rosario

Viernes, 20 de julio de 2007

CONTRATAPA

Carta a Franco

 Por Horacio Vargas

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En el principio, con el Negro hablábamos de fútbol. Es decir, hablábamos de Central. En la redacción de la revista Risario, hace ya 25 años, cuando uno recién empezaba en el periodismo y se rodeaba de Gigantes del Humor Rosarino; en Arroyito cuando sufría(mos) por un equipo errante guiado por figuras toscas cuyos apellidos se perdieron en el tiempo.

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Hace muchos años le hice una nota para Página/12, donde contaba que Serrat, su amigo, era hincha de Central. El documento se completaba con una foto de aficionado donde el Nano lucía la camiseta de Central, la del logo de Zanella. Al otro día de su publicación, me llamó por teléfono para decirme -mitad en broma, mitad en serio- que el catalán se había enojado. "Negro, yo soy de Boca en Argentina", le dijo.

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Puede resultar exagerado pero lo mejor que tenía Rosario/12, la edición de los domingos, era la contratapa... de "Boggie, el aceitoso". Su ex compañera, Tini, traía rigurosamente todos los jueves a la redacción, fotocopias del Boggie para su reproducción en el diario; otras copias tendrían como destinos otros diarios de Centroamérica.

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Después apareciste vos. Con tu música, tu bajo eléctrico, tu talento. Me consta que tus viejos estaban emocionados por verte crecer.

Es momento para contarte entonces que un día de semana, sonó el portero del piso del diario. Era primavera. Y era tarde. Desde el interior de la redacción se apretó el botón que abre la puerta de ingreso al diario. Entonces él llamó al ascensor y subió los dos pisos. Preguntó por el "Nene" y alguien avisó: "Te busca Fontanarrosa".

Y allí estaba él, parando en la puerta del ascensor, en jogging, con una timidez sorprendente:

-Me dijo mi hijo que te entregue esto en manos-, y extendió un cd envuelto en un sobre blanco. Su contenido era música de Franco Fontanarrosa.

-Es bueno, el pibe, ¿no?- preguntó.

La respuesta de quien esto escribe no se hizo esperar y el Negro subió al ascensor, con la alegría del deber cumplido, cerró la puerta y se despidió.

Con una sonrisa. Como debés recordarlo, Franco, como debemos recordarlo.

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