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Martes, 1 de agosto de 2006

CONTRATAPA

El miedo

 Por Miguel Roig *

Nada del otro mundo: chico conoce chica. Palito Ortega vivía en una casa de dos plantas en una calle linda y limpia de Acassuso o Martínez, con árboles y sol perennes. El papá era Luís Tasca y la mamá Elina Colomer. Tendría hermanos, pero de eso no me acuerdo. Tenía, eso sí﷓porque la película va de eso﷓, una vecina: Evangelina Salazar que la televisión eternizó como Jacinta Pichimahuida. (Dijo Charly García: lo lindo de ser amigo de Palito es que si vas comer a su casa, Jacinta Pichimahuida te cocina milanesas.) Palito se enamora y ella también. Bueno, eso parece ﷓en el caso de ella. Y este entredicho da título a la película: Mi Primera Novia. Pero, llega Dean Reed desde los Estados Unidos y le quita la novia, o la más que amiga, a Palito y se acabó la historia. Final infeliz.

No quería escribir de esto pero se escribe solo. No pienses en la estupidez esa de que los textos se escriben a sí mismos, la historia dicta su propia voz o los personajes imponen su voluntad. No. Para empezar no hay personajes, sólo unos amigos y si hay una historia, entonces sí: contarla de una vez para poder ponerse a pensar en otra y así olvidarla.

Me escribió el Pilu, un amigo en común, para darme la noticia de su muerte. Y eso fue el jueves 29 de junio, víspera de la derrota de la selección frente a los alemanes. El sábado 31 yo tenía que escribir una nota, la del mes de julio para esta sección, una como la que estoy escribiendo ahora un mes después. Pensé en él pero lo evité y la tangente fue un periplo por distintos cementerios detrás de tumbas centenarias. En definitiva, la muerte con otras palabras. Ayer me senté y comencé una historia que leí hace unos días y me conmovió: un suceso curioso en el funeral de César Vallejo con la Guerra Civil de fondo. Otra vez la muerte, pensé. Y lo dejé. Entonces la tarde trajo algunos recuerdos: un sinnúmero de películas; me entusiasmé pero enseguida me di cuenta de que era otra estrategia inconsciente cuyos tentáculos terminaron en el instante suspendido, en el momento justo donde comenzó todo, en la víspera de la derrota con Messi sentado en el banco de suplentes.

Antes de reescribirla, de caer en la cuenta, esta nota comenzaba con el mismo primer párrafo que has leído, pero el segundo era el que sigue.

Este verano, estando en casa de mis padres, fuimos al supermercado para hacer la compra semanal. Mi padre entró por calle Mendoza, pasamos delante de la escuela Pestalozi y nos metimos con el coche en el cine Echesortu. No me volví loco: entramos al cine Echesortu convertido en playa de estacionamiento de no sé cual supermercado que está justo al lado. No lo podía creer. Bajé del coche y me quedé parado frente al hueco de lo que alguna vez fue la pantalla del cine; inmóvil en una platea vacía de butacas y con las marcas en el suelo para cada cochera, observando las paredes pintadas hoy con ese gris anodino de los parkings y bajo ese cielo alto no tan infinito como cuando era un niño, que se oscurece al fondo, donde estaba la platea alta que ya no cobija nada, ni siquiera coches.

Me sentí como Jonás en el vientre de la ballena.

Tendría cuatro años o cinco, como mucho, cuando me llevaron al Echesortu. Fue mi tía Margarita con un novio al que llamaba "el Flaco", un tipo delgado y morocho que se parecía más a Freddy Tadeo que a Palito Ortega. Esa tarde daban Mi Primera Novia. Y me fascinó. Un amigo de Palito, en la película, le rayaba con una llave el coche a Dean Reed cuando ya estaba claro que el rubio de Denver (que después resultó ser comunista y se largó a cantar Si se calla el cantor; sí lo recuerdo: a capella, en el programa de Tu Sam) se iba a quedar con la chica, es decir, con Evangelina o sea, Jacinta Pichimahuida, la maestra de todos los chicos. Esa rayadura, de lado a lado en el descapotable, aflojaba en parte la bronca acumulada contra el Elvis rojo hasta esa parte de la película. Bronca que no era poca e iba en aumento.

Esa fue la primera novia de Palito y mi primera película en el cine del barrio. Después llegó el tiempo en que empecé a ir con mis amigos y nos dejaban entrar a ver las de Darío Argento, El Pájaro de las Plumas de Cristal o El Gato de las Nueve Colas. Prohibidísimas. Pero entrábamos. Como entrábamos al Capitol, al San Martín o al Sol de Mayo. De tanto en tanto aflojábamos la impostura viril y nos consumíamos con Melody o peor: Adiós, Cigüeña, Adiós.

Y escribiendo nombres como John Ford, Clint Eastwood, Daniel Tinayre, Torre Nilsson, Francis Ford Coppola, John Carpenter, Mario Monicelli, Brian de Palma, Jean Pierre Melville, David Lean, Armando Bo, Don Siegel, Sergio Leone, Richard Lester, Michael Cimino, Roger Corman, Dino Risi, estaba escribiendo de lo mismo y eludiendo el nombre que no quería escribir.

Entonces, empecé de nuevo. Ese jueves, decía, la víspera de la derrota en el Olympiastadion de Berlín por penales, el Pilu me mandó un correo en el que me decía que hacía un rato se había muerto Fabián Bielinsky.

Hicimos un proyecto juntos hace unos años, después de que él rodara Nueve Reinas. Trabajamos en Madrid y después en Buenos Aires. Guardo momentos curiosos en la memoria. Cómo el primer día que lo vi trabajar y a la par que rodaba, un asistente iba editando el material en formato digital en una computadora. Es decir, que cuando acababa la jornada, Fabián ya tenía un boceto del montaje. O cuando me sugirió que comprara DVD's de la colección Criterion y yo le dije que mi aparato no reproducía discos de la zona 1. A mi me lo tocó un vendedor de Fravega, me dijo. O una noche, en Palermo, en la que nos contó el argumento de El Aura. Es la primera vez que hablo de esto, nos dijo, sólo se lo conté a Darín por teléfono, ¿y saben qué me contestó? ﷓agregó con rubor﷓ no me mandés el guión: la hago, Fabián. (El guión aún no estaba escrito.)

Después de verla en España, hace pocos meses, le mandé un mensaje: me gustó mucho; me hizo pensar en Camus. Fue, creo, el último e﷓mail.

Pero debo ser sincero. Porque al final, lo que demora la escritura, lo que posterga y dilata el asunto indefinidamente es el miedo. Es verdad que el vacío es duro de asimilar, pero también está lo otro. La posibilidad del propio final.

En el origen de todo, el miedo, escribe Barthes.

Ahora Fabián debe estar como Jonás, en ese vientre de ballena que son los cines abandonados. Sin butacas y con un hueco por pantalla. Y ya pasaron más de tres días desde el 29 de junio y la ballena no lo vomitó. Cristo se ha vuelto a equivocar.

* [email protected]

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