rosario

Sábado, 16 de noviembre de 2013

CONTRATAPA

DRAGONISMO

 Por Miriam Cairo

Mi amiga dragona se jacta de ser la mejor lectora de las mujeres y de los hombres. Con sólo verlos, adivina los alcances de su vida íntima. Yo sugerí, alguna vez, que sus logros se basarían en prejuicios, comentario desafortunado, sin dudas, porque mi amiga dragona, si de algo carece, es de prejuicios.

Lo que ella sabe es cercano a lo que siente.

Lo que ella siente es cercano a lo que sueña.

Lo que sueña es cercano a lo que no tiene.

Lo que no tiene es cercano a lo que ignora.

Lo que ignora es cercano a lo que descubre.

Lo que descubre es cercano a lo que lee.

Lo que lee es cercano a lo que dice.

Lo que dice es cercano a lo que escribo.

Mi amiga dragona lleva en sus labios vocales de deliciosa claridad con las que enlaza consonantes y crea palabras que nombran las formas, los roces, los rumores, las caídas. Incluso crea palabras que ya existen. Palabras que cualquiera de nosotros puede utilizar. Muchas veces, me he sorprendido al escuchar en boca de un taxista, de un gerente comercial, de una vendedora de flores, verbos conjugados exactamente en la misma persona gramatical que su creadora, como si se tratara de un código compartido, de una lengua materna.

Y esto no es producto de la providencia.

Ni del destino.

Ni de los vientos.

Ni de la fe.

Esto es producto de un dragonismo poético que salta como una pulga del ser a la palabra.

Para leer a las mujeres y a los hombres, ella parte de la observación directa e indirecta. Es decir que en ocasiones, lo observado penetra por los ojos (y hasta aquí podríamos sentirnos sus iguales), recorre el organismo, pasa por los mares de la luna, desciende a los corredores de la mente, sube a las azoteas de los edificios, merodea el corazón, se embarduna, baja a los pozos del sueño, alcanza el sexo, otra vez se embarduna, hasta caer en la cuenta de que las muchachas con vestidos ligeros no ven a los hombres que andan solos y que intentan encerrarse aún más en sí mismos, metiéndose las manos en los bolsillos.

Pero en ocasiones lo observado sale del pozo del sueño, hace el recorrido inverso, hasta encontrar afuera lo que nació adentro.

Más de un incrédulo pensará que el procedimiento carece de rigor científico, y por ellos no ha podido patentar su descubrimiento.

Mi amiga dragona lee el movimiento de las manos, las cuatro estaciones, los sorbos de café, el canto de las sirenas, los latidos del corazón, la caída del cabello, los estornudos, las gripes y las penas mal curadas. Libros, pocos, y siempre los mismos. Le gusta, sobre todo, recitar poemas escritos con palabras semejantes a las palabras pero que dicen cosas que las palabras no dicen.

Según ella, leer al hombre y a la mujer, es un proceso que involucra no sólo la vista y la percepción, sino la memoria y la desmemoria; el reconocimiento y el asombro; la práctica y la utopía. Porque, agrega, como en todo texto, al hombre y a la mujer hay que leerlos entre líneas.

Yo pude comprobar su fuste en carne propia:

1) cuando leyó hombre que iba suficientemente lejos para mí, fue;

2) cuando leyó compañero de trabajo que gusta llegar desde abajo, llegó.

Pero basten estas dos referencias para dar fe.

Así, en el bar, juntas hemos leído a los hombres que se casan consigo mismos, a las mujeres con pene, a los hombres con clítoris, a las mujeres cuadrúpedas, a los hombres centauros. Hemos recitado, casi al unísono, jurisconsultos de encendido automático, peinadoras flor de loto, sonámbulas fusiladas por los astros, automovilistas que llegan a toda velocidad, herreros con artísticas torceduras, esperanzadas compulsivas, talentosas en el falsete, mentoras del adagio, proclives al canon, coreutas barrocos.

Hemos narrado una por vez, el cadáver del amor y el chispazo del amorío. Hemos leído el sexo muerto y el sexo vivo. Por debajo de escotes generosos hemos leído una velada afasia amorosa. Y encubierta por malabares donjuanescos, la tristeza sexual de los domingos.

Así como los adivinos se tienden y pegan el oído en el suelo y los médicos auscultan el pecho de los enfermos, mi amiga dragona lee la soledad de los orificios, las destrezas de las narices, la musicalidad de los dedos, la hierba profusa, la hierba rala, la hierba ausente.

Lee las llamas que consumen las guirnaldas.

El olor del muérdago.

El agua y las rosas.

Las rosas que se hacen agua en la boca.

Lee las lilas y el zafiro.

Las cópulas abismales.

Las cópulas caníbales.

Las cópulas imaginarias.

Me ha enseñado a leer constelaciones de difuntos y difuntas, a deletrear al amante silencioso, a descubrir la lengua estrangulada que se enrosca y se evapora en otra hierba. Me ha enseñado a nombrar las nubes guturales y los labiales celestes. A reconocer los encendidos en su propia luz y los apagados en su propia sombra.

En fin. Mi amiga dragona es lo más cercano que conozco a un extraño animal sin nombre.

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