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Viernes, 4 de diciembre de 2015

Protección papal

Las delirantes prioridades del papa Francisco en Africa: primero comer, después cuidarse

 Por Alejandro Modarelli

Como es habitual en el Papa, sus diálogos con periodistas se producen en el aire. En ese estadío entre el cielo y la tierra que son los vuelos de avión, el jesuita se inspira, hasta se pone picante, y bifurca las respuestas, de modo que –como el equilibrista, otro oficio en el aire– sus palabras cuidan el dogma de la institución eclesiástica a la vez que pareciera decir al mundo que no se tomen tan a pecho las cuestiones vinculadas a la sexualidad, porque antes que nada existe el perdón, la salvación y que con fieles que creen demasiado no habría barro suficiente para sostener la estructura imaginaria de San Pedro, sobre la cual pervive el mensaje vaticano. Al pecador hay que aprender a acariciarlo, lo demás (la penetración del dogma) llega por añadidura.

No podía faltar en el regreso aéreo de Francisco de su gira africana –un continente donde más de 25 millones de personas viven con VIH, y mueren muchos a causa del Sida, lo que representa el 70% del total mundial– la clásica pregunta de un periodista alemán sobre la postura de la Iglesia sobre el uso del condón, que en el correr de los años se fue transfigurando de pecado indiscutido de contraconcepción a mal menor (sin dejar de ser pecado); hasta Benedicto –tan estricta Su Santidad Emérita en cuestiones reproductivas– admitió que era preferible calzarse el forro a transmitir el virus.

Francisco es más astuto. A la pregunta (lugar común) le quitó el estatuto de seriedad. Ya se sabe lo que dice la Iglesia, para qué insistir. La Iglesia es más que Francisco, y menos que Dios que todo lo entiende. Cómo podía el periodista –dijo– concentrarse en algo tan banal como el forro mientras los africanos carecen de agua potable y de alimentos. Se mueren como moscas, y ponerse a pensar en sexo –lo separa del concepto de salud– mientras se las ve caer es como tener la idea fija. Sólo un occidental satisfecho cae en esas paparruchadas. El panorama apocalíptico que describía el papa buscaba conmover en dirección a un mensaje hoy mucho más útil para la reivindicación de la Iglesia Católica como gran pastor del planeta, que es la crítica a las consecuencias brutales del capitalismo tardío y el poscolonialismo. El capitalismo precisa del mensaje papal para simular que hay un límite. Lo celebra.

En todo caso la expansión del HIV en la región subsahariana (donde por otra parte los fundamentalismos religiosos vienen haciendo estragos, y nada más ver las condiciones de existencia de la comunidad gltbi en Uganda) debe encuadrarse en ese mapa de situación mundial. No hay atención clínica adecuada a los enfermos ni dinero para sostener tratamientos antivirales en gran escala, por culpa de la avidez de los laboratorios y la precariedad económica de las sociedades africanas. En ese contexto, la condena del uso del condón es equiparable a la teatralización del niño con la visita de Santa Claus, que finge creer para complacer a los padres, tranquilos porque en todo caso son los padres los que ya creen por él.

Para Francisco los dogmas sobre sexualidad deben ser sostenidos, y a la vez transitoriamente olvidados. Solo exige que se finja creer en ellos, y que se impute ese supuesto creer a los partriarcas de la Iglesia en representación de Dios, en tanto el Gran Otro. Con ese gesto es suficiente para sostener la patria potestad de los obispos. Tras ese supuesto creer, todo es posible y redimible. Desde las amistades particulares que entablan los seminaristas y que a veces no excluye la cama en común, hasta algo mucho más insignificante como es el condón. Además, dentro de los supuestos métodos contraconceptivos, ya lo dijo hasta Benedicto, el látex es el mal menor.

La conversión (o el regreso) del papado en la figura geopolítica central hoy requiere poner en suspenso aquello que la gente supone que es lícito aunque inútil creer en asuntos relacionados con la sexualidad. Francisco, en el último Sínodo Obispal sobre la Familia ensayó convencer a los más obtusos de que justamente gracias al detrito de los pecadores será posible mantener en pie a la Iglesia. Basta con que el sucio rebaño crea que hay un Otro que cree por él, que mientras sigue pecando, sigue cogiendo, sigue probando el latex saborizado a frutilla en algún lugar existe una verdad en la que pueda seguir fingiendo que cree.

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Este retrato de Ratzinger hecho con preservativos es de la artista norteamericana Niki Johson.
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