rosario

Lunes, 17 de enero de 2011

CORREO

Barreda

Si una persona mata a sus hijas, su esposa y su suegra esa persona es un asesino. Un asesino es alguien que en un determinado momento resuelve dejar sin vida a otra u otras personas. Es decir en un instante se permite actuar como juez y verdugo.

Juez, si es que se ha tomado un tiempo para analizar el porqué de la pena de muerte que ha dictaminado para su víctima. Verdugo, porque a cara descubierta ejecuta la pena máxima. (¿Habrá sentido asco, al menos?)

Consumado el atroz hecho, arrestado el homicida, parricida, etc. comienza a actuar la justicia. Y ¡Oh sorpresa! Indaga las causas que lo llevaron a actuar de tan feroz manera.

Porque le corresponde una pena, claro, que estará relacionada a las causales del hecho. No será porque buscan la justificación del crimen, me imagino.

Y comienzan los incomprensibles vaivenes de la justicia, que si estaba presionado anímicamente, si era objeto de maltrato psicológico, etc.

Todo eso ¿para qué? Mató a SUS hijas, su continuidad, su propia especie. Realmente ¿interesan las causales?

Quizás para completar un expediente burocrático, quizás para justificar el trabajo de jueces y abogados.

Porque las cuatro personas están muertas, ejecutadas por un asesino, que en su sola definición es una amenaza para el resto de los humanos, un ser despreciable, que no merece por respeto a las víctimas, ni un atisbo de reconocimiento. Porque en este caso la voz de las víctimas no se escucha.

¿Qué hubiera pasado si una de sus hijas, la que corría para que el asesino no la ejecutara, por ejemplo, hubiera sobrevivido?

Seguramente veríamos por los medios el atribulado rostro pidiendo justicia, observaríamos su tristeza, su dolor, por la muerte de su hermana, su madre y su abuela y el deshonor y la vergüenza por tener un padre asesino múltiple.

Pero el silencio de las víctimas es el dueño de la situación. La voz del sepulcro no es mediática, el rostro del asesino sí. Por ello tuvimos durante días absolutamente manchado de ignominia la pantalla de nuestro televisor.

Si las víctimas equivocaron actitudes o no, jamás lo sabremos. Ni siquiera pudieron explicarse. Sentenciadas a muerte por el maldito, sus voces fueron calladas para toda la eternidad.

Edith Michelotti

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