rosario

Jueves, 27 de octubre de 2011

CONTRATAPA

Recuerdos del 27

 Por Sebastián Artola

Perplejos frente al televisor, casi en silencio, de canal en canal. "¿Y ahora a quién votamos?", fue lo primero que dijo el mayor de mis dos hijos, por entonces de siete años. Le conté la noticia, se fue en silencio, volvió y me hizo la pregunta. Tenemos dos. Pasan tanto tiempo en reuniones y actividades como en la escuela y con amigos.

Los mensajes de textos de los cumpas que estaban censando, preguntando, queriendo dudar, no creer. Las primeras palabras que pude escribir recién cerca del mediodía: "Se fue quien devolvió al pueblo y a la militancia la esperanza de que otra Argentina es posible. Que el dolor nos empuje para seguir más juntos que nunca por este camino. De nosotros depende. Tomemos de su mano la bandera y empuñémosla bien alta. Hagamos carne en cada uno de nosotros el proyecto nacional. Llenemos la calle para darle a Cristina todas nuestras fuerzas. Para decirle que estamos. Que somos más que nunca. Y que seguimos junto a ella hasta el final en la construcción de una patria para todos".

Había que salir a la calle. A las 20 al Monumento a la Bandera, donde sino. La impaciencia, la sangre alborotada y el cosquilleo en el estómago. Llamé a unos cumpas:

--Hagamos una pintada.

--¿Cuándo?

--Ahora, ya.

Las paredes siempre fueron la voz del pueblo, esta vez no podía ser la excepción. Calles desoladas. Con ferrite negro en un paredón, a la tarde no tan tarde, pintamos: "Fuerza Cristina. Néstor vive en cada uno de nosotros". Desahogo. Un auto que frena, nos sacan fotos, estaban de paseo por la ciudad.

De ahí a la sede de la departamental. Conocidos y no tanto. Voces bajas. Miradas perdidas. Empezamos a caminar hacia el Monumento. Por Pellegrini. A paso lento, dubitativo. En 1º de Mayo nos esperaba otro grupo que concentraba en la esquina. Abrazo fundido. Ocupamos la calle. Armamos la columna. Empezamos a marchar. Banderas, bombo y redoblante. Los primeros cantos, el ánimo que se aviva y el rostro que se distiende. Voces intensas y desgarradas. El declive de la calle y la ansiedad que aceleraban el ritmo. Arribamos al Monumento al canto de "¡Yo soy argentino, soy soldado del pingüino!". Aplauso cerrado de todos los ahí concentrados. Compañeros de ayer y de hoy. Muchos que hace tiempo no veía. Emoción. Lágrimas.

Llegamos a Buenos Aires la madrugada del viernes, serían las tres y media. Hacemos cola. Adelante nuestro, pibes cantando el himno. Entramos a la Casa Rosada, mi primera vez. Bandera y carteles en mano. El guardia que intenta evitar que pasemos con las cosas pero no. En el silencio de la noche estalla nuestra voz: "Compañero Néstor Kirchner, presente, compañero Néstor Kirchner, presente, ahora y siempre, ahora y siempre". Salimos con un aplauso eterno y los ojos desbordados de lágrimas. Damos vueltas por la Plaza de Mayo aguantando que amanezca y de a poco vuelve a llenarse de gente. Mejor dicho, de pueblo. De pueblo y de jóvenes, muchos jóvenes. Grupos cantando por acá y por allá. Y nosotros ahí, por supuesto. Graffitis, carteles, leyendas, frases: "Que la pena se transforme en militancia", "Mi único héroe en este lío", "Néstor con Perón, el pueblo con Cristina". Del silencio a la palabra. De la muerte a la vida. Buenos Aires tomada, otra vez en octubre.

El cielo solloza. Como con Perón, como con Evita. Una y otra vez entramos en filas cada vez más numerosas. Una despedida que no quería ser. La última con Cristina. Las paredes de la Rosada vibraban con nuestro salto y nuestra voz retumbaba en cada rincón. "¡Néstor no se murió, Néstor no se murió, Néstor vive en el pueblo la puta madre que lo parió!", "¡Néstor, Néstor, Néstor corazón, vos sos nuestra bandera para la liberación!". Entramos a los tropezones al Salón de los Patriotas Latinoamericanos. Estaba ahí. Ella. El encuentro. La emoción desatada, el cruce infinito de miradas en un instante, puño en el pecho y dedos en V hacia nosotros.

Viernes a la tarde. Llego a Rosario y a casa. Me encuentro con mi compañera que viene de uno de los barrios donde milita. Me cuenta de la tristeza en cada rostro, en cada casa y las ganas de hablar de los vecinos. Mientras pateaba el barrio se le acerca Margarita y le dice que se sentía en deuda con Néstor, que quiere comprometerse, hacer algo por todo lo que él había hecho por ella. Meses después inauguramos ahí la segunda Casa Compañera de Rosario, al costadito nomás del arroyo Ludueña. La primera lo mismo, la abrimos en lo Cacho y Chichita. Los conocimos en el acto que hicimos por el día de la militancia. Cacho ya no está, se nos fue el 26 de julio, mismo día que Evita. Marino mercante y gremialista. Pateó el tablero con Menem y volvió a creer con Néstor, como tantos otros miles.

Mi hijo, el mayor de nuevo, que también vuelve del barrio, me lleva a su pieza y me muestra un dibujo que había hecho y pegado en la pared sobre su cama. Tiene una frase en letras bien grandes que dice: "Néstor vive en el cuerpo de cada peronista". Lo miro a los ojos, lo abrazo y sonrío...

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