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Jueves, 10 de julio de 2014

CONTRATAPA

Fútbol, autoestima, existismo y miedo escénico

 Por Javier Chiabrando

No es ninguna novedad que se podría pensar a Argentina desde el fútbol. Se gane o se pierda. Ya sé que sería mejor pensarlo desde Borges o Sarmiento (dirían algunos que no leyeron a ninguno de los dos pero que no les gusta el fútbol), pero leerse un libro lleva tiempo y hay que usar la cabeza, y mirar un partido se puede hacer sin cerebro, tomando mate con torta fritas, y disfrutando de las minas de las tribunas que generosamente los camarógrafos muestran cuando los jugadores le dan a la pelota de puntín.

¿Por qué se puede pensar un país desde el fútbol? Porque una vez aclarados los asuntos técnicos y formales (muchas veces una gran sanata), ahí tenemos variables que hacen al hombre de hoy: autoestima, exitismo y miedo escénico. Vayamos a aquel viejo concepto del exitismo. ¿Somos los argentinos más exitistas que otros? Lo dudo. Pasa que nuestro exitismo está bien entrenado porque desde hace doscientos años nos cambian de ideario a cada rato. Que si Lavalle, que si Dorrego, que si Braden o Perón y un largo etcétera. Basta que uno elija uno de los bandos -ahora kirchnerismo o el revoltijo que está enfrente- para que al rato aparezca escrachado en un programa de televisión, abrazado a una trabajadora del sexo de doscientos pesos el turno, y borracho. El exitismo es una herramienta de defensa instantánea. Apenas escrachados podremos decir: "ese era yo cuando creía que la felicidad era ir de putas y emborracharse; ahora soy otro; creo en la monogamia y la abstemia". O decir: "yo dije que Sabella era el mejor técnico del país". El exitismo es como una aspirina que te cura de creer en lo que creías diez minutos atrás. Bienvenida sea.

El exitismo no es un problema. El miedo escénico sí. Los exitistas saben cambiar, acomodarse al viento, defienden (o se defienden) la innovación, y a la larga, les importa poco que los pesquen cambiando a cada rato o equivocándose de enfoque. Amaremos a Maradona y lo odiaremos un rato más tarde sin que se nos mueva un pelo ni nos dé vergüenza. En cambio el miedo escénico es difícil de combatir. Primero porque para eso tenés que subir a escena, lo que de por sí es excepcional, y además porque el miedo escénico está basado en alguna herida interna que para curarla primero hay que detectarla, y en eso a uno se le puede ir la vida. De eso viven los sicólogos, de paso. Si la herida la sufre todo un país, es aún más complicado.

Vayamos por caso al partido Chile/Brasil. Chile, uno de los mejores equipos del mundial, patea cinco penales y erra tres. Miedo escénico. O cagazo, como prefiera. Para superar ese escollo deberá, por lo menos, volver a verse en esa situación, algo estadísticamente difícil, sino imposible. Es verdad que le jugaron a Brasil de igual a igual, pero cuando tenían que (y podían) ser mejores, se asustaron. Del miedo escénico de Brasil ante Alemania que se encarguen los sicólogos; todo indica que van a tener trabajo por un largo tiempo.

Costa Rica en cambio no sufrió miedo escénico alguno. Nadie lo tenía en los cálculos y los tipos salieron desprovistos de presiones, pensando que con sacarse una foto en el Maracaná ya estaban hechos. El asunto es de ahora en adelante, cuando salgan a la cancha y sean el equipo que borró a Italia del Mundial y que puso a la naranja mecánica a la altura de pomelo exprimido.

Y llegamos a los países europeos. ¿Alguien puede pensar que es casualidad que los castigados países europeos que viven una crisis y la desintegración de los derechos adquiridos al punto que los retrotrae a la mitad del siglo XX, hayan dejado el Mundial antes de lo previsto? Yo no. Puro miedo escénico. Se deja de creer en el sistema que te sostiene, se deja de creer en los valores que te enseñaron, y al fin se deja de creer en la idoneidad con la que se practica un deporte (en tanto disciplina colectiva, que representa mayorías). Es un camino razonable. ¿No es evidente, acaso, que al país que mejor le va en Europa, Alemania, le vaya mejor en el Mundial?

¿Y los argentinos? ¿En qué situación nos encontramos en la coctelera donde se mezclan autoestima, exitismo y miedo escénico? No nos cuesta nada arriesgar una respuesta. Nuestra autoestima no pasa un mal momento, tanto que libramos una lucha con lo peor del capitalismo financiero y medio mundo nos mira como diciendo "aguanten que si se caen ustedes vienen por nosotros". O sea: estamos en medio de la escena. Somos los actores mientras otros son espectadores. Y no es loco decir que ciertos espectadores sufren más miedo que los actores (es que esta obra nosotros ya la hicimos media docena de veces).

Volvamos al fútbol y comparemos esta selección con la que dirigían Bielsa o Pasarella. Aquella parecía que entraba a la cancha a cobrar el premio, de tan orgullosos y bellos que se veían sus jugadores. Altos, modelos de cualquier cosa, con las mejores minas, voces de locutores, jugando en los mejores equipos del mundo y cobrando fortunas a diario. Pero cuando entraban a la cancha en los mundiales, chocaban con equipos inferiores que no se dejaban amedrentar por ese perfil de galanes. Equipos que, como los costarricenses de ahora, tenían poco que perder. Y por eso ganaban y nosotros perdíamos. El miedo escénico de nuestros jugadores era no verse dentro de la cancha tan ganadores o bellos como se veían afuera; y habría que analizar alguna vez si aquella penalidad vergonzante del pelo corto no fue un bumerang al corazón del orgullo de los jugadores.

Justamente, Argentina como país a veces actúa como si tuviera poco que perder. Y quizá es cierto. Es un país periférico, que apenas ha dado algunos deportistas y a Borges (a leer, muchachos), que ha generado más problemas que soluciones, que es visto a través de chistes ingeniosos pero de dudoso buen gusto, que es tremendamente exitista, que de a ratos no obedece a los mandos naturales (FMI y otros caraduras; o el atrevimiento de entrar en default) y que para colmo no sufre de miedo escénico porque se comporta como suicida por lo que ya dije: nos mataron, y acá estamos, dando pelea. Ese es el país al que ahora quieren poner en caja, adoctrinar. Es un ejemplo peligroso, porque cualquier piojo resucitado, inspirado en nuestra temeridad, puede querer cagarse en la autoridad de Griesa y eso es inadmisible.

La argentinidad también se puede medir con los parámetros de autoestima, exitismo y miedo escénico. Hay argentino que sienten (y lo manifiestan abiertamente) el gran miedo escénico de no estar a la altura de las circunstancias internacionales, no usar lo que se usa en París (ahora en Nueva York) en la moda de los asuntos financieros. Viven ese exitismo nuestro siendo puramente pesimistas. Quieren que nosotros los seamos también. Y exponen su baja autoestima (como argentinos, se entiende), para que nosotros la suframos con ellos.

¿Acaso no vemos a gente que practica a diario sus "valores de clase media", ir al cine, cambiar el auto, llenar el changuito del supermercado, comprarse su remerita Lacoste, mandar sus hijos a escuelas privadas, y se burla de que el gobierno hable de festejar el día de los "valores villeros"? Eso es miedo a perder el equilibrio que le permite seguir adelante, en una endeble, pero vital, combinación de autoestima (de clase), exitismo (poder amar y odiar algo el mismo día, sea un político, una idea, un prócer; menos al dólar, a ése lo aman siempre), y miedo escénico (perder el espacio ganado, el de la clase media, el del centro de la ciudad, el de los countries).

Ahora, con el resultado en la mano, y no pudiendo considerar este proceso sino como exitoso (lo que debería llevar a varios cientos de cráneos a hacer silencio durante un tiempo), y salga Argentina campeona o no, digo eso es quizá lo que entendió Sabella que no entendieron Bielsa, Pasarella, Basile, Maradona, Pekerman. Que el asunto excedía el marco del fútbol, de la táctica, y de la gran cantidad de boludeces que se dicen al respecto, sea el 4-4-2 o "el volumen de juego". El asunto era lograr un astuto y ladino equilibrio entre autoestima, exitismo y control del miedo escénico. Cada cosa debía existir en los corazones de los jugadores en su justa medida para no sentirse ni mejores ni peores que nadie (autoestima), no tener miedo a cambiar (exitismo), y verse por momentos como una lagartija que pelea contra buitres (miedo escénico) pero a los que puede ganarle con un piquete de ojos inesperado o una patada en los huevos, situación que no se resuelve sino creyendo en que hay una instancia superior, posterior, donde podremos ser felices, o inmortales. Una vez ahí, no nos toca el culo nadie.

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