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Viernes, 5 de diciembre de 2008

OPINIóN

Explicar lo inexplicable

 Por Alicia Simeoni

Los esfuerzos suelen ser inútiles para explicar lo inexplicable. A veces muchas palabras suenan como el dicho popular: "no aclarés que oscurece". Ninguno de los pronunciamientos oficiales acerca de la actuación policial en las cercanías de Iriondo y San Luis me cierran. Ni le cierren a tanta gente que vio la inacción cuando todo era violencia. No se puede pensar en el negro día de anteayer si no se recuerda que los trabajadores lecheros ya habían sido sujetos de la eufemística "visita" de cientos de personas del consejo directivo nacional que llegaron a Sancor el 27 de noviembre y casi en una cacería recorrieron la fábrica. El miércoles redoblaron la apuesta y en un número de ómnibus que está en discusión entraron por la autopista, desde Buenos Aires. Todo el mundo sabía que podían venir por la sede sindical de una seccional díscola. Llegaron y por lo que había pasado el 27 y las advertencias que había lanzado la seccional de ATILRA, la secretaria general de Amsafé Sonia Alesso y el diputado José Tessa, entre otros, hasta se podría haber calculado el número de policías necesarios. Sin embargo, cuando la patota ya se acercaba hacia la sede de San Luis 3385, los celulares empezaron a sonar en el Sindicato de Prensa Rosario, entre ellos el mío. El pedido angustiado era para que fuéramos y llamáramos a los periodistas de todos los medios. Qué se diera cuenta de qué pasaba. Y todos vimos: un vallado policial que se había retirado hacia el lado de Caferatta, cuyo jefe policial no contestaba a las preguntas que los desde los medios se le hacían. ¿Por qué no intervinieron para impedir la violencia? Esta intervención por la que se preguntaba quería decir, cordones, presencia firme y disuasiva. No había por qué dejarlos pasar. No estaban invitados a ninguna fiesta. Nadie pedía represión. La frialdad con que contestaba el policía, un oficial de unos ojos muy celestes y cuya identificación no estaba muy visible, contrastaba con el ánimo crispado de los que estábamos allí: las detonaciones se escuchaban casi al lado, los heridos estaban a pocos metros y él decía que no tenían órdenes para actuar.

No pude dejar de pensar en el accionar policial, tantísimas veces actúan en el momento equivocado. Tanto que los cientos, no sé exactamente cuántos atilrenses de amarillo, ajenos a la ciudad, se fueron después de tanta violencia sin que hayan detenido a nadie. No creo que se tenga individualizado de quiénes se trataba. Lo terrible, la pérdida de una vida, se hubiera evitado con la prevención real.

Después de eso vino la otra parte. Una orden judicial indicó que quedáramos dentro de la sede de ATILRA Rosario los que habíamos entrado para escribir el documento de repudio a lo sucedido y de la misma manera hablar del acto que se haría por la tarde. Pasaron más de 4 horas hasta que llegó la jueza María Luisa Pérez Vara, dio orden de que nos identificaran y nos hicieran un dermotest para ver si teníamos restos de pólvora. Una mujer policía revisó mi enorme cartera y me palpó para ver si tenía armas. Antes lo habían hecho con Alesso, Norma Ríos de la APDH, compañeros de Amsafé, algunos periodistas y los propios de Prensa, con nuestro secretario general Edgardo Carmona. Mientras tanto, quienes hicieron muchos kilómetros para agredir, estarían de regreso. La policía estaba ocupada, muy ocupada con nosotros.

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