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Viernes, 9 de enero de 2009

LUX VA > A MAR DEL PLATA

Pequeña muerte en la Bristol

Ni lerdx ni perezosx, Lux empezó sus vacaciones como lo que es: alguien que se debe al pueblo. Playa nudista, disco, after hour y experiencia mística en la Bristol. La Feliz da para todx.

La Perla del Atlántico: piedra preciosa de toda loca argentina que se precie. No hay verano si no hay Mar del Plata: la Ciudad Feliz, o la Gay City, como la llamamos con La Norby. Ah, perdón, no presenté: La Norby es amiga de veraneo, de esas a las que cualquier balcón le viene bien para meterle sol al cuerpo. Así que meta palita, balde y al bolso: nos vinimos a Mardel con La Norby para compartir gastos. No es que andemos gasolerxs, es que queremos padecer un poco la crisis mundial como cualquier gringx; y otro poco viajamos juntxs por cábala estival. Y por esa misma cábala, los primeros días nos entregamos al Gay City Tour: paseamos por Playa Chica, donde se hace la competencia de la sunga más bultosa entre locas de rodillas raspadas de tanta agachada en las piedras, nos exhibimos por la playa nudista escondida (las bolas al viento, sucundum, sucundum), vamos a las discos obligadas Pin-Up y Xtasis, nos revolcamos en el cine porno de la peatonal, y terminamos yirando desencajadas por la Rambla, el mejor after hour sin consumición obligatoria. Después de tanta toxina acumulada en el folklore queer balneario, queremos intoxicarnos más, pero de muchedumbre mezclada, porque nos da culpa si no vivimos la Mardel de todxs. Así que en esos días vacacionales de nombre incierto (“¿hoy es lunes o jueves?”), con el cerebro averiado de tanta caipirinha mal mezclada, nos adentramos en la gran orgía vernácula: vamos derechito a la Bristol, a gozar de la playa pública, donde encontrar lugar para clavar la sombrilla es un deporte extremo. Queremos ser parte del gentío ávido de partidos de tejo, de pelota-paleta, de churros con arena y choclos hervidos con salsa de bronceador barato. Gente como unx. Como el Dirk Bogarde de Muerte en Venecia, de Luchino Visconti, nos desteñimos admirando a cualquier Tadzio que se cruza en nuestra mirada viciosa de fiebre balnearia. Y La Norby ya está meta bultear al bañero, una musculoca en sunga colaless, que con sus pechos de gimnasio está más cerca de lo que unx puede pensar de la androginia del Björn Andrésen de la película de Visconti. Y yo, en cambio, me fascino con los pezones radiactivados por el implacable frío del mar argento: ahí todxs somos mamíferos, el Atlántico nos hace iguales en nuestra reacción mamaria. A todxs se nos activan las puntas de los pechos y nos convertimos en minas (antipersonales) a punto de estallar. La Norby me escupe: “Tenés la piel blanquísima, el sol te va a dejar roja como pija de perro” (así es la amistad de profunda). Y Alfonsina me viene como ráfaga, y la repito escolarmente de memoria: “Tú me quieres nívea, tú me quieres blanca”... Y La Norby agrega: “Lo único que falta, que te hagas la ahogada como Alfonsina para que te rescate el bañero y me saques al chongo”. Y casi le hago caso: como el mar estaba calmo, me hice una plancha y quedé durx, flotando congeladx, casi catatónicx por tiempo indefinido. En ese estado de parálisis mortecina, ladeada por barrenadores de telgopor, empezó el tembleque, el cosquilleo: en ese momento, sin comerla ni mamarla (aún), me vino mi primer orgasmo vacacional. Y ahí entendí por qué los franchutes bautizaron al orgasmo como “la pequeña muerte” (la petite mort).

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