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Viernes, 22 de enero de 2010

ENTREVISTA

La piel de la locura

Con su cara de niño travieso y sus 29 años recién cumplidos, Matías Marmorato tiene en su haber un elenco personal de personajes raros —muchos de ellos también gays— que se pasean por el teatro, el cine y la televisión. El joven que se le anima a Fassbinder, se anima también a caminar sobre rocas calientes.

 Por Juan Tauil

Hiciste hace poco Gotas que caen sobre rocas calientes, algo que había hecho para cine François Ozon. Hay un personaje que en el relato de Fassbinder es una mujer, en el film de Ozon es una trans y en tu puesta has buscado tal vez una opción más ambigua. ¿Por qué?

—Me gustó jugar con eso. Me atrajo la idea de dotar a la actriz de esa condición de trans, pero no explicitar el tema de la operación para arrastrarse y estar con Leopoldo, el señor de piloto, que en un diálogo la trata de “él”, humillándola. Preferí que lo que circulara tuviera que ver con el amor, la “amoralidad”, las situaciones dadas, más allá de las sexualidades. Puse el ojo en el ego, el narcisismo, el no registrar la necesidad del otro.

Y en la dominación...

—Como premisa para la actuación propuse a los actores que se jugara desde el abandono. Esa fascinación por la mirada distraída. Cuando uno intenta acercarse, el otro repele y al revés. Cuando sucede el desprecio, el otro muerde de ese fruto; de hecho el personaje trans denuncia esa voracidad. Ese juego de poderes es un cliché de estos tiempos de insatisfacción constante.

¿Cuál es tu búsqueda como artista?

—Como guionista y director es más fácil seguir una línea de búsqueda y de trabajo. Como actor, la relación es un poco más prostibular si se quiere, en el sentido de que uno recibe propuestas, las analiza y las lleva a cabo. Por lo general se me dan papeles que me interesa hacer, puede que mi physique du rol no dé para hacer cosas livianas... o novelas de Cris Morena. Siempre me toca estar del lado de las minorías, ya sea desde la locura o con gente marginal que me divierte mucho hacer. Lo que encasilla es cómo se abordan esos temas: yo intento tomar las armas y dar vuelta esas cuestiones. A mí me gusta ahondar en lo vincular, el amor erótico, la pareja... Es lo que más me conmueve. Son zonas potentes donde uno atraviesa estados y calidades, y tiene valor plástico...

Encontrás cosas más interesantes en las relaciones de pareja...

—Claro, por ejemplo si te juntás con un amigo en un bar o en una esquina y llegás 10 minutos tarde, no pasa nada; pero si te pasa con tu pareja se te rompe el universo, tu mundo se puebla de unas tonalidades extrañísimas, se demonizan ciertas actitudes... son situaciones potentes que me gustan tratar.

Damián, de El tiempo no para, ¿marcó un antes y un después para los estereotipos de gays adolescentes?

—El era una especie de chico andrógino, drag, fetichista. Le gustaba montarse para shows, pero también hallaba placer en travestirse desde otro lado. Se fue armando a lo largo de la tira, como sucede en TV generalmente. Los momentos donde se travestía en la intimidad, Damián pedía prestada ropa, jugaba con su amiga —el personaje de Sofía Gala— y transitaba en esa línea del gay que prueba y vuelve a su centro, escapa al tema de los compartimentos, flirtea con el cambio. La química con Sofía aportó humanidad y realidad, circulaba lo generacional, la jerga...

¿Cómo lo recibía el público?

—Los más chicos se divertían mucho con las escenas entre Damián y Ana, momentos de intimidad donde bailábamos una canción de Pablito Ruiz, por ejemplo. Los habitués de las fiestas Plop se divertían con esas bizarreadas, con el miedo a crecer, permanecer en la eterna adolescencia, eliminar la culpa, la noción de moral. Las generaciones de ahora circulan en ese sentido, por lo menos aquí en la Capital. No creo que suceda lo mismo en los infiernos grandes donde los Damianes y las Anitas por ahí no pueden circular tan impunemente.

¿Cómo abordás, por ejemplo, el personaje de Ciega a citas sin parecerte al que hacías en El tiempo no para?

—Intento no repetir nunca el mismo camino y para eso trabajo con mucha libertad; y aunque los textos están muy bien, trato de romperlos, ablandarlos. Mi rol es el de un amigo de Muriel Santana, la protagonista, conocido de un grupo de autoayuda. Por algunas circunstancias termino escribiendo el horóscopo en la redacción donde ella trabaja.

¿Y el rol en El cruce de los Andes?

—Ese rol no explicita su condición sexual necesariamente, pero con Rodrigo de la Serna lo charlamos y le encontré un matiz particular, un amaneramiento que no tiene que ver con el estereotipo gay sino con estas cuestiones del clero, de clase social, un poco aburguesada. El personaje de Crónica de una fuga de Adrián Caetano y también el de El resultado del amor de Eliseo Subiela juegan en ese sentido. Igual, a un actor hétero que hace roles hétero nadie le cuestiona por qué siempre hace de lo mismo en un mundo con tantos putos. Por eso, yo escucho ese discurso y a veces muerdo, me fastidia cuando me preguntan por qué no hago personajes hétero. Además hago personajes hétero.

Igual, hay una tendencia a encasillar y a llamar a actores para que hagan papeles similares...

—Esto tiene que ver con los que cranean las producciones... entonces en cine hago muchos locos y en tele, muchos putos. Prefiero esos personajes toda la vida y no la condena de hacer de un repartidor de pizzas o de un pibe promedio en las tiras de Pol-ka durante 8 temporadas seguidas.

¿En qué temática catalogás a tu ópera prima, Piedras?

—Cuando la postulo para festivales siempre preguntan por la temática, y yo en el casillero escribo “Gay”, porque es un poco lo que se quiere escuchar, pero personalmente creo que no es una temática sino un componente. El amor, la muerte, la locura, el narcisismo... Esos son temas. Lo gay es un costado desde donde mirar esos temas y la peli sale de ese contexto.

¿Cuál es tu mirada política sobre tu trabajo?

—No me gusta mucho el tema partidario... Soy un poco anarco con conocimiento de causa y no como pose pelotuda. Sí creo que en todo hay una lectura que se deja entrever, no me gusta ser sectario y me gusta que lo que hago sea reconocible sin ser particular, que la gente tenga ganas de meterse por esa grieta. Que un sector lo disfrute más porque conoce de lo que hablo es otra cosa... puede ser que yo transmita cuestiones universales que tienen que ver con las relaciones, con el amor desde otro costado y que en eso radica mi mirada. Puede que sea visibilizar, pero lo que más me atrae es mostrar la amoralidad, y al que le guste que se acerque y espíe. Si me interesa educar entre comillas con lo que tiene que ver con otra circulación... hasta la promiscuidad está bien si a esa persona le hace bien... esa multiplicidad de momentos. Un puto puede estar con 12 al mismo tiempo, vomitar speed con melón y al año estar supercasado o en pareja, es necesario abrir ese campo.

¿Observás avances en el tema derechos de las minorías?

—Hay un terreno ganado, pero de todas formas creo que nuestra generación no va a llegar a ver el momento en que el dedo que apunta o el ojo que vigila desaparezca. Ojalá me equivoque.

¿Cómo resistir?

—La mejor forma de resistir es ser auténtico y responder al origen de lo que uno siente. Incomoda todo lo que sale de la media, lo que desborda el ser promedio molesta. Uno no es un inadaptado, no se pone a cagar en Lavalle a las 2 de la tarde, pero tampoco hay que amoldarse al ojo censor dentro de las normas de convivencia. El tema que me interesa es la minoría contra la minoría, como por ejemplo el gay que es atacado por sectores marginados económicamente y no creo que hayan culpas sino que siempre hay un abuso en los dos, y esto genera reacciones mal encaminadas.

Vos sos un bicho de ciudad... ¿te manejás con miedo?

—No, no tengo miedo. Yo le temo a la mediocridad, al hecho de promediarse. Estamos en una cultura que lleva al ciudadano promedio. En mi caso tengo un norte bastante claro, ya sé lo que no quiero. No soy paranoico, ni le temo a esta supuesta violencia.

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Sebastián Freire
 
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