda. -Mirá, pibe, si querés laburar hacelo en tu casa, acá no se viene a dar buenos ejemplos. Dios no mira a nadie acá. Lo estaban preparando para rascarse y ser zorro. Robar elementos, adulterar las horas. Que trabajen los giles. Entendió que hay que hacer que uno hace. Cuando encontró su profesión ya había perdido la furia y sencillamente se zambulló en las aguas del instinto. Cuando estuvo al mando recibió a uno de aquellos que le habían aconsejado no hacer nada. -Usted sabe lo que tiene que hacer, le dijo dándole una escoba. Y el tipo lo reconoció y se deshizo en saludos. -Ve esta baldoza, ¿brilla,no? Bueno así quiero la cuadra entera. Pero primero, cebele a todos una ronda de mates y escóndase en el bolso aquel rollo de alambre de cobre. Dele, hombre, ¿qué espera? ¿no me dijo que Dios es ciego?

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