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Viernes, 5 de febrero de 2010

LUX VA EN BUSCA DEL ELIXIR PORCINO

¡Qué chanchx!

Agobiadx por el calor, los cortes de luz y las disfunciones de un amor que se prometía eterno como el tiempo mismo, Lux corre a la góndola de la carne porcina convencida por el discurso y los gozos presidenciales. Hechos, no palabras, al fin confirmadas por nuestrx cronista.

El domingo leí en el diario que Cristina recomienda comer cerdo porque mejora la vida sexual. Yo, que soy cristinista de primera hora, con el diario aún en mano salí corriendo y me metí en el supermercado Toto que está en la esquina. Es que la suerte me venía siendo esquiva con la elección de mi último amor eterno: después del primero se me derritió cual helado al sol. Así que corté por lo sano y fui derecho a la carnicería para solucionar los males de mi amor. Saqué mi numerito. Y me puse a esperar.

En la fila éramos tres. Y me di cuenta enseguida de que las dos desgraciadas que estaba delante mío habían leído el mismo diario. Y me puse nerviosx. Y el carnicero que no aparecía.

Para distraerme un poco, me pongo a mirar qué hay en la heladera; para curiosear y porque la verdad es que, como me habían cortado la luz en casa, no podía usar el aire acondicionado. Y de frente a la heladera del Toto se estaba muy bien.

¡Horror! En la parte de carne suina había solamente dos bandejas. Una de carré ($ 42,51) y una de salchicha parrillera. Inmediatamente tuve un ataque de pánico con sudoración profusa, así que tratando de calmarme me apoyé en la heladera para refrescarme y no transpirar. Por el ataque de pánico y para tratar de esconder la bandeja de salchicha parrillera que se veía a través de las huellas digitales estampadas en el vidrio.

Mientras estaba así, apoyadx contra el vidrio de la heladera, se corrió una cortina de tiritas transparentes y de atrás, precedido por un resplandor enceguecedor causado por su delantal blanco inmaculado, apareció el carnicero: 32 años, como máximo 34, rubio oscuro con rulitos chiquitos que se asomaban por debajo de su gorrito reglamentario, unas manos enormes, con pelitos, sin anillos comprometedores —aunque a mí no me comprometen en lo más mínimo—, altísimo, una sonrisa con muchísimos dientes. El carnicero era él.

Yo, en pánico, sudadx, apoyadx contra la heladera; él me mira y me dice: “¿Qué número tenés, queridx?”. Yo, balbuceando, arranco: “Cuatro ocho dos cinco seis dos...” y no pude seguir, porque la petisa gordita que estaba al lado con voz de pito dijo: “¡Yo soy la próxima, tengo el 27 C azul!”.

“Enana perra”, pensé. Y me quedé delante de la heladera, custodiando mi pedazo. La petisa, muy sonriente y con su voz de lata, pide: “Dame la salshisha parrillera”. Yo lloré, créanme que lloré, porque, a fin de enero, gastar $ 42,51 en un carré me parecía un despropósito. Pero suspiré y me dije: “A fin de cuentas siempre me cuesta menos que el Viagra. Y si le resuelve los problemas a Cristina, a lo mejor el carré me hace a mi también el milagrito de no tener que descartar a mi bombón por un problemita tan pasajero como él mismo”.

El carnicero me desarma con una sonrisa y me pregunta: “¿El 28 C azul sos vos, chuchi?”. “No, soy yo el 28 C azul”, se mete la desgraciada que estaba atrás de la gorda. Y agrega, dándole su número: “Dame ese pedazo de carré y nada más, que estoy re apurada”. Lo agarró, se dio vuelta, me miró como diciendo “cómo te cagué”, se giró y desapareció detrás de la góndola de los congelados.

Destruidx. Transpiradx. Testigx voluntarix del paraíso perdido. “¿Cómo hago para solucionar mi problema de disfunción eréctil sin gastar doscientos pesos en una caja de Viagra?” Desconsoladx, lo miro a él, al carnicero, y casi implorando le digo: “¿Te queda algo de cerdo?”, casi sin aire. El me dijo que esperara, que se fijaría en la heladera. Atravesó la cortina a tiritas transparentes y desapareció en la humedad helada de su freezer. Tardó como 2 minutos en volver, con una bolsa en la mano, y me ofreció: “¿Te gusta la cabeza? Es lo último que me queda”. Yo vomité mentalmente y, decepcionadx, me di vuelta y empecé a caminar hacia la entrada del Toto.

Y escuché: “Pibx... ¿Realmente te gusta tanto la carne de chancho?”. Yo, a este punto caliente de rabia, me di vuelta y le dije: “Sí, desde que era pendejx, ¿por qué?”. El carniza se apoyó en la heladera, me desarmó con una nueva sonrisa, distinta, y me respondió: “Porque, si me acompañás al fondo de la heladera, a lo mejor que te encuentro algo”. Y mientras lo decía se amasaba el paquete.

Cuarenta minutos después, mientras estaba en la caja para pagar los 200 gramos de fiambrín y la Coca light, pensaba: “Cuánta razón tiene la Presi... No hay como la carne de cerdo para mejorar la vida sexual”. En definitiva, el amor eterno no existe, pero si existiera ya estoy tratando de encontrar otro.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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