rosario

Miércoles, 11 de febrero de 2009

CONTRATAPA

El pintor

 Por Adrián Abonizio

La casa de Vincent quedaba en calle Zeballos, pasando Avellaneda, al lado de la casa de electrónicos Vaylan, mirando al Carrasco. Arriba, en un altillo empolvado y con la ventana siempre abierta de la cual indefectiblemente emergía música clásica. Vincent era pintor. Daba clases. En el frente un azulejo violeta con filigranas. Vincent era alto, pulcro y usaba una bici inglesa verde. Camisola y sandalias. Collares y un anillo en el meñique. ﷓Es un pobre invertido, sentenciaba el farmaceútico desde su silla en la vereda con la boca torcida. Al pintor lo veíamos pasar erguido manejando como un lord, pañuelo al cuello, con anteojos de sol gigantes rumbo quien sabe donde; las carpetas enganchadas en el portaequipaje. Dibujaba parques, los cielos del barrio pero de una forma como habíamos visto se derramaba en los cuerpos de muchachas de ojos gatunos por los bocetos del Intervalo, con fondo parisino, lunas en los tejados o negocios bajo la lluvia y puentes sobre un río que se intuía siempre azul. Vincent expuso en el hall del colegio y hasta nos ofreció una charla sobre la Inspiración. Ese día estaba todo de marrón y la mariconería apenas si se le notaba. Las maestras estaba encantadas con esa visita distinguida que había ganado el premio Mérito Joven e incluso viajado por Europa. ¿Que hacía en este barrio miserable de techitos bajos, perros aulladores, negros fieros y malevaje? ﷓El señor Vincent es un buscador de los pintorescos arrabales, nos explicó la señorita Gladys. Aquello fue una bengala en la noche de nuestra suspicacia. ﷓Un buscador es un depravado, definió Toledo. ﷓Es uno que se agarra a los pibitos, aclaré yo. ﷓¿Y nosotros? se irguió Lopecito sacando pecho -¿Lo vamos a permitir? ¿Eh? -¿No tenemos hermanitos chiquitos acaso?, ¿eh?, cerré. Todos aprobamos. Nos sentamos en el cordón que daba a San Luis. Aquello era grave: se había detectado una infección peligrosa que los grandes no. Tuve una idea: un espía. Algunos de nosotros debía anotarse para tomar clases con él y estudiarle la madriguera, para luego, con suerte y destreza, incendiarle el atelier, la cueva donde seguro habría de arrastrar a los nenitos. Lopecito en su furia helada se ofreció. ﷓Voy a convencer a mi abuela para que me pague las clases. A los días empezaba. Cuando le interrogábamos por el asunto él decía ya va, ya va, estoy estudiando el terreno. Una tarde, después de un desafío lo acorralamos. Vaciló, tenía esa mirada de tiburón gris, los labios finos, todos sus rasgos como incrustados. ﷓Miren muchachos, me parece que tenemos que esperar un poco. Hasta ahora no vi nada sospechoso. Nada, che, parece un buen tipo y yo no vi nada raro. Por detrás Antonioni y José hicieron al unísono la misma seña de llevarse comida a la boca. Lopecito sin verlos, presintiendo que su postura flaqueaba se paró, trastabillo y nos increpó ﷓¡Manden a otro si no les gusta! -¡Yo voy a seguir yendo hasta develar la verdad! Dijo develar, un término inusual para nosotros. Agregó, enojado: ﷓La pintura, como dice el maestro, es un misterio y el mundo está lleno de misterios, ¡quien sabe!, fue su enigmática respuesta. Y arrió. ﷓Se hizo invertido también, sentencié con dificultad. ﷓Lo perdimos, rubricó Toledo. Se apartó de nosotros. Al tiempo breve, lo encontramos reapareciendo pero de un modo insólito: modelo en los cuadros de Vincent y expuesto en la óptica de Mendoza. Ahí estaba con camiseta de Racing, la pelota bajo el brazo; sentado mirando con melancolía una ventana con mar o embarrado con un perrito entre los brazos.

La casa de Vincent quedaba en la calle Zeballos y desde su ventana salía siempre una música lírica. A veces pasábamos por ahí a ver si lo veíamos a Lopecito, quien había dejado la barra y ahora andaba con los de Luján y hasta jugaba para ellos. El sábado los teníamos que enfrentar en el torneo. Lo semblanteamos con nostalgia. Yo me acerqué a darle la mano pero ni me saludó. Luego ocurrió aquel ruido como a madera seca y el Gatito desparramado. Le hablaba al caído. ﷓Esto es para vos y para los otros: no soy ningún comilón, ¿tamo? !Ahora soy un pintor! Lo echaron, para su suerte se fue antes de que lo fajáramos. Nos enteramos después que había abandonado el fútbol y que exponía en la heladería La Gloria. No nos hablamos más.

Se nos escapó un dilema que nadie nos supo explicar ¿Qué diferencia había entre un puto y un artista?

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