rosario

Martes, 11 de diciembre de 2012

CONTRATAPA

El manifiesto de la clase media (parte 2)

 Por Javier Chiabrando

La Liga Caceroleadora Argentina (LCA), organización de clase media nacional, encargó al Sr. Javier Chiabrando, en el congreso celebrado en el Patio Bullrich un día de 2012, la redacción de un programa teórico y práctico. Así nació el manifiesto de la clase media, de lo que una parte se reproduce a continuación (...)

¡Caceroleadores del mundo uníos! Un fantasma recorre Argentina. No es simple definir por sus gustos y manías eso que se llama alegremente la clase media, grupo social formado por comerciantes, estudiantes, docentes, y una parte de los trabajadores no lo suficientemente ricos como para integrar la clase alta, ni lo suficientemente pobres como para ser considerados negros, muertos de hambre, piqueteros, cartoneros o alguna asquerosidad semejante.

Los integrantes de la clase media suelen ser ilustrados (saben leer), tienen pretensiones de superación (m'hijo el doctor), y se aferran a ideas que pueden alcanzar, no la revolución ni la eliminación de la pobreza como hacen otros peligrosos soñadores que por lo general usan barba (los hombres) y pollera de bambula (las mujeres), sino la casa propia y el auto cero kilómetro. La clase media odia los cambios, y tanto los odia, que cuando una dirigencia se los propone, la cambian.

El tintorero Fukuyama se inspiró en la clase media europea y norteamericana al decretar "el fin de la historia". Esa clase había cumplido sus sueños de auto, casa, y consolador fosforescente de Walt﷓Mart con Wifi en la mesita de luz. El tintorero creyó que esas criaturitas de Dios ya no correrían detrás de ninguna ilusión de progreso. Por lo tanto, la historia se había detenido, finito, kaput. Pero la historia tiene su histeria, y esa misma clase media, una vez obtenida dos casas en la tierra quiso una en la luna, o un consolador parlante. Y gracias a la clase media, la historia sigue su camino, creando vida (shoppings, supermercados, deliverys), o destruyéndola, según le convenga.

La clase media argentina no se diferencia de cualquier otra: está formada por gente de color... blanco, que se dedica mayormente al comercio pero más se dedica a quejarse, son el motor del crecimiento cuando hay crecimiento, y cuando no, agarrate Catalina porque se vuelven los llorones por excelencia; no les importa la pobreza de Africa (algunos ni saben dónde queda), pero sí los perros de la calle, la supervivencia de las ballenas y de la ortiga macho. Viajan a París para demostrar que son exitosos (menos los de la clase media de París que viajan a Claromecó), pero en París se enojan porque en los restaurantes los mozos no los entienden cuando piden chimichurri.

La ideología de la clase media se basa en cierto vacío de ideología. Así dicho, suena feón, pero en el fondo es una simplificación a la altura de una época donde todo sucede demasiado rápido. Es una ideología simple de recordar, no te marea con conceptos abstractos y no te obliga a leer libros caros y difíciles de entender. Se podría resumir en una consigna oída en la última caceroleada: "Menos libros y más horóscopos". La clase media ha desarrollado (como otrora el hombre desarrolló pulmones para vivir fuera del agua), una gran capacidad para suplantar sus ideas (por lo general primarias, volátiles o escasas, y por eso exitosas) confundiendo las ideas de los otros. Intuyó como ningún filósofo antes, que luego de dos mil quinientos años de pensamientos era hora de dejarse de boludeces. Para qué una idea nueva si con confundir las que existen es suficiente. Déjense de joder con tesis, antítesis y síntesis. ¡Vamos a la síntesis derecho viejo!

Otro descubrimiento de la clase media es que cuando no se tienen ideas, lo mejor es desconocer las de los otros, para eso hay una herramienta invalorable: la ignorancia (apelar a o simular ignorancia). La ignorancia se puede manifestar diciendo no sé, encogiéndose de hombros, mencionando Graduados o Tinelli en cualquier ocasión, poniendo cara de boludo, o revoleando los ojitos hacia los costados. Esa ignorancia sumada a la ausencia de vergüenza puede conmover multitudes.

Así como el motor a vapor permitió la revolución industrial, la clase media descubrió que dos elementos, que en general dan vergüenza, en sus manos eran herramientas: a) el miedo; b) el lloriqueo; el miedo contagia miedo, y alguien con miedo es fácil de manejar o neutralizar. El lloriqueo, en cambio, es más una cuestión de actitud, de onda, ¿viste? Lloriquea el que apenas llega a fin de mes como el que viaja a Europa una vez al año y cambia el auto cada dos. El lloriqueo es una variable de aquel axioma "primero presiono y después negocio", que se habría transformado en "primero lloriqueo y después veo".

La clase media descubrió que una vez logrado aceptablemente el estándar de vida pretendido (casa, auto, vacaciones), conviene comprometerse con luchas banales, cotidianas, incluso estúpidas, para así generar la sensación de compromiso y apartar a los amigos, familias y vecinos (es decir a la clase media toda), del peligro de las luchas transformadoras o revolucionarias, que son las que obligan a repensar origen y destino, cosas que todo integrante de la clase media conoce: origen, la clase media; destino, la clase media (a la que hay arriba no nos dejan entrar).

Son por lo general no marxistas o antimarxistas, e ignoran que en el manifiesto comunista Marx habla meritoriamente del carácter transformador de la burguesía (o clase media). Si leyeran el manifiesto comunista encontrarían letra para varios siglos, pero justo lo dan por la televisión a la misma hora que Tinelli, y podés andar por la vida sin saber quién es Marx, pero no sin saber quién ganó en el baile del caño.

La clase media ha desarrollado tales anticuerpos después de que la culparan de todo que, según los últimos estudios científicos, en caso de que exploten todas las bombas atómicas de los iraquíes, sobrevivirá junto a las cucarachas, la cumbia villera, el último oso panda, Fidel y Walt Disney. Ahora cabe la pregunta: si fuera la única clase social existente en la tierra, y se mete a procrear, ¿significaría que la tierra se repoblaría sólo con clase media y se aboliría aquella cantinela de la lucha de clases? No, tarde o temprano la clase media generaría una clase baja, sino, ¿quién barre y lava los platos?

La fortaleza de la clase media consiste en haber aprendido a convivir con sus contradicciones: quiere un auto para cada integrante de la familia pero odia que en las ciudades no se pueda estacionar, quiere que todos los choros vayan presos pero no que le pongan una cárcel cerca. Enfrentar esas contradicciones aumentó su autoestima, y generó un cierto menefregismo que ayuda a no sentirse un salame; además aumentó la cuenta bancaria del confesor preferido de la clase. ¿El cura? No, ¡el sicólogo!, que es el que más chances tiene de pasar a ser clase alta de tanto que factura (no lo hace para no alejarse de su fuente de trabajo). Otra cualidad de la clase media es que sabe hacer negocios con casi cualquier cosa. El preferido del momento es la soja, pero antes fueron el algodón producido por esclavos, la siderurgia operada por niños, las vacas, contrabandear cosas desde Miami o amarrocar dólares. Pero lo que no cambia a través de los siglos es la capacidad de comprar buzones al por mayor y revenderlos de a uno. Eso sí, el buzón debe venir acompañado de una buena excusa: el voto cuota, la esperanza blanca, la hora del cambio, Argentina primer mundo; la excusa que nunca falla es: el enemigo de mi enemigo es mi amigo (se aceptan negros, sindicalistas, represores, fascistas, barredas).

La clase media no traiciona. No traiciona porque nunca demuestra fidelidad. Ha sabido desarrollar una actitud de desapego a casi todas las ideas, sean políticas, culturales o religiosas. Ese desapego le permite acercarse a las ideas cuando le conviene y despegarse más rápido aún, cuando deja de convenirle. Pero sí puede sentirse traicionada. De la clase media te pueden expulsar por volverte un piojoso, tatuarte al enemigo en un brazo, reconocer que este gobierno ha hecho una cosa bien, volverte un temerario al punto de no tener miedo, creer con convicción en más de cinco cosas; pero sobre todo te pueden expulsar por ser feliz y que se te note.

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