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Martes, 23 de agosto de 2016

CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. ESCULTURAS DE GUILLERMO FORCHINO EN EL FONTANARROSA

Novelista de la materia

Realizadas en los últimos 30 años en resina poliuretano, las obras del artista rosarino construyen un microcosmos en el que los personajes están acompañados por su entorno íntimo, invitando así a descubrir (o crear) sus propias historias.

Para contar una vida, el secreto está en los detalles. Todo buen narrador lo sabe: los detalles son la huella de la experiencia vivida, el dato verosímil, la prueba del delito, el fetiche de la seducción. Las esculturas en resina poliuretano de Guillermo Forchino seducen por el detalle. Cada objeto construye un microcosmos; sus personajes no solamente son expresivos al máximo, no solamente lucen los atributos de su profesión, su clase, su época o su estilo de vida, sino que despliegan en el pequeño espacio de su entorno íntimo toda clase de enseres y pertenencias, cargados cada cual de su propia historia.

Llamada igual que una muestra de 1995 por el mismo autor y en el mismo lugar (que entonces tenía otro nombre), Forchino París/Rosario despliega en el hall central y en la sala Augusto Schiavoni del Centro Cultural Fontanarrosa (San Martín y San Juan) una selección de obras en pequeño formato de este artista rosarino cuyos personajes cautivaron al mundo. Desde que firmó un contrato en exclusiva con la sociedad holandesa VM&M Concepts para crear copias en escala de sus obras con el mismo detalle que las originales, tiene clientes en 65 países. Las copias se realizan artesanalmente en ediciones limitadas, bajo su supervisión personal, en la ciudad de Hui Yang, en el sur de China. Esta colección se titula El Arte Cómico de Guillermo Forchino.

La exposición, que se inauguró el jueves pasado y podrá visitarse hasta el 18 de septiembre, reúne obras suyas de los últimos 30 años, que incluyen sus series cómicas de vehículos y de profesiones. También se puede echar un vistazo al taller del artista a través de una galería de bocetos tridimensionales y de un documental en video.

Muchas de las obras están acompañadas de un relato humorístico breve (en una tipografía retro que va muy bien con las piezas) donde el autor les inventa una ficción a los personajes, a veces en primera persona y otras veces con guiños a sus amigos artistas de Rosario, como Mauro Machado y Hover Madrid. La decisión curatorial de utilizar como pedestales los mismos embalajes en que vinieron las obras desde Francia, con las etiquetas que indican el recorrido, es muy buena ya que aporta información sobre las obras del mismo modo en que ellas mismas nos informan sobre sus pequeños universos de ficción: no mediante relatos sino mediante indicios. Hay que ir con tiempo, y si es posible con los chicos. A cualquier edad, estas obras se miran con mirada de niño. Antes que irónicas o meramente satíricas, hacen sonreír en una gama de tonos que van del grotesco a la ternura.

Guillermo Forchino (Rosario, 1952) es licenciado en Artes Visuales por la UNR. Tras estudiar Restauración y Conservación de Obras de Arte en la Universidad de la Sorbona (París), abrió su propio taller de restauración en Rosario. Con sus colegas Marcelo Castaño y Fernando Ercila fundó la galería Buonarotti, a la vuelta de la Facultad. En 1985, con Castaño y Rubén Porta, presentó la muestra grupal Desafinados. Allí representó con conmovedora ternura el sufrimiento de los residentes de instituciones totales: asilos de ancianos y hospitales psiquiátricos. En octubre de ese mismo año regresó a París, donde se instala definitivamente. En la actualidad expone en Francia, Argentina y los Países Bajos; trabaja en su taller de París, a escasos metros del cementerio Père Lachaise, donde nunca se siente solo porque sus dos hijos lo comparten con él para arreglar bicicletas. Ama la luz de los cielos del anochecer de París al final del verano y considera una enorme influencia la pintura de El Bosco, desde donde parte su atención a las expresiones de los rostros.

La muestra comienza con su serie de vehículos, que se vio en parte en Rosario: una de las calcomanías que lleva pegadas el auto de carreras Fórmula 1 de El campeón (2007) cuenta esta historia al mostrar el logo de la marquería Pentimento (San Lorenzo y Paraguay).

Cada vehículo es un mini hábitat de sus conductores y pasajeros, quienes transportan animales, herramientas o sándwiches microscópicos. Tanto aquí como en su serie de las profesiones, Forchino es capaz de concentrar en una superficie de pocos centímetros cuadrados todo lo que constituye la vida de un personaje. En La mudanza (2010) vemos todo eso literalmente, amarrado al camión. Desde el despliegue de parafernalia analógica del El fotógrafo (2015) hasta El jardinero que contempla con orgullo su tomate, siempre hay algo de nostalgia por épocas tecnológicas pasadas en estas obras. Lo más entrañable es cómo Forchino parece crear a los conductores y pasajeros de sus vehículos a partir del modelo, la marca y el color: una pareja de artistas (él, italiano; ella, francesa) van con su perro y sus cuadros en el Citröen escarabajo azul; un playboy, en el Mustang 65. Cada personaje encarna un estereotipo, y al mismo tiempo su carácter es bien singular: el texto al pie les pone nombre, y sus rasgos y expresiones son únicos.

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Guillermo Forchino volvió al Centro Cultural Fontanarrosa para montar sus esculturas.
Imagen: Mario Laus
 
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