rosario

Miércoles, 15 de marzo de 2006

CONTRATAPA

Fragmentarios 61

 Por Mario Alberto Perone

En una mesa cercana a la mía, el tipo le dice a la mujer que lo acompaña: "Voy a matarme no porque quiera dejar de vivir sino porque no quiero dejarme morir". Ella abre desmesuradamente ojos y boca y emite un iracundo "¿Qué decís? ¿Por qué cuernos sos tan complicado? ¿Me lo podés hacer más sencillo?" Y él le contesta "Más sencillez es imposible. Si te lo tengo que simplificar no vale la pena seguir con el tema."Yo estoy tentado por un momento a intervenir en la conversación, pero pensé a tiempo que no sería muy bien recibido por ninguno de los dos, y me callé la boca. Es un tema que viene a mi mente de vez en cuando, y no lo hablo con nadie porque todos parecen esquivarlo. Mi interés es discutirlo con alguien que sepa algo del asunto. Pero todos aquellos con los que hubiera podido tener una rica conversación al respecto, ya se han suicidado.

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Ayer estuve bien. No sé por qué. No creo que me interese saberlo.

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Sólo lo casto es lo verdaderamente obsceno. No sé a quién le he robado esta magnífica expresión, pero no me avergüenzo por ello. Podría haber sido mía, de otros tiempos más lúcidos que ya se han ido, o quizás de alguien que ahora mismo esté leyendo este párrafo. Lo esencial es compartirlo en plenitud, en toda la profunda sabiduría que contiene. Por otra parte, todos robamos algo a alguien, inevitablemente. Son pequeños robos sutiles: un recurso literario, un gesto con las cejas, un modo de hablar, una postura al sentarse a la mesa del café, un orden predeterminado para leer los diarios, un rascarse la oreja cada tanto. Pero, justamente en razón de sus insignificancias, no son advertidos por casi nadie, sólo por los acostumbrados, a su pesar, a hacer comparaciones poco necesarias.

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En la mesa del otro lado, también cercana a la mía, dos tipos hablaban de sus parientes fallecidos. (Yo no tengo la culpa de tratar aquí estos temas tan poco agradables. Me limito a escuchar lo que dicen otros y a tomar nota, simplemente. No tengo la menor posibilidad de orientar conversaciones ajenas. Por otra parte, en el café casi todos hablan a los gritos, de modo que poco les importa si sus intimidades pasan a dominio público.) Volviendo al asunto, uno de los tipos dice que va regularmente al cementerio "La Piedad" porque allí están, desde hace varios años, los restos de su hermano y los de sus padres. Lo hace regularmente una vez a la semana, preferentemente los domingos, no obstante las dificultades del viaje hasta allá, la gran distancia desde su casa ya que vive en la otra punta de la ciudad y el tiempo que le lleva cumplir con el ritual. El otro contesta que él también tiene a su madre (fallecida, obvio), en "La Piedad", pero sus visitas mensuales son al "Salvador". Estupefacto, el primero pregunta: "Pero, ¿no dijiste que estaba en "La Piedad"? "Sí, eso dije, pero "El Salvador" está muy cerca de donde vivo, y como el ×"estar" de mi madre es verdaderamente un "no estar" en ninguno de los dos, yo me llego un ratito por semana al "Salvador", me paro frente a una tumba cualquiera, robo unas flores a la de al lado y se las pongo ahí, me hago la señal de la cruz y me voy. Todo me lleva unos minutos y una breve caminata. El otro lo mira, asombrado, y le dice "Qué lástima no haber tenido esta conversación unos cuantos años atrás. Habría hecho lo mismo que vos, me hubiera ahorrado muchísimo tiempo que ahora doy por perdido, sin hablar de los domingos arruinados, la plata para el transporte y para las flores." Yo quedé analizando el tema, y no pude elegir entre el convencionalismo del primero y el pragmatismo del segundo. Tengo mis dudas al respecto, y creo que no adoptaría ninguna de las dos posturas, pero en este momento, no se me ocurre una tercera.

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Una de las señales más evidentes de que por fin entramos al primer mundo, es la gran cantidad de paseadores de perros que recorren las veredas de la ciudad, arrastrados por ellos o arrastrándolos a ellos, según la corpulencia o la pequeñez del conjunto, paseador incluido. Recuerdo la desesperación de un joven que, llorando, me dijo que se le había escapado un "cocker spaniel" carísimo y no sabía cómo explicárselo al dueño. Me pidió consejo al verme sentado observándolo, pero sólo pude articular "No sé. Yo tengo gatos". No creo que le haya servido para algo mi contribución. ¿Cómo se resolverán estos graves conflictos en las grandes capitales del mundo?

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Estoy practicando un consejo que me dieron: escribir con todo detalle todo lo que se está haciendo, en el mismo momento de hacerlo. Por ejemplo: me despierto y escribo: me despierto, salgo de la cama y escribo: salgo de la cama, voy al baño y escribo: voy al baño, tomo una ducha y escribo: tomo una ducha, me siento en el inodoro y escribo: me siento en el inodoro, etc. Todo esto, me dijeron, para desarrollar el oficio de la escritura. O sea: vivir y escribir lo que se vive en tiempo real y en simultáneo. Lo intenté durante varias horas, respetando la regla con absoluta honestidad. Los problemas comenzaron cuando levanté la mano para parar el colectivo y debía escribir, con la misma mano, levanté la mano para parar el colectivo. El conductor lo detuvo y subí, mientras escribía: el conductor lo detuvo y subí, saqué la tarjeta y marqué mientras escribía: saqué la tarjeta y marqué, y allí me caí a causa de un barquinazo del colectivo y me rompí un codo mientras escribía: y allí me caí a causa de un barquinazo del colectivo y me rompí un codo, y como también se me rompió la birome junto con el codo no pude escribir: y como también se me rompió la birome junto con el codo, y fue entonces cuando advertí que seguir el consejo a ultranza implicaba serios riesgos físicos para mi persona, tampoco pude escribir: y fue entonces cuando advertí que seguir el consejo a ultranza implicaba serios riesgos físicos para mi persona, sin hablar de lo estúpido que resulta todo esto mientras no escribo: sin hablar de lo estúpido que resulta todo esto.

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En el Banco, el hombre de la custodia se acerca, me saluda y me pregunta, a boca de jarro y sin que haya mediado entre ambos nunca ni una palabra: "¿A usted no le duelen los pies?" Sorprendido, le contesto. "No." Entonces, arranca con su historia, involucrando a parientes que volvían a Australia y de posibles viajes (no dijo de quién) a la localidad de San José de la Esquina, único lugar del mundo en el que podría encontrarse una horma adecuada para amoldar sus zapatos nuevos al tamaño verdadero de sus pies, ya que no podría hacer la operación inversa, por cruenta y dolorosa, se entiende. "Hasta luego", me dice, y me pregunta: "¿Está seguro de que no le duelen los pies?" Estoy a punto de pedir una entrevista con el gerente, pero recuerdo que todas esas intervenciones mías en función de incorporar un poco de sensatez a la cosa real han derivado en tristísimos fracasos, me fui a la calle, no sin antes haber cancelado mi modesta cuenta de ahorros para abrirla en otro Banco.

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