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Viernes, 3 de diciembre de 2010

LUX VA A UN CASAMIENTO EN UN CLUB DEPORTIVO EN SAAVEDRA

Los tigres del norte

Sin ligas, sin ramo y sin anillos, Lux no gana para bodas y lleva gastada una fortuna en arroz. En la salud, en la enfermedad, en la adversidad o en la dicha, nuestrx cronista no falta a ninguna, no sólo por lo bueno que se recoge en estas ocasiones, sino porque sabe que en cada fiesta se festeja mucho más que un simple matrimonio.

Si les digo que este sábado (alba, mañana, matiné, vermouth, noche y trasnoche) estuve invitadx a seis casamientos igualitarios, dirán que por primera vez no exagero, porque sé de gente que está teniendo un casamiento igualitario por hora. Felicité prácticamente a una docena de suegrxs, canté a los gritos seis veces que no me arrepiento de este amor e hice un simulacro de noche de bodas en el baño de (y a veces con) cada pareja amiga. Obvio que fui a todos. Y si en este magro espacio donde se encorseta mi verba me referiré al que transcurrió en El Club Social y Deportivo Estudiantes del Norte, será por esa única razón y no porque el alcohol y los polvos de tantas estrellas me hayan borrado cinco bodas al hilo, ya que recuerdo perfectamente esa idea maravillosa de regalar copas como souvenirs a la hora del brindis que tuvieron las chicas de la boda uno, así como la de arrojar un ramo de porongas como hicieron los chicos de la boda tres. Parece que me caso, si es que se cumple a rajatabla lo que dice la tradición. En el sexto turno de mi rally se casaron Duche y Zárate. ¡Me ducho y sácate, pensé cuando vi el nombre de los novios en la invitación y cuando me dijeron que estaban intentando un casamiento igualitario pero no igual a todos! Pensando que lo iba a festejar en un sauna elegí como todo vestuario la tanga de lentejuelas color arco iris. Pero parece que lo de “vengan con ropa informal” no era una contraseña. ¡Lux! Me invitó a pasar el muchacho de la puerta que asegura que me reconoció por el lunar negro azabache que embellece mi ingle derecha y sus sueños. Buen comienzo, mejor final. “¡Un casamiento kermesse! Quiero pegarle al pato y que me den algo bien dulce como premio”, grité en cuanto divisé los banderines, las lucecitas de colores y el olor humeante de los choripanes que me llamaban desde el fondo del salón del clúsportivo. ¡Si estas paredes hablaran dirían que hace rato tenían ganas de festejar un casamiento como éste, luego de ver tanto sano esparcimiento, tanta diversión en familia, y por qué no decirlo, tantos deseos silenciados entre los muros! Dicho y hecho: las paredes de pronto empezaron a hablar: mientras el combo de música ciento por ciento activa sonaba de fondo, sobre los muros se sucedían imágenes de los novios desde la infancia, los días en que ni soñaban con que iba a ser posible casarse, oscuros días que han quedado en una prehistoria de la noche a la mañana. De la prehistoria de oro del espectáculo salió de pronto la arrolladora y coqueta Concha del Río para animar la ronda de artistas que hicieron por un rato del casamiento gay una peña tanguera, folklórica, romanticona y graciosa. Voces de terciopelo, voces aterciopeladas, desde la Judy Garland argentina, Jimena Riestra, hasta la Tita Merello del siglo XXI, Virginia Innocenti, dedicaron canciones especiales a los novios. Yo me sentí como en la más tierna infancia, cuando se armaba la fiesta en el pueblo y parecía que todos íbamos a ligar algo, aunque más no fuera un premio consuelo. Así que me puse a practicar la caza del hétero, mi juego favorito. Había uno y estaba disputado por todas y todos. En eso estaba cuando llegué a escuchar otra vez a la anfitriona Concha del Río, quien desde el escenario se dirigía a una niñita de unos cinco años: “Qué bueno que hay niños aquí –dijo Concha–. Tendremos que hablar con los niños y explicarles. Yo lo voy a hacer ahora. ¿Sabes por qué ocurre lo que hoy está ocurriendo?”. Silencio en la sala. Concha entonces remató: “Porque es ley”. Y ahí fue que lxs lloronxs, que nunca faltan en las bodas, nos pusimos a hacer lo nuestro.

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