rosario

Martes, 11 de marzo de 2008

CONTRATAPA

Heráclito, el oscuro

 Por Víctor Zenobi

A Viviana Nardone

Según Diógenes Laercio, Heráclito era de éfeso y debe haber vivido hacia la segunda mitad del siglo V (A-C) dada la carta que le escribe al rey Dario, que en ese momento dominaba la región. Si estos datos son exactos, la madurez de Heráclito transcurre entre Jenófanes, de quien conoce su doctrina, y Parménides de Elea, el mismo del famoso argumento Aquiles. Siempre según Diógenes, Heráclito escribió un libro: "De la naturaleza", que trataba de política, teología y del Universo. De él nos han llegado fragmentos citados por diferentes apologistas célebres, que no fueron coetáneos suyos. Esos mismos fragmentos han insinuado a algunos exegetas, que Heráclito fue renuente a la escritura; su enseñanza sería oral, del estilo de Pitágoras, Sócrates y Jesús y para un grupo selecto de discípulos que transcribieron algunas de sus enseñanzas. De allí que sus escritos sean fragmentarios, en algunos casos oscuros y hasta un tanto contradictorios en cuanto a la coherencia de sus doctrinas. El hecho no sería para nada controvertible, ya que miles de años suelen modificar considerablemente lo que los hombres hacen o dicen y el lamento por ello, es tan inútil como la correspondencia con su verdad o falsedad. Lo que si podemos inferir es que si su nombre ha alcanzado la repercusión que conocemos, entonces su actividad ha operado transformaciones en el pensamiento de su época, con la lógica consecuencia de alterar el orden de la tradición y el conocimiento popular. Homero y Hesíodo, como formadores o propagadores de mitos, le son adversos, también Pitágoras, Jenófanes y Arquíloco; no creo que sea solamente una cuestión de estilo... Tal vez sea por la concepción de la divinidad antropomórfica que abunda en Homero, por ejemplo, ya que si nos detenemos en el fragmento 30 leemos: "Este mundo que es el mismo para todos, no fue hecho por ningún Dios u hombre, sino que fue, es y será fuego siempre viviente..." También le molestaba la exageración de un saber sensible Recordemos que los presocráticos (quizá tanto como mucho de nosotros) buscaban el elemento constitutivo último y era bastante usual suscribir el uno originario del cual todo partiría o al cual todo estaría de muchos modos subordinados. Como sea, nuestro filósofo solía desdeñar lo que parecían verdades evidentes, productos de un saber sensible y la verdad es que lo hacía con suma ironía, como en el fragmento 56:"En cuanto al conocimiento de las cosas visibles los hombres son engañados como Homero, quien sin embargo era el más sabio de los Helenos. Pues también a éste engañaron, jovencitos matadores de piojos, cuando decían: todo lo que hemos visto y apresado, lo soltamos; más lo que no hemos visto y apresado, lo llevamos con nosotros." Sabemos que Heráclito era un hombre desdeñoso de la gente común...pero, bueno, casi siempre la gente común se ha burlado de los hombres considerados excepcionales, así que no veo por qué debería molestarnos la contrapartida... Por supuesto, también sería lícito sospechar que albergaba algún oscuro e ilegible resentimiento, aunque lo más cómodo es pensar que tenía mal carácter... Cuando éste es espontáneo, no hace diferencia de clases ni de condición. Hemos mencionado la carta que Heráclito envío a Darío, rechazando su invitación: "Cuantos viven en estos tiempos huyen de la verdad y de practicar lo justo, dándose a la insaciabilidad y vanagloria por falta de juicio, más yo, que doy al olvido las injurias, declino la envidia y huyo de la vanidad y el fasto, no iré a Persia, satisfecho con mi cortedad, que es lo que me acomoda" Por suerte, Heráclito no vivió en nuestro tiempo, es de prever que hubiera detestado nuestra adhesión a la vanidad, a la ostentación y a la celebración de iconos absurdos, y si bien, a través de su lectura, nos es difícil concebirlo sin una firme estimación de sí mismo, podemos resignificar el gesto predominante hacia el cual propendía: "es prudente escuchar al logos, no a mí..." El enunciado va mucho más allá de una referencia hacia la modestia o la humildad de Heráclito; trae aparejada la cuestión enigmática y central, gravemente central, de lo que significaba el logos como nódulo gravitante de su accionar y de su filosofía. En principio porque sugiere una escisión entre quien expresa y lo expresado; incluso lo que deberíamos recordar cuando discutimos a la personas más que al tema que sostienen, pero más allá de eso, mucho más allá de eso, la intuición del logos como algo pendular, que escapa a las nociones que nos hacemos de ello, sea el lenguaje o el pensamiento, la razón o el espíritu. Es más, diríamos algo que bascula, que pendula entre un adentro y un afuera, exterior e interior, relación inquietante que gravita sobre la correspondencia que es un tema crucial para nuestra época. No me atrevo a decir que parece una alusión a nuestros problemas acerca de la conciencia; en todo caso, el tema roza la cuestión del signo, que para los antiguos consistía en una forma de razonamiento en el sentido de obtener lo imperceptible de lo perceptible. Tal vez, incluso, ya que Logos significó, "palabra, expresión, razón, discurso" a través de una etimología que refiere a la idea de "contar, hablar" y a su vez, a "reunir, recoger", como se hace al leer con las palabras, Heráclito intuyó la complejidad específica del signo lingüístico y el enigma que plantea al eludir el concepto de representación, puesto que no hay nada en él, que lo refiera necesariamente a su objeto. Su inestabilidad, su cambio potencial expuesto al devenir, su identidad susceptible de cambio, perturba el encuentro entre pensamiento y sonido que genera una palabra, digamos, ya que ambos elementos no susciten o preexisten de antemano por separados. Por lo demás, ya en esa época, las nociones del signo con los objetos a los que refería, su ausencia de relación o por el contrario, su concepto de ser "el arquetipo de la cosa", por las supuestas virtudes del griego como lengua de la verdad, estaban en pleno desarrollo. En el fragmento 51 Heráclito dice: "los hombres ignoran que lo divergente está de acuerdo consigo mismo. Es una armonía de tensiones opuestas, como la del arco y la lira" Aparte de anticipar, al menos un basamento de la dialéctica, muchas veces me he preguntado: ¿Sería el logos para Heráclito el punto de encuentro entre dos elementos, de por sí muy difíciles de captar, y que realizarían sin embargo, lo que llamamos el poder de la palabra? La imaginería de la Torá parece un desprendimiento de ello, ya que nos recuerda la creación a partir del verbo. Otra razón permite imaginarnos un cierto contacto: Los estoicos, devotos herederos de Heráclito, fueron los que más indagaron en el diagrama del significante y el significado. Las más destacadas disciplinas de nuestro siglo lo han retomado, pero bueno... tal vez nos hemos dejado llevar. Volvamos a los hechos, mejor dicho o escrito, a los enunciados. Casi nadie ignora el fragmento más conocido de Heráclito; el famoso fragmento 49 dice: "En los mismos ríos nos bañamos y no nos bañamos; somos y no somos." Aristóteles en su "Metafísica", critica lo que sugiere: "De hecho es imposible que alguien verdaderamente piense que una cosa sea y no sea, como afirman que dijo Heráclito" Para el confinamiento de una lógica, de una lógica tradicional, por supuesto, es imposible no contemplar de alguna manera, el principio de no contradicción; que algo no sea idéntico a sí mismo impediría la certeza de un cálculo. Pero, por lo que hemos leído, Heráclito tenía la sospecha, tal vez la convicción, ("Yo me escudriñé a mí mismo") de que el hombre era el ser que contradecía su propia identidad. Al menos el reconocimiento de que nuestra identidad es cambiante y que no somos ni seremos el que alguna vez fuimos. De hecho, para referir la permanencia debemos abolir la inevitable vivencia del tiempo. "El tiempo es un niño que juega con los dados; el reino es de un niño" dice el fragmento 52. El concepto de lo pasajero se desprende inevitablemente de sus enunciados; el concepto y la consecuencia, sin duda alternante, pero grave y extrema, reaparecen en cualquiera de sus fragmentos. "la guerra es común a todo; la discordia es justicia y todas las cosas se engendran de discordia y necesidad" o este otro, de una belleza incomparable, pero temible y mortal: "El más bello universo es solo un motón de desperdicios reunidos al azar"

El sentido de estos párrafos parece desesperanzado; sin embargo, más allá de la dispersión, de la fugacidad perturbadora de las cosas, el logos inefable que consiente en el hombre no ser nunca igual a sí mismo, deriva en un infatigable quehacer que está en continuo crecimiento y un poder que no encuentra jamás su saciedad "Pertenece al alma una razón que está en continuo crecimiento" dice el fragmento 115 y el 45 :"No hallarás los límites del alma, no importa la dirección que sigas, tan profunda es su razón"... Tal vez bajo este influjo Kierkegaard ha escrito "Es menester ir más allá, es menester ir más allá" este deseo de ir más lejos es viejo sobre la tierra...el oscuro Heráclito ha dicho: no se puede entrar dos veces en el mismo río. El oscuro Heráclito tuvo un discípulo, este no se detuvo en ese pensamiento, sino que fue más lejos, agregando: no se puede ni siquiera una vez.

Siempre ha sido una de las mayores expectativas de lo humano extender nuestro poder, afirmarnos en la eternidad para no sentir que somos una barca a la deriva o los restos insalvables de un naufragio...una tirada de dados que no abolirán el azar.

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