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Viernes, 21 de junio de 2013

Revolución en el closet

 Por Javier Ugarte Pérez *

La transversalidad de la lucha homosexual se consiguió (si es que lo hizo) al precio de renunciar a la revolución social. Los primeros manifiestos de finales de los años sesenta, escritos por militantes de izquierda extraparlamentaria, recogían ideas inspiradas por intelectuales y artistas de la contracultura. Las demandas de estos grupos se extendieron por otros círculos sociales a costa de aceptar que sus exigencias fuesen pactadas con las autoridades; hacia ellas se dirigían las peticiones. Lo que comenzó a unir a homos de diversos medios fue el deseo de vivir tranquilamente su sexualidad; es decir, exigían el fin de una represión que acarreaba redadas policiales y condenas a prisión. Un par de décadas después, cuando el sida comenzaba a hacer estragos, buscaron igualdad legal para no verse doblemente estigmatizados, como enfermos al tiempo que víctimas de la precariedad al perder propiedades conseguidas en común con un compañero que entonces fallecía.

La homosexualidad nunca tuvo la posibilidad de provocar una revolución, al igual que tampoco la tuvo el feminismo, aunque militantes de ambos movimientos creyeran lo contrario y lucharan por esa meta. Pensar otra cosa supondría escribir la palabra “revolución” con minúsculas y acompañarla del adjetivo “sexual” (o “de las costumbres”) olvidando el calificativo que más importa a la izquierda: “económica”. Debido a la incapacidad para transformar las condiciones materiales, la inmensa mayoría de homos (y de mujeres) que eran pobres hace un par de décadas continúan en la precariedad, de igual manera que los ricos de entonces mantienen hoy su status. No obstante, se ganaron cosas importantes en el viaje y lo que se consiguió nos permite ahora hablar y disfrutar libremente de nuestras preferencias.

* Filósofo español. Autor, entre otros, de Las circunstancias obligaban.

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