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Viernes, 15 de mayo de 2009

ES MI MUNDO

Mil años de perdón

Las Hermanas de la Perpetua Indulgencia son una congregación pagana de monjas que este año cumple tres décadas de activismo contra la homofobia. Nacidas en las calles de San Francisco, a partir de los años ’90 se fundaron conventos en diversas partes del mundo siempre con la misma idea: humor y glamour al servicio de la diversidad.

 Por Marta Dillon

desde San Francisco

La historia comienza con tres viejos hábitos donados a la caridad por las hermanas de un convento en una pacífica localidad de Iowa –justo Iowa, el devoto estado que consagró el matrimonio gay antes que California o Nueva York–. Corría el año 1976, faltaba un año para que Harvey Milk ganara la histórica elección para integrar la Cámara Legislativa de la ciudad de San Francisco y la campaña de los conservadores cristianos liderada por Anita Bryant –Save the Children– imponía plebiscitos a lo largo y ancho de los Estados Unidos buscando que se prohibiera a los maestros y maestras gays o lesbianas dar clase o tener contacto alguno con niños y niñas. Todavía se escuchaban los ecos del flower power cuando aquellos viejos hábitos negros fueron arrojados del convento de Iowa, todavía había hippies que rodaban desnudos por el barro proclamando la libertad de los cuerpos, del sexo y del amor. Todavía –y por un largo tiempo aún– las mujeres ponían a arder sus corpiños en hogueras como ceremonia de entrada a un feminismo que entonces se consideraba radical. ¿A quién podían importarle en ese contexto tres vestidos de monja, negros, largos, pacatos? De inmediato, a nadie. Pero tres años después, justo en la época en que hacían furor los Castro Clone –así se llamaba en el barrio gay por excelencia a quienes cultivaban su estética cual calcos de los dibujos de Tom de Finlandia–, los hábitos encontraron su lugar en el mundo. O mejor, encontraron su razón de ser sobre la piel de tres hombres que sólo le agregaron a su diseño original una especie de corpiño blanco sobre las orejas llamado wimple y salieron a la calle en plena Pascua para empezar a desperdigar su mensaje por el mundo: todos y todas merecemos la indulgencia, la indulgencia perpetua, el fin de todas las culpas. Ese fue el comienzo de una orden de monjas, las Hermanas de la Perpetua Indulgencia, que cuenta con sedes en diez países –incluidos Colombia y Uruguay– y que han sido reconocidas como herejes en un documento de la Iglesia Católica Apostólica Romana de 1987, justo después de que el papa Juan Pablo II se topara con ellas en su visita a los Estados Unidos ese mismo año.

Sister Kitty Catalyst, Sister Hysterectoria (madre reverenda) y Sister Vicious Power Hungry Bitch fueron aquellas pioneras de las que sólo queda su legado: la pintura blanca sobre la cara, la pistola que una de ellas llevó en esa primera marcha, la vocación divina de ser y no parecer: ser educadoras, entregarse a la comunidad a la que pertenecen, juntar dinero para darles a los y las necesitadas, distribuir alegría pero sobre todo indulgencias. Indulgencias capaces de aniquilar la culpa que tan bien construyeron las religiones en general con su discurso sobre el pecado, indulgencias robadas del tesoro de la Iglesia Católica –que por dogma administra cual si fuera el oro de la misma– y repartidas a quien más lo necesite. O a quien crea en el Purgatorio y la necesidad de acortar la estancia en él, ya que de eso estrictamente se tratan las indulgencias. Y tal vez por eso, porque entregan aquello que más se desea, sobre todo cuando el resto del mundo resulta hostil a las propias elecciones, es que la congregación de la Perpetua Indulgencia creció sin detenerse a lo largo de los últimos 30 años. Raleadas por el sida en los años más duros, sí, pero confirmadas en su vocación por esa misma crisis –como buenas monjas que son, ellas estuvieron siempre junto al lecho de los enfermos más necesitados de aliento y cariño–, la orden fundadora de San Francisco festeja este año sus tres décadas con muestras en distintos museos de la ciudad –desde la impresionante Biblioteca Pública hasta el Yerba Buena Center for the Arts– y un estado de cuentas que habla de más de un millón de dólares recolectados y donados a proyectos educativos, asistenciales y de prevención en relación con el vih sida y la comunidad lgbtti de su ciudad.

Pero, ¿quiénes son estas hermanas? ¿Son travestis, trans clowns, hombres vestidos de mujer? De todo, menos payasos, aunque en su servicio esté bien visto arrancar sonrisas. “En un principio –explica Sister Boom Boom–- éramos sólo hombres gays. Con el tiempo aprendimos a ser más inclusivas, tenemos miembros hombres, mujeres, trans y travestis... cualquiera puede sentir el llamado y convertirse en una hermana.” Sin su hábito, Sister Boom Boom no acepta fotografías. “Me tenés que perdonar, en general si una hermana se niega a tomarse una fotografía es lícito dudar de que realmente sea una de las nuestras. Hay pocas ocasiones en las que se dice no: cuando se tiene la boca ocupada, por ejemplo, o cuando no está vistiendo su hábito.” A Boom Boom le gustaría dedicarse al servicio por tiempo completo. Pero, admite, “las arcas de la Iglesia están cerradas para nosotras. La mayoría tenemos que trabajar para vivir en oficios terrenos. Por otra parte, imaginate cómo te quedaría la piel con doce horas de maquillaje blanco encima.”

Es que esa máscara blanca sobre la que cada una de las hermanas monta su personaje –y su historia– es una rúbrica heredada de las pioneras, cuando el look sobrecargado era necesario para oponerse a una estética demasiado masculina para quienes llegaban al Castro, justamente, para desplegar sus plumas sin vergüenza. Por eso los nombres de las fundadoras aluden tanto al brillo como a la reivindicación de la mariconería: Sister Glitteri, Sister of Sissytine Chapel, Sister Pigmentia Stygmata, Sister Psychedelia, sister Vicious, Sister Anal Receptive...

Boom Boom es una de las más antiguas dentro de la orden y la primera en postularse, con hábito incluido, para un cargo público. De hecho, el mismo cargo que ocupó Harvey Milk. “Fue en 1982, después del incendio intencional de los Barracks Bath House (un sauna considerado peligroso, cuando el sida todavía era el “cáncer gay”). Conseguí 23 mil votos, estuve muy cerca de ganar.” Fue el mismo año en que Sister Florence Nightmare y Sister Roz Erection, que también eran médicos, redactaron el primer volante sobre sexo seguro que se distribuyó en San Francisco y organizaron la primera vigilia de velas para llamar la atención sobre el problema del sida, bajo un lema que hoy puede hasta sonar dramático –”luchando por nuestras vidas”– pero entonces era apenas descriptivo. Desde entonces, las hermanas nunca dejaron de predicar el sexo seguro o bien la reducción de daños (ver aparte) en relación con la práctica del bareback en la industria del porno. Pero su verdadero salto a la fama se dio en 1987, cuando desenrollaron la alfombra roja que se había tendido en Union Square, San Francisco, para recibir al papa Juan Pablo II. Oficialmente reconocidas como herejes por el Santo Padre, las congregaciones empezaron a abrirse en el mundo: Francia, Inglaterra, Rusia, Holanda; Colombia y Uruguay en América latina, aunque ambos conventos se abrieron recién comenzados los años 2000...

“La nuestra es una forma distinta de entender el activismo. Y de juntar dinero, querida, vivimos en un mundo capitalista... aunque no sé por cuánto tiempo”, sentencia Boom Boom con la resignación que le dan los años y el camino espiritual emprendido. Porque aunque la actividad más visible de las hermanas sea, en pleno 2009, pasear por el Castro su preciosa impostura, cada una tiene su ministerio y su alma bien templada para enfrentar la adversidad. Entre sus miembros honorarios no sólo están quienes murieron por el sida, durante una crisis que todavía hoy no se termina. También está Sister Lost and Found (perdida y encontrada), quien antes de suicidarse fuera un adolescente que abandonó su iglesia en el Centro Cristiano de Sacramento donde lo obligaban a cantar canciones homofóbicas. “Las hermanas fuimos a manifestarnos frente a ese coro nefasto y él hizo su coming out ahí, frente a todos. Después el Estado lo obligó a volver con su familia y de alguna manera, también a buscar una salida desesperada. Mientras haya un solo adolescente que siquiera piense en el suicidio por homofobia, nuestro ministerio tendrá sentido.”

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